“Ilusión,
s. Madre de una respetabilísima familia, que incluye al Entusiasmo,
el Afecto, la Abnegación, la Fe, la Esperanza, la Caridad y muchos
otros vástagos
igualmente virtuosos.”
(Ambroise
Bierce, Diccionario del diablo)
“ilusión.
(Del
lat. illusĭo, -ōnis).
1.f.
Concepto, imagen o representación sin verdadera realidad, sugeridos
por la imaginación o causados por engaño de los sentidos.
2.
f. Esperanza cuyo cumplimiento parece especialmente atractivo.
3.
f. Viva complacencia en una persona, una cosa, una tarea, etc.
4.
f. Ret. Ironía viva y picante.”
(Diccionario
de la Real Academia Española, XXII Edición)
Las
ilusiones son esas cosas que se albergan en el fondo más
inentendible de nuestros cuerpos y que, de alguna forma u otra,
mantienen al ser humano con vida. Son las encargadas de susurrar
mentiras al oído para que, al otro día, uno pueda levantarse con la
conciencia tranquila, con la calma que otorga el hecho de pensar que
más allá realmente hay algo.
Pero
como bien dice nuestra venerable amiga, la Real Academia (de
policías) Española, una ilusión no es más que un concepto o
imagen sin verdadera realidad que causa engaño a los sentidos, que
simplemente la mantenemos porque en el caso de llegar a convertirse
en algo real (y esta frase me encanta) su cumplimiento
parece especialmente atractivo.
La RAE, señores, es una aniquila ilusiones, pero eso no nos importa
hoy; tampoco nos importa mucho la definición de Bierce, cuyo
Diccionario del Diablo vale la pena conocer pero no en este momento.
Porque de lo que queremos hablar, sí, queremos, todos, es de las
ilusiones.
Las
ilusiones, como decíamos, son esas pequeñas autoestafas del hombre,
con las que es proclive a encontrarse innumerable cantidad de veces a
través de su vida. Innumerable porque existen desde el momento en
que la persona sale escupida sin argumento al mundo.
El
nacimiento es la primera ilusión rota.
Después
uno va creciendo y adquiriendo autoconciencia de sí mismo, un poco
de sus capacidades y sus limitaciones y (prácticamente nula) del
otro, en base a lo cual puede establecer cierto parámetros de
ilusiones. Es decir, un tipo que nunca conoció más que el desierto
no podrá concebir el océano, a lo sumo rogará a sus dioses un poco
de agua; Colón tenía la ilusión de encontrar un camino a la India
y lo encontró, nunca quiso asumir que era otra cosa; digamos
entonces que uno vive, se mueve, proyecta y piensa respecto a sus
ilusiones, no a los hechos empíricos que suceden.
Por
ejemplo hay individuos que pueden generar una ilusión de país en
base a la nada misma o a mínimas evidencias truncadas y
descontextualizadas generalmente motivados por intereses personales;
hay ilusiones suicidas y asesinas; hay algunas que son ambiguas y
otras que no llegan ni siquiera a una completa. Hay otras que son más
cercanas, más obvias, que recaen en la exactitud del contexto. Pero
en general, las ilusiones son todas iguales: son ideas que se
implantan en la cabeza para llevar, generalmente, a una desilusión
(palabra por la cuál fue iniciada esta búsqueda).
Porque
-parafraseando a Cortázar- cuando se habla de ilusiones, lo que
generalmente hay es ilusionados, y lo que estos suelen encontrarse
prácticamente siempre es con esa misma ilusión truncada o,
directamente, con la desilusión, es decir la muerte misma de esa
mentira que se ha creado esa persona para satisfacer una necesidad
que nace de la esperanza de algo nuevo, de algo distinto que
comúnmente no existe.
Entonces,
la pregunta que surge inmediatamente es para qué el hombre se
autoengaña a sí mismo. No lo sé. Lo que sí sé, es que la
creación de esas ilusiones vienen desde un lugar arraigado en la
esperanza. Cuando uno se crea una ilusión es porque cree que aquello
que anhela puede llegar a pasar, que eso que espera puede llegar en
cualquier momento y que va a encontrarse con eso que está buscando.
Por lo tanto, se podría decir que las ilusiones parten de una (valga
la redundancia o no) ilusión de realidad, de una idea imaginada del
mundo, que no existe más que en la cabeza de aquel que la crea y no
en el mundo real o tangible.
Así
es que uno se va encontrando casi todo el tiempo con cosas que no son
lo que se esperaba, con situaciones que lo desacomodan porque no
tienen nada que ver con lo que se creía que iba a pasar. Por eso las
ilusiones son tan atractivas, porque tienen la capacidad de crear
mundos posibles y destruirlos en instantes, porque se te meten en lo
más hondo y le van dictando tentaciones a la conciencia hasta que
llega el momento de la verdad y esa verdad nada tiene que ver con lo
que uno se venía armando en su conciencia, en su idea de futuro
cercano o lejano.
Eran
las tres de la mañana cuando descubrió que se le habían acabado
los cigarrillos. Cerca de su casa había un kiosco que estaba abierto
casi siempre toda la noche. Se puso una campera un tanto abrigada y
salió a la calle. Siendo lunes a la madrugada casi nadie andaba por
ahí, algunas personas terminaban sus cervezas en la vereda de un
bar. Cuando llegó a la esquina vio las luces del kiosco encendidas y
la ilusión de conseguir cigarrillos a esa hora de la madrugada y ese
día se convirtió en una certeza. Siguió caminando lentamente, las
manos en los bolsillos, temblando un poco por el frío y, más que
nada, el sueño. Llegó al kiosco, estuvo un rato parado en la
ventanilla sin que pasara nada hasta que descubrió el cartel escrito
con birome y pegado con cinta: “Vuelvo en 5 min”. Se quedó ahí
unos segundos más, pensando si el cartel era simplemente un olvido
del kiosquero del turno anterior o una insensatez del que estaba a
esa hora. Al darse cuenta que esos cinco minutos pueden ser eternos, que
uno no sabe a qué hora han puesto el cartel ni en qué momento, que uno no puede saber cuándo se va a producir esa supuesta vuelta, agachó la cabeza y volvió a su casa, desilusionado.
el final es matador! Rodri sos mi escritor contemporáneo favorito. jajajaj
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