martes, 26 de marzo de 2013

Así está la cosa (Carta a Roberto Arlt)

                                                   "Buenos Aires igualito que en los tiempos de Roberto Arlt".

Querido Roberto:
      Te escribo esta simple carta para contarte que las cosas han cambiado bastante desde tu última visita. Hace como setenta años viniste a La Plata y la encontraste encantadora, pacífica, llena de buena gente, de belleza por doquier, silenciosa, tranquila, viste en ella un excelente lugar para vivir. Bueno, como te decía, las cosas han cambiado un poco.
   Los tranvías ya no circulan por el medio de la calle ni frenan a mitad de cuadra para recoger a una anciana, es decir, ya no circulan; los colectivos se han puesto de moda acá también, tal como en Buenos Aires. La gente ha perdido bastante su amabilidad y los dueños de los comercios han contratado empleados desganados por un mal sueldo para que se ocupen de sus tareas. Los edificios ya no son tan magníficos como aquella vez, ahora la mayoría son administrativamente aburridos.
   Los bares o cafés ya no son habitados por filósofos callejeros o clientes de confianza, sino por gente apurada, indecisa, que busca darse el gusto de estar un poco sin hacer nada, pero solo un rato, porque luego deben volver al trabajo. Casi nadie se pregunta mucho si el otro está perdido o necesita ayuda, mas bien siguen caminando sin mirar, sin ver nada, siempre con la vista hacia adelante o hacia abajo, muy pocos miran al costado o se atreven a echarle una ojeada al cielo, al menos que esté por llover, no vaya a ser cosa que se mojen.
   Los colectiveros no son como los conductores de tus tranvías, no, estos ni siquiera dicen "hola", y es que se han cansado de saludar y recibir como única respuesta el precio del pasaje que quiere el pasajero.
-Buenos días-
-Dos con cincuenta y cinco.

   Las cosas han cambiado mucho desde que viniste che, y si de atorrantes hablamos, no se si la plaza, pero la ciudad está llena, por todas partes como en todos lados, es parte del paisaje. Los agentes del tránsito que daban lecciones a los conductores fueron cambiados por unos papeles que pueden llegar a decir "Vehículo en infracción" o "Bien estacionado" que son colocados en los limpiaparabrisas por unos tipos de naranja con un aparato lector de patentes en la mano; es bastante horrible, nunca me pasó, pero recibir una felicitación por parte de un papel entregado por un desconocido...
   Todo esto se debe al bendito progreso, ajá, todo se lo debemos a él. Vos no los viste, pero ahora la ciudad está llena de estudiantes, lo cual es bueno, revitaliza la calle, le da más naturalidad, llena de colores el bosque y las plazas, aunque de a poco también se van volviendo grises, cada vez más cerrados, solos. Por suerte, esto del progreso, ha hecho crecer la cultura, o generarla, por donde vayas ves un centro cultural o un centro político, gente organizada para hacer de esto un lugar mejor, o por lo menos es la idea.
   La Plata fue bastante modificada desde tu visita, Roberto, digamos que "creció" para parecerse cada vez más a la gran capital que siempre quiso ser y no pudo por culpa de Buenos Aires. Por todos lados está lleno de autos, la tranquilidad, durante el día, ya no es algo que la caracteriza, aunque sí en la noche; pareciera ser que a veces le sale de quién sabe donde esa nostalgia de pueblo que creció abruptamente casi sin darse cuenta. Y un poco fue así. 
   Porque hemos venido de todos lados y nos ha encantado esta ciudad, cada uno trayendo un poco de sí, nos hemos acostumbrado a las diagonales, hemos caminado bajo las sombras de sus copiosos y abundantes árboles (sí, todavía está lleno), hemos paseado por las plazas, y sobre todo Roberto, nos hemos enamorado de sus mujeres. Ay, si vos las vieras ahora hermano, si te gustaban antes tenés que verlas ahora, vienen de todos lados y caminan por la calle como diosas, como reinas, y a montones, hay decenas de miles, con sus sonrisas, con sus peinados, con sus bicicletas, con sus anteojos de sol, son las únicas que todavía recrean esa armonía de la que hablabas.
   Por eso te digo che, todavía te podés regocijar con ese panorama que contemplaban tus ojos, y si no mirás los árboles que llenan el enorme gris de un verde perfecto o el cielo, que es lindo y azul, podés mirar a las mujeres, ¡que son más lindas todavía!

