lunes, 22 de abril de 2013

Calle tomada

                          "-Tuve que cerrar la puerta del pasillo. Han tomado la parte del fondo."
                                                                           Casa tomada. Julio Cortázar. 


   -¡Marta, Marta! -gritaba el viejo desde el sillón mientras subía el volumen del televisor -¡Cerrá la ventana que no escucho el noticiero!
   -Pero que viejo rompe bolas -decía Marta en voz baja y caminando bien despacio iba a cerrar la ventana.
   -Mirá, Marta, mirá, están haciendo una marcha, como con el viejo ese, un cacerolazo, mirá, mirá, y ¿qué es ese ruido de afuera?
   -No sé viejo, unos piqueteros, qué se yo.
   -No Marta -dijo el viejo comprendiendo la situación -No, Marta, lo que tus ojos ven y tus oídos oyen no son piqueteros; son revolucionarios, son la fuerza de la unión, Marta, son el frente que viene a salvarnos, son las nuevas ideas, son la nueva ola, son personas que han dejado de lado sus individualidades, Marta, han dejado de lado el egoísmo, se han organizado repudiando la violencia para defender sus derechos, los míos y los tuyos, Marta, ellos son toda la voz de un país que se alza para liberarnos de la opresión, para pelear por nuestra libertad de expresión, para que no nos censuren, Marta, para que no nos roben a plena luz del día y para que podamos comprar dólares, Marta, dólares; ellos son los héroes, los caceroleros -. 
  El viejo se había emocionado, le lagrimeaban un poco los ojos. Marta lo miraba admirada, realmente estaba escuchando algo inspirador, bello y nuevo que salía de la boca de su jefe. Ya no se sentía una más, ahora sabía que trabajaba para un hombre inteligente. 
   El viejo seguía -Su arma no es el fusil, Marta, su canto no es un himno, su bandera es la de una patria derroida; sus colores son los de todos, su capacidad es llenar las plazas; su bandera es la paz y su grito es el odio; piden libertad y son libres de hacerlo; piden los sueños que compraron confiados en un diario o una revista y les pertenecen; piden que no les roben en la cara, y está bien. Lo que los une es el odio, por eso son revolucionarios, porque odian, porque golpean la simbólica cacerola vacía con la cuchara de madera, Marta, porque están juntos- dijo el viejo -por lo menos es lo que están diciendo en la tele.
    -¿Y en qué se diferencian de los piqueteros, viejo? -Preguntó Marta confundida.
    -Ah, Marta -respondió el viejo un poco enojado -qué pregunta pelotuda, Marta. Los piqueteros son unos negros pagados por el gobierno para... para... bueno, ahí para joder. En cambio estos salen cuando ya todos están sin obligaciones, ¿entendés, Marta? estos te salen a las ocho de la noche, todos pueden ir, protestan por todos y no joden a nadie, nadie llega tarde al laburo, ¿entendés, Marta? así sí, así da gusto.
     Marta estaba un poco confundida, había vuelto a abrir la ventana que daba a la calle y escuchaba los cantitos y los gritos eufóricos. El ruido se hacía cada vez más fuerte y ella quería saber cómo se sentía ser parte de la clase revolucionaria, cacerolera, con voz verdadera, propia, aunque sea por un rato.
    -Viejo- dijo Marta tímidamente y se quedó callada, a la espera.
    -¿Qué pasa, Martita?
    -¿Vamos? dale, aunque sea un rato -propuso Marta y los ojos le brillaban como nunca.
    -No, Marta, no jodás que mirá la hora que es y el frío que hace.
    -Ah viejo, dejáte de joder que la noche está hermosa para salir un rato a caminar, y de paso pasamos por la plaza, yo llevo la teterita en la cartera y una cuchara, como para no caer con las manos vacías, viste, estamos un rato y nos vamos, dale viejo, dale.
    -Bueno, Marta. Traéme el suéter y cerrá con llave, no vaya a ser cosa que a un pobre diablo se le ocurra robar y se meta en la casa, a esta hora y con la calle tomada.

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