lunes, 2 de septiembre de 2013

Y cómo quería entrar si no hay picaporte

    En las aulas de la facultad, aveces no hay picaportes. A veces no hay otras cosas, pero la más horrenda es que no haya picaporte. Algunos han golpeado hasta el cansancio sin recibir respuesta. Otros, más audaces, han hasta empujado un poco; pero nada.
    Un día cualquiera, un jueves a la mañana, alguien hizo algo inesperado pero a la vez deseado por todos los que estaban encerrados adentro, pero encerrados del lado del picaporte. Alguien apareció y rompió todos los esquemas, lo que tenía que pasar, no se escucharon los típicos golpes y los pasos alejándose, tampoco hubo empujones sobre la puerta; no hubo nada de todo aquello que todos sabían que podía llegar a pasar. Él era rubio y la semana pasada había entrado con anteojos de sol y un bolso (no es un chico configurado genéticamente para usar anteojos de sol). Se había sentado adelante y en una o dos oportunidades había participado en la clase opinando de este o aquel tema. (A veces había pasado que algún centro de estudiantes entraba y repartía folletos con el slogan "Pizza, birra y materialismo dialéctico", un título célebre para un libro sobre la militancia de izquierda del siglo XXI) Parecía llevarse bien con algunas compañeras que habían llegado antes y sonrieron al verlo entrar, lo que podía significar dos cosas: que era de alguna forma un pibe interesante con el que hablar no parecía tan inútil, o bien era el cómico del grupo (teoría por la que el cronista se siente principalmente inclinado) que su simple vista hacía que uno recordara algún chiste compartido o una idea bastante complicada y absurda sobre la posibilidad de abandonar la necesidad de cerrar una ventana lentamente cuando hace un ruido chirriante o abrir algo envuelto en un papel ruidoso de la forma más inquietante posible en el asiento de atrás del cine; hacer las cosas despacio, decía, es absorber el sufrimiento de quien lo sufre y potenciarlo en uno mismo.
    Así que más o menos así eran los jueves; uno podía escribir poesía solo si se sentaba en el último banco, pero a consecuencia de no conseguir una beca con un profesor alemán, ya que escuchar al profesor, ver el mundo que se desarrolla en las caras y en las miradas de los estudiantes, concentrarse en la lapicera que escribe sin cesar lo más rápido posible lo que va pasando y detenerse porque saltan su nombre de la lista, son actividades casi imposibles de coordinar de una manera idónea.
    
    De acá no se puede ver la cara del rubio y la verdad, es lamentable; me gustaría verlo ahora, disfrutando su victoria, el haber sido él quien hizo la cosa rara, y encima la de al lado me pregunta qué estoy copiando y el cronista se pone nervioso porque el profesor habló de no se qué y ahora toma lista, no hay mucho por escribir, sin embargo lo hace. Volviendo al rubio, presiento (interrupción para decirle al profesor que creo que a mí también me salteó) que la está pasando bien y ahora sol espera que acaben las clases y pase un año más. Pero él no sabe que hizo lo que nadie y quizás no está pensando en nada más que en lo que dice el profesor.
    Lo que pasó después es inexplicable, hasta hubo textos obligatorios y tareas individuales que seguro alguien hizo, arrancó Ana, la del poema. El rubio se ríe y ahora no tiene anteojos de sol, sino de los que se usan para ver y leer cuando uno tiene mucho que ver y leer. Esos jueves sin dormir habían resultado algo productivos, le hacían escribir, le daban ganas, lo divertían. Uno de esos jueves el rubio había hecho algo intrascendente y nadie se di cuenta, solamente él, que ahora escribía, y nadie más porque al que le abrió la puerta no le importó demasiado que no hayan golpeado, que no hayan empujado, que no hayan pedido ni por favor ni permiso, sino que simplemente haya asomado su cara, con una sonrisa, a través del hueco de la puerta y haya dicho algo incomprensible pero seguramente gracioso y simplemente abrió y pasó, para sentarse y no darse cuenta que alguien estaba creyéndose todo un algo que no existió más que por dos o tres segundos. 

    Cuando el rubio prenda la radio, alguna vez, escuchará una publicidad cualquiera, de las conocidas y festejadas por todos, llegará ante su grupo de amigos y dirá que no le gusta, que le parece odiosa, que las publicidades de las radios son un prejuicio para explicar el siglo XIX dice el profesor que tampoco piensa en nada realmente sino que ve un montón de cabezas cuyas palabras están detrás de la garganta de donde no pueden salir excepto la de Ana que responde siempre con sus ideas de lo anacrónico que es todo, hasta el pasado es anacrónico, hasta lo anacrónico es anacrónico y el rubio mira el edificio de enfrente y sonríe porque seguro se le ocurrió algún chiste.

martes, 13 de agosto de 2013

¿A qué estás jugando?

    Después de todo, siempre, uno se termina preguntando lo mismo. Porque no son más que palabras y signos que se mezclan, se cruzan y te preguntan cosas, te critican cosas, te cuentan cosas y te dicen te dicen te dicen, constantemente, lo que hay que hacer. Y qué se yo qué hay que hacer si hasta por ahí no hay que hacer nada. De todas las preguntas y dudas existenciales que me han perseguido hoy, elegí una. Elegí una para ver qué me respondo, porque más allá de personas y fraternidades uno siempre se tiene a sí mismo. ¿A qué estás jugando?

    Porque ¿qué es sino un juego? Bien, digamos la verdad. Juego macabro si los hay, pérfido y trastornado. Uno va por ahí creyendo que lo que pasa tiene que ver con todo o con nada, pero hace, hace y vive y elige y deja afuera y mete pa' dentro y come y toma cerveza y un montón de actividades elegidas o medio que se dan pero que están y así se complementa lo que se puede decir sin ningún miedo ni temor de alteraciones literarias y o u psicológicas, la vida.

    Ahora, siempre después de estas reflexiones, llega el empirismo, la epistemología, la exactitud, la visibilidad, los sentidos engañados por la realidad y todas esas cosas que uno aprende en la facultad y nunca sabe si realmente le sirven para algo o son puro relleno occidental de ideas raras de gente rara que se peleó con el mundo para publicar un libro que diga cosas nuevas y reveladoras del universo en el que habitamos consciente o inconscientemente.


    Ahora sí, la respuesta no es que no hay respuesta, porque esa es la fácil. Pero la difícil cuesta llenarla y está bien que cueste y menos mal que cuesta, porque imagináte que a uno le pregunten qué quiere comer y responda enseguida unos canelones de acelga con salsa rossa y un vaso de vino Finca los Gigantes desconocido y naranja para bajar la pasta que a uno le agrada. No. No señor. No vaya a ser cosa que se responda rápido y seguro. Porque aunque pueda uno hacerse el que está seguro no lo está y, de nuevo, menos mal. Porque los que están seguros terminan haciendo cosas horribles como comprar una máquina para talar árboles y después una procesadora de celulosa que genere la pasta celuloide que después se usa para hacer papel y se tiran un montón de cosas tóxicas al mundo como óxidos de cosas peligrosas y libros occidentales con gente que entendió o no el universo y se peleó con el mundo para escribir. ¿Si las toxinas son tan malas como los libros?

    Bien. Llevo escrita nueve veces la palabra “cosas” y no siento culpa. Porque las cosas no tienen sinónimos ni juegos de palabras ni nada de eso. Son lo que son; son esa masa uniforme de existencia eterna e infinita que habita todo el espacio mejor malo conocido que bueno por conocer o al revés, eso depende del espejo del baño de cada uno y de la cara que se tiene cuando se levanta. Porque si uno empieza el día sin preguntarse algo, aunque sea lo más mínimo, ese día no es día, o es domingo, o es lunes, o qué se yo, a lo mejor ese día uno se levantó muerto ya sin ánimos ni de ir a los chinos a comprar el desayuno flojo de vitaminas y calorías compuesto de unas Don Satur veinte por ciento grasa ochenta por ciento quién sabe qué con el mate o el té lleno de azúcar que es alimento del alma. Pero en el mejor de los casos aparece una pregunta, mínima aunque sea. Aunque tenga que ver con el color de las medias o el olor a humo en la habitación o el porqué al perro de abajo se le ocurre ladrar cuando me despierto o ya estaba ladrando desde antes o porqué tienen un perro si es mejor una planta o porqué es mejor la planta o qué estaba soñando que estaba re bueno o me baño ahora o espero la inspiración divina o mejor sí voy a los chinos así de paso miro el estante de los lácteos en busca de productos vencidos o gasto un montón de plata en la panadería o porqué tengo que levantarme todos los días con una pregunta o porqué cada uno da lo que recibe y luego recibe lo que da o porqué el mundo gira para un lado y no para el otro o porqué tengo frío en las patas o porqué mi mamá me dijo que estaba todavía en la edad de los porqué o a qué estás jugando, flaco.

    Bueno no sé. Tampoco lo quiero hacer tan fácil porque habría que hacer una lista interminable de preguntas y ya ni se porqué pensé que podía ser fácil hacer tal cosa que ni sentido tiene la cantidad de veces que dije cosas que por ahí era mejor no decir que el hambre era una pregunta cuántas veces sea que alguien la haga lo es porque nada puede ser lo que no es sino que juega el juego que tiene que jugar, porque imagináte que uno se ponga a jugar otra cosa o se ponga serio y agarre un hacha para escribir un libro. Dentro de cada escritor hay un empresario desinteresado por el medio ambiente. Dentro de cada empresario desinteresado por el medio ambiente hay un sueño que se murió por allá a los quince o dieciocho años o por ahí los veintidós, cuando alguien le dijo que se decida y deje de dar vueltas que tanto proyecto tanto proyecto y ni una moneda pal' bondi y ni un sope pal' guiso que tus padres no van a estar toda tu vida esperando que qué, ¿que qué? ¿Qué hay que esperar? No sé, como mucho el turno para tirar el dado, para levantar la carta del mazo, para cantar truco o contra flor al resto, para esperar dos turnos en la comisaría hasta que toquen dos iguales y subirse al auto del sueño americano del juego de la vida no es para cualquiera.

