viernes, 8 de marzo de 2013

Secretos de un Lineman

   ¡Las cosas que uno puede llegar a hacer para vivir! por favor, yo soy juez de línea. Sí, juez de línea; el tipo ese que levanta la banderita al costado de la cancha para que vos lo putees después de haber gritado ese gol del empate en el último minuto que no valió porque el siete estaba en offside, el tipo que sacude la banderita para decirle al árbitro que el arquero la sacó con la mano afuera del área y lo tiene que echar, el tipo que se come los insultos más bajos del ser humano por señalar el lateral para un lado y no para el otro; el tipo sin nombre.
   Los lineman somos el último eslabón del fútbol, los que no tenemos ni la mitad del poder del árbitro como para sacarle una amarilla a alguien porque te cagan a trompadas. Llegamos al predio todos juntos después de caminar como quince cuadras en el medio del campo desde donde te deja el Oeste. Entramos por el costado, medio saltando un alambrado, nos metemos en el vestuario, saludamos a los que ya llegaron, nos calzamos la ropa negra, el reloj cronómetro, agarramos el banderín, nos subimos las medias hasta la rodilla y vamos a la cancha.
   A veces llegamos temprano y nos sacamos las ganas de ser nosotros los que jugamos al fulbo, tiramos un par de tiros al arco, echamos unos centros horribles, volamos de palo a palo para atrapar un disparo espantoso, nos bajamos la adrenalina futbolera al máximo como para poder hacer nuestro trabajo sin culpa, sabiendo que por lo menos nosotros no pagamos por jugar.
  He visto arquitectos orgullosos de sus mansiones terminadas diseñadas por ellos mismos, médicos abrazados y felicitados por colegas después de haber terminado con éxito una operación peligrosísima, futbolistas ovacionados por hacer un gol con la mano, pero nunca en mi vida he escuchado un "bien juez" por haber cobrado bien un offside. El trabajo del lineman es peligroso, humillante, pero alguien tiene que hacerlo, alguien tiene que agarrar ese maldito banderín y levantarlo con una rectitud que no muestre una gota de indecisión, pararse derecho y quedarse inmóvil esperando ser advertido por el árbitro para anular esa jugada increíble que seguro iba a terminar con un 4 a 4 histórico y agónico porque el nueve la fue a buscar en vez de dejarlo al cuatro que picaba con lo último que le quedaba, habilitadísimo.
   Pero he terminado por darme cuenta que ya no voy a trabajar por la plata, sino que ya le he agarrado el gustito. Me levanto los sábados a la mañana, me preparo el mate, escucho algo de música, me voy al quiosco a cargar la SUBE y a comprar cigarrillos y un poco antes de las doce ya estoy en la parada esperando el micro junto a mis colegas. Los cuarenta minutos de traqueteo constante en el colectivo se han convertido en un masajeo necesario; me bajo allá donde el aire se respira distinto, saco un cigarrillo y camino unos veinte minutos "hasta donde termina el asfalto" y llego al predio donde se erigen los cinco estadios donde los titanes de la borrachera del viernes se disputan el honor y la gloria del duelo sagrado que es el fútbol; duelo que luego deberán festejar hasta la nueva resaca del domingo o lamentar en las copas insulsas de una noche que intenta borrar la tristeza inconsolable del sábado a la tarde.
   Ellos son los héroes, nosotros los testigos y responsables de su fiesta o su miseria. El árbitro mira el reloj, se lleva el pito a la boca y marca el inicio de la guerra futbolera; los líneas nos paramos derecho al último hombre y desde allí miramos pasar la pelota delante de nuestros ojos, señalamos los laterales, marcamos el offside, nos aguantamos las puteadas de esas hinchadas conformadas por amigos aún un poco borrachos y jugadores lesionados; somos jueces de línea, defendemos el honor y la gloria de las leyes, repudiamos a quienes atentan contra ellas, nos calzamos la responsabilidad enorme de ponerle sentido al juego.
   Al final de la jornada, ya cambiados, preparados para volver a casa, echamos una última mirada atrás, miramos esas canchas mal pintadas, a veces hacemos un comentario sobre algún partido, somos indiferentes al presente, pero por dentro se sabe, todos sabemos, que no vamos a poder levantar esa bandera heroica hasta el próximo sábado.

1 comentario:

  1. me encantó!!
    nunca se me ocurre algo para acotar... jjejeej mis comentarios son un bajón!!

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