jueves, 21 de marzo de 2013

Sueño colectivo

                                                                                            We didn't start the fire,


   Lo peor de estar cansado es no saber de qué. Uno anda por ahí bostezando de pura falta de algo mejor que hacer. Encima, hay veces, que el cansancio no es físico ni mental, no sé, viene de otro lado, como si las conversaciones en la calle, las burocracias universitarias, los semáforos, todo se complotara para hacerteló saber.
   Una vez un amigo me dijo que la cagada de despertarse es que te desencantás, que a todo ya le ves la verdadera cara, que ir por ahí como si nada ya no genera los mismos placeres que antes. Pero qué se yo qué es despertarse, yo lo que se es que cuando estás cansado no queda nada, no hay consuelo, no hay forma de dar vuelta la página y seguir escribiendo otra historia, no hay "descansos" visiblemente accesibles.
   Naturalmente, la gente está cansada, se les ve en la cara. A los vendedores de la vereda, con la gracia que le ponen, se les notan los párpados caídos; los tipos que viajan en micro se duermen y se pasan de la parada de lo muertos que están; la gente en general ya está casi muerta.
   Los que ponen los cartelitos de "bien estacionado" están cansados, los barrenderos no dan más, los cartoneros preferirían el fusil a seguir caminando noche tras noche por ese kilo de cartón, los kiosqueros dicen basta, los mozos anhelan la cama, no sé, todos están cansados. Están cansados de estancarse, de estar siempre ahí, día tras día, poniendolé el cuerpo sin voluntad a algo que no les interesa.
   Creo que la gente de los autos importados también está cansada.
   En Buenos Aires, subirse al subte al mediodía es la postal del cansancio, de la tristeza, de la desolación, del irremediable "qué le vamo' a hacer, la vida es así loco". Hombres de corbata que pierden los sentidos y se duermen en sus asientos, estudiantes de otros lados ya abombados por el continuo estruendo, todos conocedores del lugar exacto de su bajada, porque al son de la chicharra, como si nada, se levantan y se van, cansados.
   Un viejo duerme en una plazoleta de Diagonal 79, la gente camina a su lado,no lo ven, están demasiado cansados. El tipo se reincorpora, mira lentamente hacia ambos lados, esboza un larguísimo bostezo; aún no ha dormido del todo pero se levanta, junta sus cosas y sigue camino, seguro va a un lugar más tranquilo, para poder dormir de nuevo, quizá para siempre.
   Dos minas hablan mientras caminan con decisión, usan anteojos de sol y ambas un pañuelo al cuello, parece a propósito. "Me van a escuchar, traje la garantía, el recibo de cuando lo compré, llamé antes para averiguar bien, me lo tienen que solucionar", dice una, la otra saluda a una conocida que cruza y no responde. "Sí, boluda, ya tengo todo armado, pero si me preguntan algo que no se, estos hijos de puta me cagan, bah, igual me van a cagar", están cansadas.
   La pelea del día a día, sea cual sea, es agotadora, porque yo no veo a nadie que no esté cansado, y ojo, caminan, corren, manejan, hablan, comen, mandan mensajes, todo hacen, siempre al máximo sin parar; toman café, comen manzanas, miran televisión, suben fotos al facebook, hasta que finalmente se acuestan, rendidos, duermen seis, siete u ocho horas, pero se despiertan cansados a hacer lo mismo de ayer, de lo que ya están re podridos.
   Quizá ese sea el secreto de la vida, la formula de la inmortalidad, la forma de impedir el paso del tiempo: hacer de todos los días una copia fiel del anterior para no traicionarse a uno mismo, para no dar vuelta la página y seguir con otra historia.
   Creo que la gente de los autos importados también está cansada.
   Es cierto, nosotros no empezamos el fuego, pero nadie hace nada por apagarlo, o muy pocos y están terriblemente cansados.

miércoles, 20 de marzo de 2013

Cuando llueve

                                                              Llueve, para que compre un paraguas y te vea.