    Entonces elegí hacerme una única pregunta que coma y coma las neuronas. ¿A qué estás jugando? A todo o nada. A los dados, a la suerte, a las cartas, al mundo entero, a un pedacito, a las apuestas más altas, a las más improbables, a las menos obvias, a las que menos te gustan o por ahí más porque vos no te animaste o porque te cayó la ficha que hay que tener casita y auto y hijos y no me importa que no se pueda poner una i después de una y porque yo estoy jugando y vos te quedaste esperando la vida que te pasó por adelante y se te cayó de la repisa donde la habías guardado para después y se perdió por ahí abajo del sillón y si te he visto no me acuerdo y andá a saber si volvés a pasar la escoba por esos lugares oscuros y llenos de pelusas y cuando la pases quizá te vengas y juegues conmigo o con cualquiera o con tu infancia y tus sueños, qué se yo si cada vez me pongo más cursi, pero es que jugar es eso, a veces uno comete errores de estilo y forma con tal de responderse algunas preguntas que nada que ver tienen con la filosofía aristotélica o la percepción del mundo que pudo haber tenido un tipo que hizo casi lo mismo que sentarse en algo más viejo que una computadora y escribir casi lo mismo o nada que ver pero que dijo que hablar es incurrir en tautologías y tenía razón porque lo que dije ya está dicho y también no porque las posibilidades son infinitas.

    Pero si de laberintos se trata no hay más que meterse en la cabeza de uno y hacerse alguna pregunta distinta a de qué gusto me compro las facturas o porqué no dejo de fumar si el humo se come mis pulmones o porqué escucho música que antes no me gustaba o que si me gustaba y me daba vergüenza escuchar al frente de todos o cómo hago para pagar la boleta del gas si cada vez viene más cara y cada vez tengo menos plata. Hay que preguntarse cosas como porqué dejé de filosofar en la bajada y la subida del subibaja, porqué dejé de creer que treparme a unos fierros era viajar al espacio, porqué empecé a poner comas y puntos y guiones y signos y respeté las leyes de las formas y me vendí al reino de las cosas bonitas y bien compuestas y así el mundo se fue metiendo solo en un cajoncito de verduras de esas que salen más baratas porque se están pudriendo y que uno compra porque no le alcanzan mucho los papeles que salen de la billetera y después de todo no quedan tan mal en un salteadito de arroz que es rico y se puede acompañar con un buen vino Finca los Gigantes barato si total para qué quiero unos canelones si ni siquiera me gustan.


    Así que la respuesta es que no hay respuesta o que todo en sí mismo es la respuesta que estaba buscando cuando me pregunté ¿A qué estás jugando? porque después de todo uno se pregunta cosas para ponerse en jaque, para no sentirse tan confiado, para creerse y verse satisfactoriamente una vez más, equivocado, y descubrir que todo lo que se hace aunque pudiera ser una cosa totalmente distinta sería tan útil como inútil o tan mentira como verdad en comparación a todo lo que no se hace y se deja de hacer por elegir algo que uno cree que es lo que tenía que elegir o al menos lo creyó cuando tomó la decisión o ni tomo la decisión y se le apareció solo cual sueño revelador de las verdades humanas que después de todo siempre responden a preguntas impensables que alguien se preguntó para salirse un poco de lo absurdo que es abrir todos los días la heladera en busca de algo o cerrar los ojos para encontrar el sueño o abrir la puerta para salir al mundo o abrir la puerta para esconderse del mundo o un montón de cosas que hay que preguntarse para ver si se está bien o mal o si todo es una cosa que no termina más y se apelmaza en palabras que no dicen nada o dicen todo o son lágrimas y gritos y protestas y sentires que vuelan, aletean y se golpean como esa paloma que una vez entró en la cocina y se chocaba con el techo porque volaba más alto de lo que necesitaba y la ventana le quedaba abajo, sin embargo ella seguía chocando contra el techo sin descifrar porqué no podía salir si volaba con todas las ganas, porqué seguía encerrada si anhelaba la libertad, porqué no apuntaba un poco más abajo, porque seguramente quería ser libre en serio y no conformarse con una ventana.  

jueves, 1 de agosto de 2013

Pedazos

      - Después de los besos vienen las caricias – me dijo mi cerebro casi al mismo tiempo que me despertaba. Lo cierto es que no eran besos, sino música que venía de algún lado entre mi pecho, mi abdomen  mi aplastado brazo izquierdo y el colchón. El despertador sonaba y mi cerebro confundía los besos con melodías, el vibrador con caricias.


                                                             ***


Se habían tomado entre los dos, dos vinos y habían fumado unas flores que tenían un sabor mortífero. Él le dijo que la acompañaba a la casa así no se iba sola, y además no era tan lejos. Llegaron a la puerta de la casa y ella sacó las llaves sin decir nada, abrió la puerta hizo algunos pasos erráticos hacia adelante.
 - ¿Querés pasar a tomar un té o coger? qué se yo – preguntó ella con total indiferencia.
 - ¿En ese orden? - preguntó él mientras entraba detrás y cerraba la puerta de la calle.


                                                
                                                             ***



  Recién este último tiempo he empezado a entender algunas cosas del lenguaje, de la escritura, de la literatura señor, de toda ella.
Pobre chabón, de a poco lo vas entendiendo y te empieza a dar un poco de lástima; no, lástima no, lo empezás a odiar occidentalmente, pero le ves su perfil, su idea, y en el fondo sabés que tiene razón. Sí, tiene razón en casi todo lo que dice
pero esta perdido en vida.
Un pobre tipo que no quiere otra cosa que buscar algo que sabe que no va a encontrar, o como mucho si lo encuentra no va a ser por su búsqueda, sino porque solamente va a estar dado, va a encontrar algo que quiere encontrar sin buscarlo, o mejor dicho, sin que sea resultado de su búsqueda.



                                                             ***



y nunca hay que asegurar nada
no existen cosas seguras
no; en realidad sí existen
esa es la parte absurda
hay de todo, y sobre todo elecciones
elegir algo requiere dejar de lado otra cosa, y así sucesivamente vamos creando universos paralelos a cada paso, universos en donde pasa lo que hubiera pasado si hubieses bajado del cordón dos pasos y medio antes.


                       
                                                              ***




Entonces, hace poco, leyendo descubro que el término máscara estaba antiguamente relacionado de manera muy estrecha al de persona. Es decir que la persona era un resultado de esta máscara, de su uso o de su conciencia. El término persona termina siendo usado para el personaje ya caracterizado, creado, finiquitado. La ecuación sería fácilmente traducible a máscara = persona, sin sumas ni restas, así tal cual. Una persona es la máscara que se hizo de ella.
Pero en todo caso, la cuestión reside en otro lado, no en la relación de estos términos. Días antes de descubrir estas relaciones por vía literaria, en una especie de reunión, una persona allí presente hizo referencia a lo mismo, habló de las máscaras y las personas como una misma cosa que nunca se separaron en algunos idiomas. Entonces cabe preguntarse algunas cosas en sentido de paradojas espacio-temporales. Es probable, que en base a este descubrimiento, pueda decirse tranquilamente que existe una relación pre-cognitiva que envuelve a dos (o más) sujetos. Es decir, estos sujetos antes de establecer un diálogo sobre dicho tema establecen una relación mental que va más allá del entendimiento consciente, forma parte de un acto natura, rebelde, auténtico. Este acto mental que tranquilamente podemos llamar inconsciente o supraconsciente, o mejor aún infraconsciente, forma parte de otras cualidades aun desconocidas de la inteligencia humana. 
Podemos decir entonces que hay otro lenguaje, diferenciado del natural, del de la comunicación ordinaria y conocida por todos. Es un lenguaje mental que al no ser aún utilizado por medios de sensibilización consciente se mantiene en un estado puro, inalcanzable, casi etéreo. Representa la capacidad cognitiva de poder habitar una línea de tiempo-espacio constante, dejar de lado las bases pasado/presente/futuro, sino trazar un recorrido atemporal de una dirección a otra.
Esta comunicación inalterable e imposible de discernir en el momento, producida por la comunicación oral entre dos sujetos cuyas vibraciones cerebrales llevaron a conectar un futuro probable, cercano donde uno de los sujetos iba a tomar esos saberes de otro lado, a parte de la conversación. En la naturaleza del hombre resta mucho por descubrir, y los estados primitivos de la mente, capaces de hacernos cantar la misma canción que justo canta el que va caminando al lado nuestro aún no están ni siquiera en la mira de los científicos.

miércoles, 29 de mayo de 2013

No tropezás con la misma piedra

   “Se tropezó con la misma piedra”. ¿Ha escuchado ser humano consciente alguna vez alguna frase más escasa de sentido? A ver, entiendo la metáfora y todos la aceptamos como verdad universal. Alguien comete algún error en su vida y, como si no hubiese aprendido nada de sus consecuencias, va por ahí y lo vuelve a cometer, es decir, se choca con la misma piedra, se tropieza, se golpea, lo que sea.
   Que alguna vez alguien se haya tropezado con una piedra es algo totalmente posible, pero valiente y con pruebas sea aquel que venga, se plante y diga: “yo me choqué dos veces la misma piedra”. Pues no le creo. ¿Alguien se ha puesto a pensar en la cantidad infinita de piedras que hay en el mundo? ¿En la cantidad de tropezones que se da alguien a lo largo de su vida? Bien, entonces díganme si realmente es posible tropezarse más de una vez con la misma piedra.
   Algunos querrán refutar el argumento y dirán “yo he visto a mengano tropezarse con la misma piedra dos veces en el mismo día” y otros “una vez, en mi época, había una piedra en la puerta de la escuela que siempre nos chocábamos por entrar apurados al aula”. Entonces, por pura confianza a estos desconocidos tendré que bajar la cabeza y decirles que tienen razón, que es verdad, que es posible, que todo lo que quería decir no es más que un arrebato de enojo hacia una frase hecha que para mí no significa nada pero lamento haber dudado de la cualidad de sus pensamientos.



