martes, 5 de marzo de 2013

La obligación de contestar o el mal hábito de preguntar

    Hace poco caí víctima de unas de esas preguntas que no pueden eludirse culpa del aprecio que uno siente hacia la otra persona. Preguntas que envuelven un marco ineludible de compromiso, que deben ser respondidas. La primera no fue tan dura porque éramos tres personas y pude escaparme a la respuesta hasta esperar la pregunta directa y así poder decir cualquier estupidez sin culpa alguna.
    Para darle a esto crédito de verosimilitud voy a nombrar a los personajes a modo aleatorio: digamos que éramos Paula, Rolando y yo.

Paula: ¿Cuándo se puede ser celoso? o no ¿Qué piensan de los celos?
   Caminábamos por Diagonal setenta y siete mientras conversaban, yo iba más adelante jugando mis propios juegos mientras fumaba un cigarrillo.
Rolando: Y los celos... los celos, en mí caso, me doy cuenta que vienen de un lugar irracional, o sea, te atraviesan por un lugar que no podés explicar porque te sirve como defensa inconsciente a esos ataques...
    Rolando se explayaba, se daba a entender a su manera, con todas esas idas y vueltas. Seguía: A mí, como te digo, me parecen irracionales, pero necesarios.
Paula: No sé, para mí que no es tan así; porque yo por ejemplo he tenido celos de mis amigos.
Rolando: Ahí está ¿ves? eso es una boludés, porque me acuerdo que había un tiempo que no querías mezclarnos a nosotros con tus amigos de la facultad o de América, porque...
Yo: Tenía y sigue teniendo sus motivos.
Rolando: No, porque como que se apropia...
Paula: Sí, qué se yo, lo veía mejor así, pero volvamos a lo otro antes de llegar a la casa que no vamos a poder hablar más.
     Qué lejos estaba la casa en ese momento, eran tres cuadras y sabía que no iba a haber forma de esquivar el bulto.
Paula: ¿Y vos no decís nada?
Yo: y mirá, los celos son irracionales, porque las relaciones sentimentales son irracionales.
Me crucé a comprar unas Don Satur al quiosco, cuando volví ya habían cambiado de tema.

   Un tiempo antes de ese día tuvo lugar la otra pregunta: Un sábado a la noche, mientras en mi casa se desarrollaba una estrepitosa fiesta de la que fui parte hasta que el alcohol me venció y me rendí por unas dos horas. Paula ya se había rendido y dormitaba en mi cama. Yo repasaba un guión y fumaba un cigarrillo apoyado en el marco de la ventana y Paula, en un ataque de lucidez -inaudita para el momento- me hizo una pregunta que me descontextualizó de una forma, cómo se dice: de pe a pa.
Paula: ¿Cuándo se da cuenta un hombre que está enamorado?
Yo: Mirá Paulita: si esta es una desesperada maniobra por conquistar a alguien con tu estado de ebriedad, no lo vas a lograr, estoy más borracho que vos.
Paula: No boludo, en serio te pregunto.
Yo: y mirá, no sé, no me pasó muchas veces, pero te puedo decir que te das cuenta que estás enamorado cuando ya no hay explicaciones, o mejor dicho, cuando la única explicación es que estás enamorado. Cuando pensás en la otra persona como algo que está ahí para que nadie más que vos la vea, cuando, qué se yo, es lo único que importa, cuando es lo único que pensás, cuando tu cerebro te lo repite mil veces por minuto y la única respuesta es esa, que estás enamorado. No sé si hay otra respuesta.
Paula: Mm...
Yo: Pero ya te digo, no tengo ni idea, porque es como hermosamente inexplicable, y te sentís un pelotudo, pero un pelotudo bien, orgulloso, contento.

    Así pasaron esos momentos. Las conversaciones a veces pueden ser inútiles y es, la mayoría de las veces, preferible abstenerse; pero como dice Sacheri: cuando la pregunta cruza el aire llevando exclusivamente mi nombre y no hay forma de evitarla prefiero responder con alguna estupidez parecida a las anteriores.

No hay comentarios:

Publicar un comentario