¡Qué hermoso quilombo! La ciudad, mierda che, hace un ruido terrible. Si uno quiere levantarse temprano a sentir ese olorcito a mañana, con el sol brillando en lo alto y una brisa que recorre las habitaciones tiene que bancarse los estrepitosos sonidos de la calle. Vivir en un séptimo u octavo piso es una de las soluciones, pero cuando la ventana está a unos pocos metros de la calle, la mañana es ensordecedora. Y después uno se pregunta porqué la gente corre a recluirse entre sus cuatro paredes.
Entre los camiones descargando materiales en la construcción, la gente y sus gritos por celular, las alarmas de todos los estacionamientos sonando, la impaciencia de las bocinas, todo hace de la mañana un momento de mierda. Esa es una de las causas por las que defiendo la vida nocturna. Porque de noche uno se reencuentra consigo mismo, puede dejar las ventanas abiertas con la única amenaza de una polilla perdida que entra a suicidarse en un foco; a la noche no hay casi colectivos, no hay constante circulación, no hay ni siquiera pájaros que cantan, y ojo, esa es una de las desventajas.
Recuerdo momentos de la infancia cuando en la casa de mi abuela lo único que se escuchaba cuando te despertabas eran pájaros, pájaros de todas las formas y colores, con cantos que se sincronizaban; gorriones, horneros, benteveos, cardenales, y todos libres, volando o parados en alguna rama. Ahora de pedo se escuchan las palomas que te hacen nido en el hueco de la ventana y cuando te despertás la gente ya anda corriendo a los gritos, los motores son constantes bombas a los oídos, el mundo te grita en la cara todo el tiempo que está lleno de humanos, humanos que contribuyen cada uno un poquito al insoportable murmullo general.
Lo peor del caso es que uno lo asimila, lo acepta, lo defiende consciente o inconscientemente. Para ver una película, por ejemplo, tenés que recluirte de todo contacto con el mundo exterior para escuchar alguna cosa, sino te conformás con los subtítulos, pero al menos que tengas un equipo de amplificadores no se escucha nada. De noche todo es diferente, uno está en su mundo, los únicos ruidos son de vez en cuando el chasquido del encendedor, el agua hirviendosé o el dar vuelta la página de un libro.
Generalmente, a los que viven de noche, les pasa que quedan un poco marginados, por una cuestión de desencuentros, pero es natural que se los vea (las pocas veces que pasa) mucho más tranquilos que el resto durante el día. Porque no tienen asumido el ruido, no aceptan esas perturbaciones sonoras, sus cuerpos han fabricado anticuerpos; y después de haber pasado todo el día despiertos hacen el sacrificio de no acostarse en toda la noche para poder dormir todo el día siguiente y así evitar el sufrimiento de la luz solar y sus condiciones urbanas.
Acepto que levantarse a la mañana, tomarse unos mates y salir a vagar por ahí representa una sensación grata; pero el ruido, la gente empujandosé, los autos tocando bocina, es toda una combinación de actos que le quitan todo encanto,
La noche es de uno mismo, es un momento mágico, la hora de la inspiración, de los amantes, del vaso de vino, de la oscuridad y todo lo que ella esconde detrás de cada esquina. Pero no es solo poesía y magia, no, la noche es fiesta, es baile, es gente desatandosé; la noche es amigos filosofando con el mate lavado hasta que amanece; la noche es terminar trabajos atrasados que hay que entregar al otro día; la noche es el suplente del día, ese que entra a darte la última chance, el que va a meterte el centro para que pongas la cabeza y hagas el gol. Y ya que estamos con metáforas futboleras, como dijo el Bambino, "Me gusta tanto la noche que al día le pondría un toldo".
Excelente, maestro Roro. Me siento identificado, casi como si estuviera leyendo mi biografía. Usted logró condensar en pocos párrafos la esencia de la magia nocturna. Clap clap.
ResponderEliminar