   Bien, ahora que tengo la atención de ustedes, los que no creen en esa ridícula frase y estos tipos que la defienden se han ido, voy a continuar con la idea. Como les decía, entiendo el significado; siempre pasa que cometemos el mismo error prácticamente bajo las mismas circunstancias que hemos cometido el anterior y generalmente pasa que hay alguien ahí para recordartelo, para decirte “yo te avisé” y que después se lo cuente a tus demás amigos bajo los sinónimos de Cometió = Tropezó - el mismo = con la misma - error = piedra que la vez pasada bla bla bla. A esos les digo que no, que no y que no. ¿Que no qué? ¿Que no me tropecé con ninguna misma piedra? ¿que todas las piedras son distintas? ¿que no hay dos veces lo mismo? ¿que cada error es único e irrepetible (como el ser humano, qué casualidad)? No, nada de eso, sino que la frase no tiene sentido. Qué se yo si no puede estar la misma piedra en dos momentos iguales pero distintos. Lo que quiero decir es que no es para nada fácil y es casi improbable chocarse dos veces con la misma piedra, de hecho si hacemos un cálculo de la cantidad de pasos que da un hombre en su vida y la cantidad de piedras con las que se tropieza nos dará el resultado de que tropezarse con una sola piedra es una probabilidad mínima.
   Por lo tanto me autoproclamo Destituyente de esta frase mentirosa y absurda y Honorable Corrector de los dichos y refranes populares. He decidido, bajo mi nuevo mandato, reemplazar este miserable conformismo histórico por uno nuevo, por algo mucho más real, por algo cuyas probabilidades de pasar son mucho más altas que la idiotez anterior.
   Hoy nos sumimos en un nuevo proyecto, en la revolución de las conversaciones, hoy somos hijos de un habla atacado por los destructores de la lengua y seremos los responsables de levantar los nuevos muros de la identidad lingüística, de sentar las bases de un mundo y una humanidad cuyas frases hechas y refranes pasen a tener sentido. A partir de hoy propongo olvidar los oscuros tiempos del “tropezarse con la misma piedra”, propongo no volver a cometer errores de lógica y cálculo, señores, hay frases con mucho más sentido, cuya identidad proviene de un cálculo con el que todos estarán de acuerdo.


   Pido perdón, nuevamente, por este ataque de locuacidad política. De nuevo quería asegurarme que los que creen en esta frase se hayan ido o terminen de aceptar su equivocación. Espero haber logrado cualquiera de estas dos. Ahora sí quiero continuar con mi análisis. Tropezar con la misma piedra es algo que pasa solamente en el plano metafórico. Quizá en los tiempos de la creación de esta frase, cuando la gente caminaba más, chocarse una misma piedra dos veces era posible; pero seamos sinceros, hoy en día ya ha perdido todo su sentido. Por eso, sin quitarle mérito a la frase, cuyo contenido es ahistórico pero su forma es totalmente obsoleta, creo que deberíamos reemplazarla.
   Ahora, no soy ningún inocente y sé que asentar una idea en la gente (al menos que seas un periodista gordo y mal afeitado) es difícil y lleva tiempo; pero creo que es un desafío que debemos enfrentar entre todos. La frase tiene que ser alguna ya usada para otra cosa, que mute su significado, tiene que ser un hecho consumado, algo compartido por todos; tiene que tener chispa y gracia; tiene que ser entendida por los niños y aceptada por los ancianos; reproducida por los jóvenes y reivindicada por los adultos; le tiene que pasar a todo el mundo y todos tienen que estar de acuerdo; tiene que ser rápida, sencilla, cuasi comprobada científicamente o por lo menos tiene que dar gracia y a la vez impotencia. A partir de ahora, en vez del ridículo doble tropezón imposible, debería ser “La galletita/tostada volvió a caer del lado del dulce”. Ya se, ya se, no dije nada nuevo ¿vieron? A eso era lo quería llegar todo el tiempo. “Tropezarse con la misma piedra” tampoco es algo nuevo y sin embargo llegaste hasta acá. Creo que la nueva frase es ahistórica y a la vez nada obsoleta, es más, estoy seguro de ello. También me atrevo a afirmar que es capaz de durar por años y años hasta que inventen un robot untador de galletitas para todos y todas.


   Pero todo esto puede ser considerado inútil ya que no es más que en la práctica donde se cambian los paradigmas de la lengua. Así que dejemoslo así. Aquél refrán ha estado instalado quizás por siglos y nadie se ha puesto a pensar que en realidad no está basado en un argumento real. Abandonar el más arriba llamado plano metafórico y transportarse al plano de lo real puede llevar a la humanidad a una madurez nunca antes alcanzada. Cuando las frases hechas dejen de dominar el sentido común y el contenido de lo público, cuando el discurso repetido sea cambiado por las ideas e ideologías propias e independientes, quizás recién ahí, en ese momento, comencemos a ser un poco libres.

lunes, 27 de mayo de 2013

De la ilusión

“Ilusión, s. Madre de una respetabilísima familia, que incluye al Entusiasmo, el Afecto, la Abnegación, la Fe, la Esperanza, la Caridad y muchos otros vástagos igualmente virtuosos.”
     (Ambroise Bierce, Diccionario del diablo)

ilusión.
(Del lat. illusĭo, -ōnis).
1.f. Concepto, imagen o representación sin verdadera realidad, sugeridos por la imaginación o causados por engaño de los sentidos.
2. f. Esperanza cuyo cumplimiento parece especialmente atractivo.
3. f. Viva complacencia en una persona, una cosa, una tarea, etc.
4. f. Ret. Ironía viva y picante.”

     (Diccionario de la Real Academia Española, XXII Edición)


   Las ilusiones son esas cosas que se albergan en el fondo más inentendible de nuestros cuerpos y que, de alguna forma u otra, mantienen al ser humano con vida. Son las encargadas de susurrar mentiras al oído para que, al otro día, uno pueda levantarse con la conciencia tranquila, con la calma que otorga el hecho de pensar que más allá realmente hay algo.
  Pero como bien dice nuestra venerable amiga, la Real Academia (de policías) Española, una ilusión no es más que un concepto o imagen sin verdadera realidad que causa engaño a los sentidos, que simplemente la mantenemos porque en el caso de llegar a convertirse en algo real (y esta frase me encanta) su cumplimiento parece especialmente atractivo. La RAE, señores, es una aniquila ilusiones, pero eso no nos importa hoy; tampoco nos importa mucho la definición de Bierce, cuyo Diccionario del Diablo vale la pena conocer pero no en este momento. Porque de lo que queremos hablar, sí, queremos, todos, es de las ilusiones.
    Las ilusiones, como decíamos, son esas pequeñas autoestafas del hombre, con las que es proclive a encontrarse innumerable cantidad de veces a través de su vida. Innumerable porque existen desde el momento en que la persona sale escupida sin argumento al mundo.
     El nacimiento es la primera ilusión rota.
    Después uno va creciendo y adquiriendo autoconciencia de sí mismo, un poco de sus capacidades y sus limitaciones y (prácticamente nula) del otro, en base a lo cual puede establecer cierto parámetros de ilusiones. Es decir, un tipo que nunca conoció más que el desierto no podrá concebir el océano, a lo sumo rogará a sus dioses un poco de agua; Colón tenía la ilusión de encontrar un camino a la India y lo encontró, nunca quiso asumir que era otra cosa; digamos entonces que uno vive, se mueve, proyecta y piensa respecto a sus ilusiones, no a los hechos empíricos que suceden.
    Por ejemplo hay individuos que pueden generar una ilusión de país en base a la nada misma o a mínimas evidencias truncadas y descontextualizadas generalmente motivados por intereses personales; hay ilusiones suicidas y asesinas; hay algunas que son ambiguas y otras que no llegan ni siquiera a una completa. Hay otras que son más cercanas, más obvias, que recaen en la exactitud del contexto. Pero en general, las ilusiones son todas iguales: son ideas que se implantan en la cabeza para llevar, generalmente, a una desilusión (palabra por la cuál fue iniciada esta búsqueda).
    Porque -parafraseando a Cortázar- cuando se habla de ilusiones, lo que generalmente hay es ilusionados, y lo que estos suelen encontrarse prácticamente siempre es con esa misma ilusión truncada o, directamente, con la desilusión, es decir la muerte misma de esa mentira que se ha creado esa persona para satisfacer una necesidad que nace de la esperanza de algo nuevo, de algo distinto que comúnmente no existe.
    Entonces, la pregunta que surge inmediatamente es para qué el hombre se autoengaña a sí mismo. No lo sé. Lo que sí sé, es que la creación de esas ilusiones vienen desde un lugar arraigado en la esperanza. Cuando uno se crea una ilusión es porque cree que aquello que anhela puede llegar a pasar, que eso que espera puede llegar en cualquier momento y que va a encontrarse con eso que está buscando. Por lo tanto, se podría decir que las ilusiones parten de una (valga la redundancia  o no) ilusión de realidad, de una idea imaginada del mundo, que no existe más que en la cabeza de aquel que la crea y no en el mundo real o tangible.
    Así es que uno se va encontrando casi todo el tiempo con cosas que no son lo que se esperaba, con situaciones que lo desacomodan porque no tienen nada que ver con lo que se creía que iba a pasar. Por eso las ilusiones son tan atractivas, porque tienen la capacidad de crear mundos posibles y destruirlos en instantes, porque se te meten en lo más hondo y le van dictando tentaciones a la conciencia hasta que llega el momento de la verdad y esa verdad nada tiene que ver con lo que uno se venía armando en su conciencia, en su idea de futuro cercano o lejano.


