lunes, 27 de mayo de 2013

De la ilusión

“Ilusión, s. Madre de una respetabilísima familia, que incluye al Entusiasmo, el Afecto, la Abnegación, la Fe, la Esperanza, la Caridad y muchos otros vástagos igualmente virtuosos.”
     (Ambroise Bierce, Diccionario del diablo)

ilusión.
(Del lat. illusĭo, -ōnis).
1.f. Concepto, imagen o representación sin verdadera realidad, sugeridos por la imaginación o causados por engaño de los sentidos.
2. f. Esperanza cuyo cumplimiento parece especialmente atractivo.
3. f. Viva complacencia en una persona, una cosa, una tarea, etc.
4. f. Ret. Ironía viva y picante.”

     (Diccionario de la Real Academia Española, XXII Edición)


   Las ilusiones son esas cosas que se albergan en el fondo más inentendible de nuestros cuerpos y que, de alguna forma u otra, mantienen al ser humano con vida. Son las encargadas de susurrar mentiras al oído para que, al otro día, uno pueda levantarse con la conciencia tranquila, con la calma que otorga el hecho de pensar que más allá realmente hay algo.
  Pero como bien dice nuestra venerable amiga, la Real Academia (de policías) Española, una ilusión no es más que un concepto o imagen sin verdadera realidad que causa engaño a los sentidos, que simplemente la mantenemos porque en el caso de llegar a convertirse en algo real (y esta frase me encanta) su cumplimiento parece especialmente atractivo. La RAE, señores, es una aniquila ilusiones, pero eso no nos importa hoy; tampoco nos importa mucho la definición de Bierce, cuyo Diccionario del Diablo vale la pena conocer pero no en este momento. Porque de lo que queremos hablar, sí, queremos, todos, es de las ilusiones.
    Las ilusiones, como decíamos, son esas pequeñas autoestafas del hombre, con las que es proclive a encontrarse innumerable cantidad de veces a través de su vida. Innumerable porque existen desde el momento en que la persona sale escupida sin argumento al mundo.
     El nacimiento es la primera ilusión rota.
    Después uno va creciendo y adquiriendo autoconciencia de sí mismo, un poco de sus capacidades y sus limitaciones y (prácticamente nula) del otro, en base a lo cual puede establecer cierto parámetros de ilusiones. Es decir, un tipo que nunca conoció más que el desierto no podrá concebir el océano, a lo sumo rogará a sus dioses un poco de agua; Colón tenía la ilusión de encontrar un camino a la India y lo encontró, nunca quiso asumir que era otra cosa; digamos entonces que uno vive, se mueve, proyecta y piensa respecto a sus ilusiones, no a los hechos empíricos que suceden.
    Por ejemplo hay individuos que pueden generar una ilusión de país en base a la nada misma o a mínimas evidencias truncadas y descontextualizadas generalmente motivados por intereses personales; hay ilusiones suicidas y asesinas; hay algunas que son ambiguas y otras que no llegan ni siquiera a una completa. Hay otras que son más cercanas, más obvias, que recaen en la exactitud del contexto. Pero en general, las ilusiones son todas iguales: son ideas que se implantan en la cabeza para llevar, generalmente, a una desilusión (palabra por la cuál fue iniciada esta búsqueda).
    Porque -parafraseando a Cortázar- cuando se habla de ilusiones, lo que generalmente hay es ilusionados, y lo que estos suelen encontrarse prácticamente siempre es con esa misma ilusión truncada o, directamente, con la desilusión, es decir la muerte misma de esa mentira que se ha creado esa persona para satisfacer una necesidad que nace de la esperanza de algo nuevo, de algo distinto que comúnmente no existe.
    Entonces, la pregunta que surge inmediatamente es para qué el hombre se autoengaña a sí mismo. No lo sé. Lo que sí sé, es que la creación de esas ilusiones vienen desde un lugar arraigado en la esperanza. Cuando uno se crea una ilusión es porque cree que aquello que anhela puede llegar a pasar, que eso que espera puede llegar en cualquier momento y que va a encontrarse con eso que está buscando. Por lo tanto, se podría decir que las ilusiones parten de una (valga la redundancia  o no) ilusión de realidad, de una idea imaginada del mundo, que no existe más que en la cabeza de aquel que la crea y no en el mundo real o tangible.
    Así es que uno se va encontrando casi todo el tiempo con cosas que no son lo que se esperaba, con situaciones que lo desacomodan porque no tienen nada que ver con lo que se creía que iba a pasar. Por eso las ilusiones son tan atractivas, porque tienen la capacidad de crear mundos posibles y destruirlos en instantes, porque se te meten en lo más hondo y le van dictando tentaciones a la conciencia hasta que llega el momento de la verdad y esa verdad nada tiene que ver con lo que uno se venía armando en su conciencia, en su idea de futuro cercano o lejano.


    
   Eran las tres de la mañana cuando descubrió que se le habían acabado los cigarrillos. Cerca de su casa había un kiosco que estaba abierto casi siempre toda la noche. Se puso una campera un tanto abrigada y salió a la calle. Siendo lunes a la madrugada casi nadie andaba por ahí, algunas personas terminaban sus cervezas en la vereda de un bar. Cuando llegó a la esquina vio las luces del kiosco encendidas y la ilusión de conseguir cigarrillos a esa hora de la madrugada y ese día se convirtió en una certeza. Siguió caminando lentamente, las manos en los bolsillos, temblando un poco por el frío y, más que nada, el sueño. Llegó al kiosco, estuvo un rato parado en la ventanilla sin que pasara nada hasta que descubrió el cartel escrito con birome y pegado con cinta: “Vuelvo en 5 min”. Se quedó ahí unos segundos más, pensando si el cartel era simplemente un olvido del kiosquero del turno anterior o una insensatez del que estaba a esa hora. Al darse cuenta que esos cinco minutos pueden ser eternos, que uno no sabe a qué hora han puesto el cartel ni en qué momento, que uno no puede saber cuándo se va a producir esa supuesta vuelta, agachó la cabeza y volvió a su casa, desilusionado.

1 comentario:

  1. el final es matador! Rodri sos mi escritor contemporáneo favorito. jajajaj

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