Todos los jueves tienen un nombre, o al menos los
que importan. Hay lunes insípidos, que no tienen gracia, que están ahí
solamente para darle un inicio a la semana. Los martes son un fracaso, son el
hijo bastardo del lunes, el no reconocido, el que está ahí para darte una
mínima brecha entre la partida y la mitad del camino. Los miércoles son una
mera transición, son como estar parado en la cornisa, son como esa clase media
indecisa que no sabe si pedir sushi o hacerse un puchero, que no pueden ser
ricos y no quieren ser pobres. Los viernes son la gloria, son optimismo, la
esperanza, es el inicio de todo lo que puede llegar a pasar, es el testigo de Jehová de traje y con una valija negra, que te toca timbre a la mañana y te
dice “acá tengo la felicidad ¿La querés o no?”: están los que le cierran la
puerta en la cara; los que empiezan a concentrarse en la forma de la valija, en
su color y en quien la trae; pero también están ellos, los grandes, los
inmaculados, quienes con oficio de kamikaze se atreven a abrirla, a ver qué hay adentro, a comprarse el paquete
entero para no arrepentirse nunca.
Y
están los jueves.
Otro
jueves cobarde que no sabe bajarse ni los pantalones, decían los Caballeros de
la Quema cantando melancólicamente con Joaquín Sabina. La careteada country
club de la Viuda de los Jueves; el inmemorable hombre que fue jueves de
Chesterton y así miles de jueves que han pasado a la historia sin ninguna
dificultad.
El
jueves tiene eso. Todo sería más fácil de explicar si se supiera qué es eso. Los jueves son alternativa, son una
duda constante, porque ¿qué se hace un jueves? Y… todo, o nada. Esa es la
cuestión. Shakespeare algo debe haber pensado de los jueves, y ni hablar de
Borges que veía todo desde una perspectiva bastante diferente.
Pero hoy, sobre todas las cosas,
quiero hablar de unos de los jueves en particular. Porque de los nombrados de
más arriba, el único que todos alguna vez hemos usado, es el jueves cobarde,
ese jueves que no tiene nada, que está ahí imitando al miércoles, siendo una transición
triste, inútil. Quiero hablar, quiero dar a conocer a este jueves nuevo, que se
presenta así, como si nada, fácil, ambiguo: El jueves putita.
En primera
instancia, pido perdón por la palabra “putita”, pero es que después de un
brevísimo tiempo de reflexión fue lo
primero que se me vino a la cabeza y cambiarlo me pareció tan malo como una
traición a la patafísica. No pretendo ofender a nadie, ni mucho menos, es
simplemente un uso del lenguaje común para explica algo común que –intentando
no salir tanto del tema- es los jueves.
Los
jueves putita son esos días que uno puede manejar, en los que se tiene opción,
en los que se puede confiar. Si bien hay discusiones sobre este día* se puede
decir, tranquilamente, que son de los más fructíferos. Son los días en que el
resultado puede ser palpable, totalmente tangible. Los jueves putita están ahí para quienes sufren
la semana, para quienes los viernes están demasiado lejos. Los jueves putita
son así porque aparecen desnudos, en cuatro, dispuestos a que hagas lo que
quieras. De vuelta pido perdón por la analogía, pero debo usarla por necesaria,
por compleja.
Los
jueves cobardes son generalmente los más comunes; pero los putita se notan, se
sienten, se huelen desde lejos; ya a la tarde, desde temprano, uno puede
decidir qué va a ser de ese día, que mágicos encantamientos deben caer sobre
uno. “Los Jueves putita son como una canción de Arjona, decidida, astuta”
(Magnotta D. Pág. 105-106).
Los
jueves putita son una creencia popular, están ahí donde nadie sabe, en ese
lugar que ningún ser puede encontrar, encerrado en los parajes más oscuros de
la tierra. Estos jueves están ahí, para todos, entregados, como para que uno
decida por una vez en su vida, aunque sea por una vez, lo que quiera hacer,
para ser libres, porque el jueves putita es la oportunidad de la libertad, la
posibilidad de elegir lo que sea, pero sobre todo eso, la posibilidad, de
nuevo, la oportunidad de ser yo, sí, yo, el que elija qué hacer; el que decida
cómo empezar el viernes, el que decida cómo terminar la semana y empezar el fin
de semana. El jueves putita.
Eso,
señores, el jueves putita es eso. Ser uno mismo, elegir el destino, cambiar la
historia, el jueves putita es todo lo que uno quiere de él y todo lo que él
quiera de uno.
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