    
   Eran las tres de la mañana cuando descubrió que se le habían acabado los cigarrillos. Cerca de su casa había un kiosco que estaba abierto casi siempre toda la noche. Se puso una campera un tanto abrigada y salió a la calle. Siendo lunes a la madrugada casi nadie andaba por ahí, algunas personas terminaban sus cervezas en la vereda de un bar. Cuando llegó a la esquina vio las luces del kiosco encendidas y la ilusión de conseguir cigarrillos a esa hora de la madrugada y ese día se convirtió en una certeza. Siguió caminando lentamente, las manos en los bolsillos, temblando un poco por el frío y, más que nada, el sueño. Llegó al kiosco, estuvo un rato parado en la ventanilla sin que pasara nada hasta que descubrió el cartel escrito con birome y pegado con cinta: “Vuelvo en 5 min”. Se quedó ahí unos segundos más, pensando si el cartel era simplemente un olvido del kiosquero del turno anterior o una insensatez del que estaba a esa hora. Al darse cuenta que esos cinco minutos pueden ser eternos, que uno no sabe a qué hora han puesto el cartel ni en qué momento, que uno no puede saber cuándo se va a producir esa supuesta vuelta, agachó la cabeza y volvió a su casa, desilusionado.

jueves, 16 de mayo de 2013

Nada es lo mismo sin "Fútbol"

   En las buenas y en las malas mucho más, siempre yo te sigo a todas partes, vos sos la alegría de mi corazón, daría la vida por verte campeón, llega el domingo, agarro la bandera y así podríamos seguir una eternidad enumerando cantitos de gloria y pasión, de amor incondicional y once tipos, de alegría y fútbol. Porque el fútbol es así, es algo inentendible, que está ahí, adelante nuestro, que pasa por el lente de una cámara que está en una cancha a kilómetros y kilómetros del sillón desde el que nos comemos las uñas, nos sacamos los dientes, gritamos, lloramos o simplemente miramos pasar la pelota de lado a lado, creyendo en lo maravilloso y genuino de ese acto.
   Así es señores, el fútbol es eso, fútbol, pero es mucho más que fútbol decía Sacheri alguna vez; porque une, porque arraiga, porque se mete en la sangre y hierve cada vez que el árbitro cobra mal, cada vez que el defensor se manda cualquiera y cada vez que el diez la toca, la mueve, cada vez que el tipo gambetea y se pasa a uno, a otro, y así, de la nada, te la clava allá, donde el tipo de los guantes no la ve, donde la cámara solo acompaña la ráfaga terrible, esa leve calma antes de la explosión; el fútbol es ese gol gritado que sale desde las entrañas, desde lo profundo, desde la oscuridad. Y por eso el fútbol es lo que es, porque no puede ser otra cosa, no es más que un deporte, y no, no lo es, pero andá a decírselo al barrabrava que en vez de mirar el partido amenaza con su porte a la hinchada para que cante, para que aliente, para que disfrute lo indisfrutable del fútbol.
   Pero a ver si hacemos la diferencia: cuando uno habla de fútbol habla de más de una cosa. Primero es un deporte donde, corta y a lo Borges, veintidos tipos corren atrás de una pelota; después es una contienda en una cancha de cinco contra cinco entre unos amigos o compañeros de la adolescencia que no han perdido la costumbre; después está el potrero, y el club del barrio; y por último está esa cosa que se ve por la tele, que es el negocio. Es decir, toda la mística que puede tener la pierna de un tipo, va a caer ahí, a las billeteras de unos cuantos que en vez de comprar acciones en Mc Donald's les tiran unas fichas a las gambas de messi, a la magia de Ronaldinho, a la suerte goleadora de Ibrahimovic o a los penales de Silva.

   Pero frente a la pantalla uno se olvida de toda esa mugre, de toda esa infección compra venta que sufre el mundo. Frente a la pantalla uno quiere comerse el personaje, no quiere ver las obviedades, no quiere razonar, quiere saber y creer que lo que pasa ahí está pasando porque esos tipos hacen que pase y no porque hay intereses económicos que tiran mucho más que los centros de Barros Schelotto. Cuando uno decide ver un partido, decide entrar en esa lógica, en ese juego de tire y afloje, en esa repartija de vos me das el elixir del domingo y yo te pago la cuenta a fin de mes.
   Así que anoche, dispuesto a olvidarme de toda esa mentira que llaman realidad, me acomodé en el sillón a ver a Boca, con los antecedentes del año pasado contra el Corinthians, con la vuelta de Román, con todo el paquete del clásico internacional comprado y metido en el bolsillo. Se dudaba de la legitimidad del árbitro, decían que lo habían cambiado a última hora y que iba a favorecer a los brazucas y a los pocos minutos hay terrible penal para ellos y no lo cobra; al rato una muy buena jugada y el línea, que ante cualquier duda/jugada, levantaba la bandera y anula un gol válido. Empecé a dudar un poco pero no quise hacer mucho espamento de unas pocas “casualidades”, hasta que a los 24' la agarra él, el torero, el mago, el genio indiscutible, el maestro, el distinto, el último 10 del fútbol argentino, la eminencia, el viejo de treinta y cuatro años que no podía correr la pelota y la clava al segundo palo, en el último lugar que el “despistado” Cassio esperaba y gol, gol ¿gol? ¡GOL! ¡GOL, CARAJO, GOL! ¡Grande Román! ¡Gracias Dios, por el fútbol, por Román, por estas lágrimas! No, no sé si para tanto, pero gol y a cantarle a Gardel brasileros.
Y así se iba yendo el partido, se jugó; lo empataron pero tenían que hacer dos más y no los hicieron porque qué se yo, y eso que el árbitro en el segundo tiempo se calzó la azulamarela al ver seguro en el entretiempo que se había mandado semejantes burradas. Ganó Boca, pasaMOS a cuartos y olvidáte, ya me enganché, me subió el espíritu ganador y copero de la historia Xeneize justo cuando había empezado a entender todo.

    Algunos dicen que el fútbol es un negocio, que está todo arreglado, que la mentira ya no la sostienen ni las horas y horas de programas a la tarde; y bueno, qué se le va a hacer, si nos vamos a poner a pensar en todo lo que está hecho, acomodado o acabado en este mundo ya no viviríamos por nada. El fútbol es así señores, es pasión, es cancha, es creérsela, es mañana burlarse del fantasma de la B, es no importarme que no me importa.

lunes, 6 de mayo de 2013

Un problema

   Debería hacerlo con un psicólogo, pero como esa práctica me resulta bastante complicada, más que nada para mi billetera y un poco (apenas) para mi mente no manoseada aún (por un psicólogo, por lo demás, completamente moldeada), lo hago con este pedazo de Internet que me he agarrado para mí adueñándome de un pequeño terreno del ciber espacio compartido, comprado y vendido.
   Tengo problemas. Así es, tengo problemas y quien ose pasar su vista por estas líneas lo va a saber.
   Es probable que nadie se haya dado cuenta, o mejor, que a nadie le importe, pero repito, como no tengo plata para ir al psicólogo y aun una pequeña parte de mí se resiste a ello, convierto a unos supuestos lectores en mis depositarios de catarsis, en los oídos comprensibles, en la sepultura de mis ideas, en las caricias de mis frustraciones, los convierto en lo que quiera y ahora quiero alguien que escuche, que sepa, que como toda la gente común, tengo problemas.
   Dicen que tener problemas no es tan malo, que de hecho la "crisis" es la parte linda de todo porque es cuando uno se da cuenta que tiene que mandar todo a la bosta y empezar de nuevo, reconstruyendo. Es cierto que para esa reconstrucción no hay que olvidarse del pasado y bla, bla bla, Galeano o algún otro ya lo explicó mejor que yo.
   Hablar de uno mismo es fácil cuando tiene que ver con anécdotas o alguna sensación o algún "para mí que..." o un "yo me acuerdo..." o "una vuelta me pasó que..." o el peor de todos: "a mí también". Pero cuando se trata de algo realmente interno, que en serio pertenece a las raíces invisibles del yo y el recontra yo, la cosa se da vuelta un poco. Porque en primer lugar hay que tener, por lo menos, una mínima cuota de confianza con ese ser en el que vamos a depositar la esperanza de conseguir algún consejo; en segundo lugar hay que tener en cuenta que uno puede confiar en cualquier idiota y el consejo de cualquier idiota puede no ser el mejor. Así que olvidamos estos dos pasos y damos por sentado que voy a contarle mi problema a alguien sensato en quien confío. Bueno, a este tipo ¿qué le importa mi problema? nada, en absoluto, le chupa un huevo, lo escucha porque tuvo la desgracia de estar ahí y como mucho (y ojo, por ahí es con buena gana) me va a tirar un "y...fijáte" o "tendrías que pensarlo bien" o con suerte se acordará de alguna canción de Facundo Cabral y cantará un pedazo, desafinando.

