En las buenas y en las malas mucho más,
siempre yo te sigo a todas partes, vos sos la alegría de mi corazón,
daría la vida por verte campeón, llega el domingo, agarro la
bandera y así podríamos seguir una eternidad enumerando cantitos de
gloria y pasión, de amor incondicional y once tipos, de alegría y
fútbol. Porque el fútbol es así, es algo inentendible, que está
ahí, adelante nuestro, que pasa por el lente de una cámara que está
en una cancha a kilómetros y kilómetros del sillón desde el que
nos comemos las uñas, nos sacamos los dientes, gritamos, lloramos o
simplemente miramos pasar la pelota de lado a lado, creyendo en lo
maravilloso y genuino de ese acto.
Así es señores, el fútbol es eso,
fútbol, pero es mucho más que fútbol decía Sacheri alguna vez;
porque une, porque arraiga, porque se mete en la sangre y hierve cada
vez que el árbitro cobra mal, cada vez que el defensor se manda
cualquiera y cada vez que el diez la toca, la mueve, cada vez que el
tipo gambetea y se pasa a uno, a otro, y así, de la nada, te la
clava allá, donde el tipo de los guantes no la ve, donde la cámara
solo acompaña la ráfaga terrible, esa leve calma antes de la
explosión; el fútbol es ese gol gritado que sale desde las
entrañas, desde lo profundo, desde la oscuridad. Y por eso el fútbol
es lo que es, porque no puede ser otra cosa, no es más que un
deporte, y no, no lo es, pero andá a decírselo al barrabrava que en
vez de mirar el partido amenaza con su porte a la hinchada para que
cante, para que aliente, para que disfrute lo indisfrutable del
fútbol.
Pero a ver si hacemos la diferencia:
cuando uno habla de fútbol habla de más de una cosa. Primero es un
deporte donde, corta y a lo Borges, veintidos tipos corren atrás de
una pelota; después es una contienda en una cancha de cinco contra
cinco entre unos amigos o compañeros de la adolescencia que no han
perdido la costumbre; después está el potrero, y el club del
barrio; y por último está esa cosa que se ve por la tele, que es el
negocio. Es decir, toda la mística que puede tener la pierna de un
tipo, va a caer ahí, a las billeteras de unos cuantos que en vez de
comprar acciones en Mc Donald's les tiran unas fichas a las gambas de
messi, a la magia de Ronaldinho, a la suerte goleadora de Ibrahimovic
o a los penales de Silva.
Pero frente a la pantalla uno se
olvida de toda esa mugre, de toda esa infección compra venta que
sufre el mundo. Frente a la pantalla uno quiere comerse el personaje,
no quiere ver las obviedades, no quiere razonar, quiere saber y creer
que lo que pasa ahí está pasando porque esos tipos hacen que pase y
no porque hay intereses económicos que tiran mucho más que los
centros de Barros Schelotto. Cuando uno decide ver un partido, decide
entrar en esa lógica, en ese juego de tire y afloje, en esa
repartija de vos me das el elixir del domingo y yo te pago la cuenta
a fin de mes.
Así que anoche, dispuesto a olvidarme
de toda esa mentira que llaman realidad, me acomodé en el sillón a
ver a Boca, con los antecedentes del año pasado contra el
Corinthians, con la vuelta de Román, con todo el paquete del clásico
internacional comprado y metido en el bolsillo. Se dudaba de la
legitimidad del árbitro, decían que lo habían cambiado a última
hora y que iba a favorecer a los brazucas y a los pocos minutos hay
terrible penal para ellos y no lo cobra; al rato una muy buena
jugada y el línea, que ante cualquier duda/jugada, levantaba la
bandera y anula un gol válido. Empecé a dudar un poco pero no quise
hacer mucho espamento de unas pocas “casualidades”, hasta que a
los 24' la agarra él, el torero, el mago, el genio indiscutible, el
maestro, el distinto, el último 10 del fútbol argentino, la
eminencia, el viejo de treinta y cuatro años que no podía correr la
pelota y la clava al segundo palo, en el último lugar que el
“despistado” Cassio esperaba y gol, gol ¿gol? ¡GOL! ¡GOL,
CARAJO, GOL! ¡Grande Román! ¡Gracias Dios, por el fútbol, por
Román, por estas lágrimas! No, no sé si para tanto, pero gol y a
cantarle a Gardel brasileros.
Y así se iba yendo el partido, se
jugó; lo empataron pero tenían que hacer dos más y no los hicieron
porque qué se yo, y eso que el árbitro en el segundo tiempo se
calzó la azulamarela al ver seguro en el entretiempo que se había
mandado semejantes burradas. Ganó Boca, pasaMOS a cuartos y
olvidáte, ya me enganché, me subió el espíritu ganador y copero
de la historia Xeneize justo cuando había empezado a entender todo.
Algunos dicen que el fútbol es un
negocio, que está todo arreglado, que la mentira ya no la sostienen
ni las horas y horas de programas a la tarde; y bueno,
qué se le va a hacer, si nos vamos a poner a pensar en todo lo que
está hecho, acomodado o acabado en este mundo ya no viviríamos por
nada. El fútbol es así señores, es pasión, es cancha, es
creérsela, es mañana burlarse del fantasma de la B, es no
importarme que no me importa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario