Tengo una hermana cuyas peculiares actitudes circulan desde las más extravagantes situaciones hasta los actos más vulgares de la naturaleza humana.
Lo gracioso del caso fue que, hablando sobre mis escritos, me pidió medio en broma, medio en serio que le dedique algo a ella, que escriba sobre sus bellas cualidades, sobre sus destrezas y sus habilidades, que remarque sus principales características. Entonces le respondí que había dejado de escribir ficción, que si escribía sobre ella iba a decir la verdad.
Básicamente me dijo que me deje de joder y yo empecé a mirarla, a analizarla, a hacerla sentir incómoda con cada uno de sus actos. Como recién habíamos terminado de comer y aún no habíamos juntado la mesa, ella tenía en la mano la fuente de la ensalada y, ayudándose con el tenedor, se comía las semillas de tomate que habían quedado. Casi proporcionalmente a la cantidad de veces que metía el tenedor en su boca se sacaba de entre los dientes, con los dedos, algunos pedazos de orégano que se depositaban allí cuando entraban junto a las semillas.
Yo la observaba divertido y ella se daba cuenta, sabía que no había vuelta atrás y me decía "no escribas eso", así que empecé a escribirlo y ella me preguntaba qué escribía. Obviamente la velocidad de la redacción no es más rápida que los actos que ella cometía, así que tenía que agudizar mi memoria, pero cada vez que me disponía a bajar mi vista para concentrarla en el papel cometía otro de sus actos vulgares que nos hacían reír a ambos, a mí por el aumento de material y a ella porque sabía que a cada momento se condenaba.
Mientras escribía alguna de las palabras de más arriba tuvo como un ataque de tos, se había ahogado con el agua y bajaba su cabeza a la altura del plato para escupir lo que había salido de las profundidades de su garganta; tuvo el cuidado de poner delante la mano, lo que solo me permitió ver la salida del lento salivazo y finalmente ese hilo de baba que queda prendido de los labios, como esa ilusión de la saliva escupida de volver a su cómodo recinto, a su lugar de residencia. Ella seguí agachada y yo la seguía mirando; sabía que la miraba, pero ya conocedora de su condena pareció querer ayudarme y desprendió el hilo de baba con la mano que antes tapaba la situación. Otra vez la risa, lo inevitable de escribir esto y su conciencia de ello. Se paró y se sentó en la computadora a ojear su facebook; yo escribía pero la seguía mirando y ella se sacaba un orégano de entre los dientes y lo dejaba delicadamente en la tela de su pollera.
Obviamente, como decía antes, todo esto pasó mucho más rápido de lo que el lenguaje escrito y sus limitaciones permite narrarlo. Pero es quizás por esta peculiaridad que las cosas que hacemos diariamente sin ninguna intención de recordarlas pueden ser contadas, como por ejemplo la gran costumbre humana de contar anécdotas, hechos que ya ocurrieron pero que el narrador, si conoce algo de esta costumbre, puede modificar a su antojo para lograr diferentes objetivos.
Soy consciente que el lenguaje no pude suplir los sentidos, es imposible describir con palabras un objeto mejor de lo que puede entenderlo el ojo, o intentar dar a conocer un sonido mejor de lo que el oído puede identificarlo, pero creo que en ello, justamente en su limitación, radica la grandeza del lenguaje, porque ¿cuántas veces hemos escuchado o leído sobre algo o alguien creándonos una imagen y cuando lo hemos conocido o visto nos hemos desencantado o au contraire nos hemos encantado de sus características?
Así sería fácil en base a este texto crearse una imagen poco pulcra de mi hermana. Si la conocieran, perdería el encanto.
me gustó. Quiero más.
ResponderEliminarLe estoy agarrando el gustito, una por día es el objetivo, hay muchas cosas para escribir, es la ventaja.
ResponderEliminarme gustó!!!
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