   Instrucciones para dar consejos:
   Mentira, hoy no le quiero robar a Cortázar.

   Lo que quiero decir con esto es que los problemas de la gente no le importan a nadie. Para no sonar maquiavélico te doy un ejemplo: Te subís a un taxi porque te dormiste y llegás tarde al trabajo o le tenés miedo a la oscuridad, qué se yo. La cuestión que te subís, saludás al tachero, le decís a dónde vas y sin querer le preguntás algo sobre el clima, si va a llover o alguna pelotudes de esas y el tipo, con toda la tranquilidad del mundo te larga un discurso errático sobre el pronóstico extendido en toda la provincia, te cuenta que "la otra vuelta me quedó el auto abajo del agua, encima subió la nafta de nuevo y por esta zona, de noche, no podés andar porque te agarra un chorrito de esos y por veinte mangos te pega un tiro y a mi suegra el otro día, pobre mi suegra, yo mucho no la quiero viste, pero el otro día se cayó pobrecita, y ni hablar de mi hijo que es policía y hace poco lo metieron en un quilombo unos villeros que..." y así hasta que llegás a dónde ibas con la cabeza atiborrada de problemas ajenos que encima te importan un carajo.
   La gente tiende a creer que tiene cosas interesantes para contar y a veces llega a competir para ver quién es más miserable, o por quién tuvo más problemas, pero esto lo dejamos para otro capítulo. Como te decía che, de verdad piensan que tienen algo para decir, que su voz es importante, que te van a cambiar el día o la vida con un chiste que ya te hicieron mil veces, que nunca conociste a alguien que te pueda contar algo así, que realmente la vivieron todas. Otros se hacen blogs.
   
   Pero me fui del tema, te estaba contando que tengo problemas, sí, como que es algo muy de adentro, que me cuesta hacerlo salir. Todo el mundo tiene problemas, y pasan tantas cosas que lo que me pase a mí no es nada, ya se, pero viste a que a veces uno se siente impotente ante tanta cosa que ve, que escucha.
   ¿Sabés qué? no te hagás drama, ya se me va a pasar. Sí, si, todo bien, todos tenemos problemas, no te voy a castigar con los míos, seguro vos ya tenés bastantes... no, no, ni se te ocurra, si se se los querés contar a alguien andá a un psicólogo o no sé, hacéte un blog.

viernes, 3 de mayo de 2013

El nombre de los jueves o conversación nocturna sin mucho preámbulo


             Todos los jueves tienen un nombre, o al menos los que importan. Hay lunes insípidos, que no tienen gracia, que están ahí solamente para darle un inicio a la semana. Los martes son un fracaso, son el hijo bastardo del lunes, el no reconocido, el que está ahí para darte una mínima brecha entre la partida y la mitad del camino. Los miércoles son una mera transición, son como estar parado en la cornisa, son como esa clase media indecisa que no sabe si pedir sushi o hacerse un puchero, que no pueden ser ricos y no quieren ser pobres. Los viernes son la gloria, son optimismo, la esperanza, es el inicio de todo lo que puede llegar a pasar, es el testigo de Jehová de traje y con una valija negra, que te toca timbre a la mañana y te dice “acá tengo la felicidad ¿La querés o no?”: están los que le cierran la puerta en la cara; los que empiezan a concentrarse en la forma de la valija, en su color y en quien la trae; pero también están ellos, los grandes, los inmaculados, quienes con oficio de kamikaze se atreven a abrirla,  a ver qué hay adentro, a comprarse el paquete entero para no arrepentirse nunca.
                Y están los jueves.
            Otro jueves cobarde que no sabe bajarse ni los pantalones, decían los Caballeros de la Quema cantando melancólicamente con Joaquín Sabina. La careteada country club de la Viuda de los Jueves; el inmemorable hombre que fue jueves de Chesterton y así miles de jueves que han pasado a la historia sin ninguna dificultad.
            El jueves tiene eso. Todo sería más fácil de explicar si se supiera qué es eso. Los jueves son alternativa, son una duda constante, porque ¿qué se hace un jueves? Y… todo, o nada. Esa es la cuestión. Shakespeare algo debe haber pensado de los jueves, y ni hablar de Borges que veía todo desde una perspectiva bastante diferente.
            Pero hoy, sobre todas las cosas, quiero hablar de unos de los jueves en particular. Porque de los nombrados de más arriba, el único que todos alguna vez hemos usado, es el jueves cobarde, ese jueves que no tiene nada, que está ahí imitando al miércoles, siendo una transición triste, inútil. Quiero hablar, quiero dar a conocer a este jueves nuevo, que se presenta así, como si nada, fácil, ambiguo: El jueves putita.
            En primera instancia, pido perdón por la palabra “putita”, pero es que después de un brevísimo tiempo de reflexión  fue lo primero que se me vino a la cabeza y cambiarlo me pareció tan malo como una traición a la patafísica. No pretendo ofender a nadie, ni mucho menos, es simplemente un uso del lenguaje común para explica algo común que –intentando no salir tanto del tema- es los jueves.
            Los jueves putita son esos días que uno puede manejar, en los que se tiene opción, en los que se puede confiar. Si bien hay discusiones sobre este día* se puede decir, tranquilamente, que son de los más fructíferos. Son los días en que el resultado puede ser palpable, totalmente tangible. Los  jueves putita están ahí para quienes sufren la semana, para quienes los viernes están demasiado lejos. Los jueves putita son así porque aparecen desnudos, en cuatro, dispuestos a que hagas lo que quieras. De vuelta pido perdón por la analogía, pero debo usarla por necesaria, por compleja.
            Los jueves cobardes son generalmente los más comunes; pero los putita se notan, se sienten, se huelen desde lejos; ya a la tarde, desde temprano, uno puede decidir qué va a ser de ese día, que mágicos encantamientos deben caer sobre uno. “Los Jueves putita son como una canción de Arjona, decidida, astuta” (Magnotta D. Pág. 105-106).
            Los jueves putita son una creencia popular, están ahí donde nadie sabe, en ese lugar que ningún ser puede encontrar, encerrado en los parajes más oscuros de la tierra. Estos jueves están ahí, para todos, entregados, como para que uno decida por una vez en su vida, aunque sea por una vez, lo que quiera hacer, para ser libres, porque el jueves putita es la oportunidad de la libertad, la posibilidad de elegir lo que sea, pero sobre todo eso, la posibilidad, de nuevo, la oportunidad de ser yo, sí, yo, el que elija qué hacer; el que decida cómo empezar el viernes, el que decida cómo terminar la semana y empezar el fin de semana. El jueves putita.
            Eso, señores, el jueves putita es eso. Ser uno mismo, elegir el destino, cambiar la historia, el jueves putita es todo lo que uno quiere de él y todo lo que él quiera de uno.
* Dante Magnotta discute sobre esto en “Conversaciones de Viernes a la madrugada o resultado de los jueves” diciendo que  “(…) los jueves son  como esa mina que te promete, que se te insinúa, se te ofrece, te seduce; pero en realidad en el fondo sabés que no va a pasar nada extraordinario ese día, aunque es un vestigio tentador de los días venideros.”

lunes, 29 de abril de 2013

Bastar(se)

   Basta, como si fuese posible decir basta.
   Basta. Unos decían me cansa decir basta.
   Y yo me digo basta.
   La palabra basta, tan amplia, tan vasta. Va hasta aquí, va hasta allá, con eso alcanza, con eso basta.
   A veces uno se lo pide por favor, que baste ¡bastá, por favor, bastá! pero no basta, no se puede parar. Porque va hasta lo más vasto, lo más profundo y no basta, no puedo decir basta, aunque me canse decir basta.
   Como hacerlo, puedo, decirlo, pero es un engaño, una leve mentira, un aterciopelado disfraz con lentejuelas de caleidoscopio.
   Basta es más complejo que un palíndromo; basta es un sinónimo-homónimo con variación de forma y significado; basta es una μεταφορα, una mudanza de sentido constante. En lo escrito se basta a sí misma; en lo oral es vasta, va hasta donde sea y no basta. En lo oral es eterna, feroz.
   ¡Basta! pff, como si fuera posible decir basta
                                                   
                                                       y quedarse de brazos cruzados.
                   basta                                             basta
                                             con esto
 
Pero no basta, no basta y no basta. Lo hablado tiene eso, se pierde, se escabulle, se esfuma por todos los poros, no se puede entender.
           Hasta si lo dicta
   la conciencia,
                                Basta
                                                   No
                                                                 Alcanza
                               para                        bastarse.
   Gritarlo es acción, escribirlo es dormir. La fuerza de esas cinco letras está en su expresión eterna, variable, inaprehensible. Si lo grito lo entiendo, si lo escribo me basta.
   La calle es vasta, así y todo escucha a los noctámbulos y le susurra basta al oído, suave, tierno, erótica. El caminante no se calla, no le basta el silencio y se grita ¡Basta! como si alguien lo pudiese escuchar, como si el mismo se pudiera escuchar.
-Basta -se decía- como si fuera posible decir basta-.

lunes, 22 de abril de 2013

Calle tomada

                          "-Tuve que cerrar la puerta del pasillo. Han tomado la parte del fondo."
                                                                           Casa tomada. Julio Cortázar. 


   -¡Marta, Marta! -gritaba el viejo desde el sillón mientras subía el volumen del televisor -¡Cerrá la ventana que no escucho el noticiero!
   -Pero que viejo rompe bolas -decía Marta en voz baja y caminando bien despacio iba a cerrar la ventana.
   -Mirá, Marta, mirá, están haciendo una marcha, como con el viejo ese, un cacerolazo, mirá, mirá, y ¿qué es ese ruido de afuera?
   -No sé viejo, unos piqueteros, qué se yo.
   -No Marta -dijo el viejo comprendiendo la situación -No, Marta, lo que tus ojos ven y tus oídos oyen no son piqueteros; son revolucionarios, son la fuerza de la unión, Marta, son el frente que viene a salvarnos, son las nuevas ideas, son la nueva ola, son personas que han dejado de lado sus individualidades, Marta, han dejado de lado el egoísmo, se han organizado repudiando la violencia para defender sus derechos, los míos y los tuyos, Marta, ellos son toda la voz de un país que se alza para liberarnos de la opresión, para pelear por nuestra libertad de expresión, para que no nos censuren, Marta, para que no nos roben a plena luz del día y para que podamos comprar dólares, Marta, dólares; ellos son los héroes, los caceroleros -. 
  El viejo se había emocionado, le lagrimeaban un poco los ojos. Marta lo miraba admirada, realmente estaba escuchando algo inspirador, bello y nuevo que salía de la boca de su jefe. Ya no se sentía una más, ahora sabía que trabajaba para un hombre inteligente. 
   El viejo seguía -Su arma no es el fusil, Marta, su canto no es un himno, su bandera es la de una patria derroida; sus colores son los de todos, su capacidad es llenar las plazas; su bandera es la paz y su grito es el odio; piden libertad y son libres de hacerlo; piden los sueños que compraron confiados en un diario o una revista y les pertenecen; piden que no les roben en la cara, y está bien. Lo que los une es el odio, por eso son revolucionarios, porque odian, porque golpean la simbólica cacerola vacía con la cuchara de madera, Marta, porque están juntos- dijo el viejo -por lo menos es lo que están diciendo en la tele.
    -¿Y en qué se diferencian de los piqueteros, viejo? -Preguntó Marta confundida.
    -Ah, Marta -respondió el viejo un poco enojado -qué pregunta pelotuda, Marta. Los piqueteros son unos negros pagados por el gobierno para... para... bueno, ahí para joder. En cambio estos salen cuando ya todos están sin obligaciones, ¿entendés, Marta? estos te salen a las ocho de la noche, todos pueden ir, protestan por todos y no joden a nadie, nadie llega tarde al laburo, ¿entendés, Marta? así sí, así da gusto.
     Marta estaba un poco confundida, había vuelto a abrir la ventana que daba a la calle y escuchaba los cantitos y los gritos eufóricos. El ruido se hacía cada vez más fuerte y ella quería saber cómo se sentía ser parte de la clase revolucionaria, cacerolera, con voz verdadera, propia, aunque sea por un rato.
    -Viejo- dijo Marta tímidamente y se quedó callada, a la espera.
    -¿Qué pasa, Martita?
    -¿Vamos? dale, aunque sea un rato -propuso Marta y los ojos le brillaban como nunca.
    -No, Marta, no jodás que mirá la hora que es y el frío que hace.
    -Ah viejo, dejáte de joder que la noche está hermosa para salir un rato a caminar, y de paso pasamos por la plaza, yo llevo la teterita en la cartera y una cuchara, como para no caer con las manos vacías, viste, estamos un rato y nos vamos, dale viejo, dale.
    -Bueno, Marta. Traéme el suéter y cerrá con llave, no vaya a ser cosa que a un pobre diablo se le ocurra robar y se meta en la casa, a esta hora y con la calle tomada.

martes, 16 de abril de 2013

El castillo de cartas

   Los castillos de cartas son perfectos. Compuestos por cada una de las partes de un mismo mazo y, a veces por cartas ajenas.
   Son perfectos porque oscilan entre la debilidad del papel y la fuerza del castillo. Van creciendo, hacia arriba, hacia los costado, nada los puede detener, excepto una mínima ráfaga de viento.

   Yo he visto el castillo de cartas.

  Algo que caracteriza a estas estructuras es que, a pesar de su nombre que evoca la firmeza, lo fijo, la supervivencia a través del tiempo, todo en ellos depende de unas manos precisas, de un manipulador que no vacile, que no tiemble ante ningún arriesgado movimiento, que no dude en dejar caer algún seis de copa para elevar un ancho de basto.
   Ahora, si estas manos hacen un movimiento fuera de lo esperado el castillo tambalea, caen algunas cartas, pero si la base está bien armada las cartas de abajo siempre van a quedar abajo; y las de arriba solo cambian de palo.
   También es cierto que están bien diseñados. Las cartas de abajo presentan la resistencia, son las que no se pueden mover, las que nunca suben, porque si son las que se caen hay que empezar de nuevo. En cambio las de arriba van mutando, pero siempre entre las restantes que no forman los cimientos.
   El problema del castillo de cartas reside en el mismo lugar que su belleza: en lo efímero, lo delicado, lo débil, lo pomposo, en la perfecta aleación entre fuerza bruta e inocencia.
   No hay tantas cosas más fáciles que demoler un castillo de cartas, es cuestión de soplar un poco, de empujar una de las partes con un mínimo esfuerzo. Pero no es tan fácil si uno lo ha defendido, si se lo ha construido para sí, porque después del derrumbe queda la culpa, la incertidumbre.
   
   Yo vi el castillo de cartas y me dieron ganas de soplar.

lunes, 15 de abril de 2013

Insomniar

                                                                                                               A Gelman.

   Tengo dos cerebros. El uno me dice lo que quiero hacer, el otro me dice lo que tengo que hacer. Pero ninguno me dice lo que siento hacer.
   Gira y gira la rueda de mi bicicleta.
   Tengo dos cerebros. El uno dudoso, el otro certero. Tengo dos cerebros, el uno indeciso, el otro, sereno.
   Tengo dos cerebros.
   Gira, gira la rueda de mi bicicleta.
   La poesía existe cuando es. La palabra da vida. Lo dicho existe, lo que ya fue, es porque fue, y lo que es, es, también porque fue. Lo no dicho carcome, muerde bien adentro. Lo no dicho consume. Lo que no se dice está censurado, reprimido, en silencio, asustado. Lo no dicho no existe porque nadie lo dijo y nadie lo escuchó. Lo no dicho no puede ser, no es. Lo que no se dice da insomnio.
   Nada es, todo fue o será.
   Sus ruedas aún torcidas, su barro pegado, gira y gira la rueda de mi bicicleta.
  Tengo una bicicleta que baila. Tiene una rueda que no deja de girar. Busca la curva constante. Es tan extensa que no se puede medir. Ella no quiere bailar, quiere estar fija. Quiere parar de sacudirse. Baila porque quiere parar.
   Gira y gira la rueda de mi bicicleta.
   La poesía es un pájaro, dijo, y no es. La poesía es juan, dijo, y no es. La poesía es todo esto y después escríbelo, dijo, y no es.
   La poesía es lo que tiene que ser, sino no es poesía. La poesía está porque hay todo de ella en el aire. El poeta es una mentira, es un denunciante, es el represor, el selector.
   Gira, gira y gira la rueda de mi bicicleta.
   El tiempo es un sentimiento extraño. Pasa por todos lados, te marca la piel. Y se va.
   El tiempo es ese amigo perdido, que desaparece. Y aparece años después para recordarte cuánto tiempo ha pasado.
   Cuando me paro en la ventana veo perder el tiempo, cuando miro para atrás el tiempo gira y gira con la rueda de mi bicicleta.

martes, 26 de marzo de 2013

Así está la cosa (Carta a Roberto Arlt)

                                                   "Buenos Aires igualito que en los tiempos de Roberto Arlt".

Querido Roberto:
      Te escribo esta simple carta para contarte que las cosas han cambiado bastante desde tu última visita. Hace como setenta años viniste a La Plata y la encontraste encantadora, pacífica, llena de buena gente, de belleza por doquier, silenciosa, tranquila, viste en ella un excelente lugar para vivir. Bueno, como te decía, las cosas han cambiado un poco.
   Los tranvías ya no circulan por el medio de la calle ni frenan a mitad de cuadra para recoger a una anciana, es decir, ya no circulan; los colectivos se han puesto de moda acá también, tal como en Buenos Aires. La gente ha perdido bastante su amabilidad y los dueños de los comercios han contratado empleados desganados por un mal sueldo para que se ocupen de sus tareas. Los edificios ya no son tan magníficos como aquella vez, ahora la mayoría son administrativamente aburridos.
   Los bares o cafés ya no son habitados por filósofos callejeros o clientes de confianza, sino por gente apurada, indecisa, que busca darse el gusto de estar un poco sin hacer nada, pero solo un rato, porque luego deben volver al trabajo. Casi nadie se pregunta mucho si el otro está perdido o necesita ayuda, mas bien siguen caminando sin mirar, sin ver nada, siempre con la vista hacia adelante o hacia abajo, muy pocos miran al costado o se atreven a echarle una ojeada al cielo, al menos que esté por llover, no vaya a ser cosa que se mojen.
   Los colectiveros no son como los conductores de tus tranvías, no, estos ni siquiera dicen "hola", y es que se han cansado de saludar y recibir como única respuesta el precio del pasaje que quiere el pasajero.
-Buenos días-
-Dos con cincuenta y cinco.

   Las cosas han cambiado mucho desde que viniste che, y si de atorrantes hablamos, no se si la plaza, pero la ciudad está llena, por todas partes como en todos lados, es parte del paisaje. Los agentes del tránsito que daban lecciones a los conductores fueron cambiados por unos papeles que pueden llegar a decir "Vehículo en infracción" o "Bien estacionado" que son colocados en los limpiaparabrisas por unos tipos de naranja con un aparato lector de patentes en la mano; es bastante horrible, nunca me pasó, pero recibir una felicitación por parte de un papel entregado por un desconocido...
   Todo esto se debe al bendito progreso, ajá, todo se lo debemos a él. Vos no los viste, pero ahora la ciudad está llena de estudiantes, lo cual es bueno, revitaliza la calle, le da más naturalidad, llena de colores el bosque y las plazas, aunque de a poco también se van volviendo grises, cada vez más cerrados, solos. Por suerte, esto del progreso, ha hecho crecer la cultura, o generarla, por donde vayas ves un centro cultural o un centro político, gente organizada para hacer de esto un lugar mejor, o por lo menos es la idea.
   La Plata fue bastante modificada desde tu visita, Roberto, digamos que "creció" para parecerse cada vez más a la gran capital que siempre quiso ser y no pudo por culpa de Buenos Aires. Por todos lados está lleno de autos, la tranquilidad, durante el día, ya no es algo que la caracteriza, aunque sí en la noche; pareciera ser que a veces le sale de quién sabe donde esa nostalgia de pueblo que creció abruptamente casi sin darse cuenta. Y un poco fue así. 
   Porque hemos venido de todos lados y nos ha encantado esta ciudad, cada uno trayendo un poco de sí, nos hemos acostumbrado a las diagonales, hemos caminado bajo las sombras de sus copiosos y abundantes árboles (sí, todavía está lleno), hemos paseado por las plazas, y sobre todo Roberto, nos hemos enamorado de sus mujeres. Ay, si vos las vieras ahora hermano, si te gustaban antes tenés que verlas ahora, vienen de todos lados y caminan por la calle como diosas, como reinas, y a montones, hay decenas de miles, con sus sonrisas, con sus peinados, con sus bicicletas, con sus anteojos de sol, son las únicas que todavía recrean esa armonía de la que hablabas.
   Por eso te digo che, todavía te podés regocijar con ese panorama que contemplaban tus ojos, y si no mirás los árboles que llenan el enorme gris de un verde perfecto o el cielo, que es lindo y azul, podés mirar a las mujeres, ¡que son más lindas todavía!

jueves, 21 de marzo de 2013

Sueño colectivo

                                                                                            We didn't start the fire,


   Lo peor de estar cansado es no saber de qué. Uno anda por ahí bostezando de pura falta de algo mejor que hacer. Encima, hay veces, que el cansancio no es físico ni mental, no sé, viene de otro lado, como si las conversaciones en la calle, las burocracias universitarias, los semáforos, todo se complotara para hacerteló saber.
   Una vez un amigo me dijo que la cagada de despertarse es que te desencantás, que a todo ya le ves la verdadera cara, que ir por ahí como si nada ya no genera los mismos placeres que antes. Pero qué se yo qué es despertarse, yo lo que se es que cuando estás cansado no queda nada, no hay consuelo, no hay forma de dar vuelta la página y seguir escribiendo otra historia, no hay "descansos" visiblemente accesibles.
   Naturalmente, la gente está cansada, se les ve en la cara. A los vendedores de la vereda, con la gracia que le ponen, se les notan los párpados caídos; los tipos que viajan en micro se duermen y se pasan de la parada de lo muertos que están; la gente en general ya está casi muerta.
   Los que ponen los cartelitos de "bien estacionado" están cansados, los barrenderos no dan más, los cartoneros preferirían el fusil a seguir caminando noche tras noche por ese kilo de cartón, los kiosqueros dicen basta, los mozos anhelan la cama, no sé, todos están cansados. Están cansados de estancarse, de estar siempre ahí, día tras día, poniendolé el cuerpo sin voluntad a algo que no les interesa.
   Creo que la gente de los autos importados también está cansada.
   En Buenos Aires, subirse al subte al mediodía es la postal del cansancio, de la tristeza, de la desolación, del irremediable "qué le vamo' a hacer, la vida es así loco". Hombres de corbata que pierden los sentidos y se duermen en sus asientos, estudiantes de otros lados ya abombados por el continuo estruendo, todos conocedores del lugar exacto de su bajada, porque al son de la chicharra, como si nada, se levantan y se van, cansados.
   Un viejo duerme en una plazoleta de Diagonal 79, la gente camina a su lado,no lo ven, están demasiado cansados. El tipo se reincorpora, mira lentamente hacia ambos lados, esboza un larguísimo bostezo; aún no ha dormido del todo pero se levanta, junta sus cosas y sigue camino, seguro va a un lugar más tranquilo, para poder dormir de nuevo, quizá para siempre.
   Dos minas hablan mientras caminan con decisión, usan anteojos de sol y ambas un pañuelo al cuello, parece a propósito. "Me van a escuchar, traje la garantía, el recibo de cuando lo compré, llamé antes para averiguar bien, me lo tienen que solucionar", dice una, la otra saluda a una conocida que cruza y no responde. "Sí, boluda, ya tengo todo armado, pero si me preguntan algo que no se, estos hijos de puta me cagan, bah, igual me van a cagar", están cansadas.
   La pelea del día a día, sea cual sea, es agotadora, porque yo no veo a nadie que no esté cansado, y ojo, caminan, corren, manejan, hablan, comen, mandan mensajes, todo hacen, siempre al máximo sin parar; toman café, comen manzanas, miran televisión, suben fotos al facebook, hasta que finalmente se acuestan, rendidos, duermen seis, siete u ocho horas, pero se despiertan cansados a hacer lo mismo de ayer, de lo que ya están re podridos.
   Quizá ese sea el secreto de la vida, la formula de la inmortalidad, la forma de impedir el paso del tiempo: hacer de todos los días una copia fiel del anterior para no traicionarse a uno mismo, para no dar vuelta la página y seguir con otra historia.
   Creo que la gente de los autos importados también está cansada.
   Es cierto, nosotros no empezamos el fuego, pero nadie hace nada por apagarlo, o muy pocos y están terriblemente cansados.

miércoles, 20 de marzo de 2013

Cuando llueve

                                                              Llueve, para que compre un paraguas y te vea.


   Afuera llueve, y cuando llueve afuera el adentro se convierte en todo el mundo existente. El hombre se ha construido históricamente guaridas para solucionar el histérico problema de mojarse.
   Los pronósticos de los noticieros se han convertido en augurios de los diosas que obligan a salir con o sin paraguas por las dudas. También han generado o en su defecto aumentado el "por las dudas", ese término cobarde que cohíbe las posibilidades de aventuras, que hace que todo esté prevenido, calculado, fuera de toda sorpresa. "Por las dudas llevo paraguas", "por las dudas voy al baño antes de salir", "por las dudas llevo plata", y así montones de miedos que acumulamos en útiles previsiones.
   La lluvia te hace rebuscar la fórmula del entretenimiento, porque a menos que haya una actividad previamente pautada, no vale la pena mojarse por un quizás, por un "por las dudas". Entonces queda quedarse en casa, cargar alguna película, leer algún libro, o eso que nunca falla, eso que siempre está esperando por vos y el aburrimiento extremo para que lo hagas: las manualidades. Las manualidades, aunque suene con un hermoso doble sentido, hablo de esas que tienen que ver con cortar papeles, pintar cartones, pegar cosas en las paredes, sacar fotos, hacer tortas fritas, y otras más, qué se yo.
   La cuestión es que la lluvia está ahí, pero agradecé que no se cortó la luz, que todavía podés escuchar tu bendita música, que todavía no tuviste que sacar las velas guardadas en el cajón que alguna vez (adiviná) compraste por las dudas. No se cortó la luz y todavía no tenés que sufrir lo que ello implica, silencio, oscuridad, cera en la mesa, más silencio, de vez en cuando un ruido ajeno, lejano, todavía no te tuviste que encontrar con vos mismo, safaste de escucharte pensar, de intentar comprender lo que pasa por tu cabeza por única vez en tu vida.
   Pero bueno, ahí estás, vos y tu miedo a que se corte la luz, que te quedes sin nada, absolutamente nada para hacer. Si estás con gente safás mucho más la situación porque, si llueve, probablemente hagas lo mismo que hacés siempre y si se corta la luz podés jugar al tuti-fruti o alguno de esos juegos que tu mamá te hacía jugar para "entretenerte" cuando en realidad eran una trampa pedagógica para un "aprendizaje divertido".
   Pero, volviendo al tema de los soliloquios mentales, cuando se corta la luz uno tiene que escuchar, y hacerse cargo de eso, porque no se puede ir por la vida sin darle bola a lo que uno escucha. Como dijo Caparrós, escuchar es un trabajo arduo, forzoso, agitador, "escuchar es esperar lo inesperado". Entonces es ahí donde el trabajo del psicólogo tan aclamado por los argentinos se vuelve tan "útil", porque consiste en escuchar, simplemente dejar que el tipo "enfermo" hable y se arme la maquetita estructurada de sus pensamientos para que se ordene un poco y pueda seguir con su vida normal.
   Vuelve la luz y con ella la alegría, el ruido de los electrodomésticos reactivándose, las sombras desplegándose por la habitación, la música invadiendo desde los parlantes. La luz, la luz y sus milagros, las esperanzas renovadas, el "por fin puedo seguir con mis cosas". Así es, safaste de nuevo, de vuelta no vas a tener que encontrarte con vos mismo, de vuelta va a haber ruido y distracciones como el facebook o un partido de fútbol. A guardar las velas que no se gastaron ni la mitad, a olvidarse de esa idea que se te había ocurrido, a sumar los puntajes del tuti-fruti, a descubrir que sin la luz muchas veces somos seres pensantes.
   Pero afuera sigue lloviendo y ya se hizo de noche, así que habrá que ir pensando en la cena y ya empezar a dar por terminado ese día que te encerró y te obligó a disparar y descubrir los límites de tu imaginación, que te llenó de miedo de vos mismo, que hizo que te dieses cuenta que en realidad no sos tan divertido como pensabas.
   Bueno, bueno, tampoco todo es tan malo. Hoy cuando me levanté dos o tres imágenes desencadenaron en esto. Aparecí con cara de dormido en el living y mis hermanas hacían unos carteles y papel picado para una recibida. Estaban las tres, situación que me llevó a los tuti-frutis de la infancia, mate y pan casero; afuera llovía, las luces rebotaban en las gotas y brillaban, ese fenómeno siempre me llamó la atención.
   La lluvia ya mermó bastante, aprovecho y escribo.

lunes, 18 de marzo de 2013

Despertar, morir

                                                                              Es la muerte que está viniendo - dijo el niño.



   En un poema Borges comparte su idea del sueño como ese momento de encuentro con ese inconsciente enamorado, que no se sabe en qué forma puede venir. También se pregunta porqué si el sueño es solo un estado necesario para el desarrollo del individuo despierto, es tan horrible ser expulsado de aquel reino tan bruscamente por una sacudida violenta o un reloj despertador.

   Miles de veces he escuchado que dormir es perder el tiempo, que si te la pasás durmiendo no disfrutás la vida, y montones de clichés más sobre la alegría de andar despiertos por el mundo, pero nunca he sabido responder a esos ataques más que expresando mi gusto por el hipnótico estado del sueño.
   Es que el sueño no es solo restablecer las condiciones de un cuerpo desvencijado por el cansancio, no, es mucho más que eso. Es la posibilidad de encontrarse mano a mano con el inconsciente, con los mensajes subliminales de nuestras películas mentales. Es cierto que despierto se viven la mayoría de las cosas maravillosas y geniales de esta vida, pero ¿cuántas veces nos hemos despertado con la ilusión que eso que acaba de pasar por tu cabeza pueda llegar a ser real?
   Además el pre-sueño, que es el estado en el que uno se encuentra tan cansado y ya hace mucho tiempo sin dormir que comúnmente denominamos "pasado de rosca", es uno de los momentos más creativos del ser humano -y esto lo digo bajo una rigurosa comprobación empírica-, lástima que uno se encuentre tan inútil como para agarrar un papel y rayar algunas cosas, pero si se pudiera hacer, el mundo sufriría de cosas maravillosas todos los días.
   Los griegos, históricamente, recibieron todos los augurios de los dioses a través del sueño; Jesús hablaba con Dios en un estado más parecido al de la bella durmiente que a la meditación; años después de los Juegos Olímpicos de Atenas 2004 Manu Ginobilli confesó que se le había aparecido Michael Jordan en sueños diciendolé que le iba a ganar al último campeón del mundo con un doble histórico en el último segundo.
   Los sueños y el inconsciente han sido más que importantes desde el principio de los tiempos. Que digan lo que quieran, pero dormir, esa acción tan perfecta, tan sin interrupciones, tan cordial, tan envolvente, tan irónicamente activa, es inigualable. Más de una vez he tenido que interrumpir el sueño para levantarme a hacer cosas que en ningún punto eran más disfrutables, por lo que puedo decir que en proporción, muchas veces es mejor dormir que estar despierto.
   Estar despierto conlleva responsabilidades, obligaciones, hacer y afrontar cosas que uno no quiere. Pero sin embargo, es bastante contradictorio, porque a pesar de todo lo que puedo defender al sueño, no deja de ser cierto que uno duerme para estar despierto, es muy raro que alguien esté despierto para dormir.
   Aún podría seguir citando a Borges para defender este estado tan cercano a la muerte, tan parecido a la inexistencia física, tan lleno de descubrimientos asombrosos. Uno entra a ese mundo de ficción donde las reglas han dejado de existir tal cual las conocemos, don de la moral es un insulto, donde las relaciones se establecen desde puntos de contactos inalcanzables para la capacidad de comprensión humana.
   Uno puede soñar que sueña que está soñando, o que es otra persona, o que es muchas personas, que se atreve a todo, que es un cobarde, que puede volar, que tiene ganas de ir al baño, que cae en un precipicio infinito, que asalta un banco, que viaja a través de la ruta, que va al funeral de un pariente o de sí mismo, que las ciudades están conectadas por recuerdos, que el Papa es uruguayo, que uno salva a la tierra de una catástrofe intergaláctica, puede soñar lo que quiere, pero despertarse siempre es la muerte.
   No sé, el tema de los sueños siempre me llamó la atención, a mí me gusta tanto dormir que un día me voy a despertar y ya van a haber hecho la revolución.

jueves, 14 de marzo de 2013

Memorias de la construcción

   Hay cosas que quedan impregnadas en la piel, en la nariz, en las marcas de las manos, y uno por más que lo intente no puede desprenderse de ellas: basta estar en contacto con algunas cosas para que los recuerdos entren por todos lados.
   Creo que lo lindo de la memoria está ahí, que puede venir por donde nunca te lo esperes. En forma de color, sonido, olor, todos recuerdos involuntarios.
   Ayer tuve uno de esos momentos, pero no en los que te acordás de algo y seguís como si nada, sino de esos que te quedás a vivirlos. Fue cuestión de levantarme temprano y salir en la bicicleta, ver el polvo esparcido en el piso, poner el agua a calentar para el mate, agarrar una lija y empezar a sacar las impurezas de las paredes con el fin de poder pintar después, para recordar que alguna vez fui albañil.
   El albañil es ese tipo que estuvo en tu casa antes que vos, que la conoce mejor que vos, el que dejó limpia tu pieza por primera vez, el que se animó a tirar la cadena del inodoro sabiendo que podía fallar, el que hizo que te luzcas frente a tus vecinos con la fachada de tu casa.
   El trabajo del albañil es duro, es jodido. Uno se levanta a las seis y cuarto de la mañana como para poder tomarse unos mates tranquilo y escuchar un poco la radio; cerca de las siete te pasan a buscar en una camioneta de esas Ford viejas todas manchadas y llenas de porquerías, buscás algún lugar entre todas las cosas y te sentás. Si no tenés ese transporte, a las siete menos cuarto agarrás la bicicleta y hacés el camino. Si es sábado y sos joven, y la obra queda cruzando toda la ciudad, vas a ir por las calles menos transitadas, las menos céntricas, porque no querés encontrarte con tus amigos que vienen borrachos de joda, no, no está bueno hacerlos sentir mal, no serías un buen tipo si ellos, que vienen de divertirse, te ven a vos que vas todo roñoso a trabajar, no, eso no se hace, porque se les va a instalar un sentimiento de culpa que nunca podrán perdonarte.
   Cuando al fin logra evadir todas las dificultades de ese viaje, llega a la obra. Tímidamente se acerca al lugar que le falta terminar, se prende un cigarrillo y arranca. El peón se pone a rápidamente a hacer mezcla mientras los otros se trepan como orangutanes a los andamios, miran desde arriba, comprueban que el revoque se haya secado y agarran el balde que ya les pasa el peón para seguir dándole a las paredes.
   Yo era peón y el trabajo me divertía bastante, lo peor era el horario. Pero le ponía onda, cuando no tenía que hacer mezcla, preparaba el mate y les cebaba a todos. Mientras tomaba mates conversaba, los albañiles son excelentes conversadores. A uno le decían el tortugo, porque tenía una espalda enorme, como con una joroba, pero siempre permanecía recto. Hablaba de bandas de rock, de recitales de Almafuerte, su gusto por el heavy metal y su costumbre de emborracharse hasta morir. Yo tenía dieciséis año, las historias que me contaban se fundían e mí, no me olvidaba nada. 
   Había otro que se llamaba Facundo, era el mejor trepador, se colgaba de todos lados, siempre me decía "no te casés, te cagás la vida". Yo reía y lo miraba sorprendido, no entendía cómo era tan joven y estaba casado. Era el que más jugaba, buscaba siempre la forma de divertirse en el trabajo. Con el descubrí la emoción de gritarle guarangadas a las mujeres.
   Al contrario de lo que muchos piensan, no es un acto machista, no es real todo lo que se dice. Siendo albañil no hay forma de mostrar ante otros las virtudes masculinas históricamente aceptadas: todos son extremadamente fuertes, todos son resistentes a tal punto que nunca los vas a ver cansados, todos, atrofiados o no, tienen grandes músculos. Por lo tanto, la única manera de demostrar la hombría es con el piropo y la ilusoria situación de conquista.
   Además aprendí que no solo se le grita a las que "están buenas", hay que gritarles a todas, hasta a las viejas que, burlonamente, se les grita un "Señora" con la voz impostada para que se den vueltas indignadas y ultrajadas. 
   El capataz era aburrido, con él no valía la pena tomar mates, aunque uno o dos había que cebarle como para que no diga nada, pero los otros, todos contaban historias increíbles; tenían una capacidad de invención que nunca dejaba de sorprender, porque lo peor de tener que hacer lo mismo todo los días es no tener nada nuevo para contar, por eso inventaban, por eso mentían descaradamente a la hora del descanso, todos lo sabíamos, pero daba lo mismo, había sonrisas.
   Ser albañil o empleado de la construcción, como se le dice ahora, es jodido, para un pibe de dieciséis más aún. Pero impregna recuerdos por todos lados; ayer, y no miento, fue cuestión de mancharme un poco las manos, sentir el polvo entrando en los ojos y los pulmones y hacer un poco de mezcla para recordar todo aquello. 
   Por más que haya que levantarse antes del alba y que sea altamente nocivo, yo, por todas esas historias, lo volvería a hacer.