   Afuera llueve, y cuando llueve afuera el adentro se convierte en todo el mundo existente. El hombre se ha construido históricamente guaridas para solucionar el histérico problema de mojarse.
   Los pronósticos de los noticieros se han convertido en augurios de los diosas que obligan a salir con o sin paraguas por las dudas. También han generado o en su defecto aumentado el "por las dudas", ese término cobarde que cohíbe las posibilidades de aventuras, que hace que todo esté prevenido, calculado, fuera de toda sorpresa. "Por las dudas llevo paraguas", "por las dudas voy al baño antes de salir", "por las dudas llevo plata", y así montones de miedos que acumulamos en útiles previsiones.
   La lluvia te hace rebuscar la fórmula del entretenimiento, porque a menos que haya una actividad previamente pautada, no vale la pena mojarse por un quizás, por un "por las dudas". Entonces queda quedarse en casa, cargar alguna película, leer algún libro, o eso que nunca falla, eso que siempre está esperando por vos y el aburrimiento extremo para que lo hagas: las manualidades. Las manualidades, aunque suene con un hermoso doble sentido, hablo de esas que tienen que ver con cortar papeles, pintar cartones, pegar cosas en las paredes, sacar fotos, hacer tortas fritas, y otras más, qué se yo.
   La cuestión es que la lluvia está ahí, pero agradecé que no se cortó la luz, que todavía podés escuchar tu bendita música, que todavía no tuviste que sacar las velas guardadas en el cajón que alguna vez (adiviná) compraste por las dudas. No se cortó la luz y todavía no tenés que sufrir lo que ello implica, silencio, oscuridad, cera en la mesa, más silencio, de vez en cuando un ruido ajeno, lejano, todavía no te tuviste que encontrar con vos mismo, safaste de escucharte pensar, de intentar comprender lo que pasa por tu cabeza por única vez en tu vida.
   Pero bueno, ahí estás, vos y tu miedo a que se corte la luz, que te quedes sin nada, absolutamente nada para hacer. Si estás con gente safás mucho más la situación porque, si llueve, probablemente hagas lo mismo que hacés siempre y si se corta la luz podés jugar al tuti-fruti o alguno de esos juegos que tu mamá te hacía jugar para "entretenerte" cuando en realidad eran una trampa pedagógica para un "aprendizaje divertido".
   Pero, volviendo al tema de los soliloquios mentales, cuando se corta la luz uno tiene que escuchar, y hacerse cargo de eso, porque no se puede ir por la vida sin darle bola a lo que uno escucha. Como dijo Caparrós, escuchar es un trabajo arduo, forzoso, agitador, "escuchar es esperar lo inesperado". Entonces es ahí donde el trabajo del psicólogo tan aclamado por los argentinos se vuelve tan "útil", porque consiste en escuchar, simplemente dejar que el tipo "enfermo" hable y se arme la maquetita estructurada de sus pensamientos para que se ordene un poco y pueda seguir con su vida normal.
   Vuelve la luz y con ella la alegría, el ruido de los electrodomésticos reactivándose, las sombras desplegándose por la habitación, la música invadiendo desde los parlantes. La luz, la luz y sus milagros, las esperanzas renovadas, el "por fin puedo seguir con mis cosas". Así es, safaste de nuevo, de vuelta no vas a tener que encontrarte con vos mismo, de vuelta va a haber ruido y distracciones como el facebook o un partido de fútbol. A guardar las velas que no se gastaron ni la mitad, a olvidarse de esa idea que se te había ocurrido, a sumar los puntajes del tuti-fruti, a descubrir que sin la luz muchas veces somos seres pensantes.
   Pero afuera sigue lloviendo y ya se hizo de noche, así que habrá que ir pensando en la cena y ya empezar a dar por terminado ese día que te encerró y te obligó a disparar y descubrir los límites de tu imaginación, que te llenó de miedo de vos mismo, que hizo que te dieses cuenta que en realidad no sos tan divertido como pensabas.
   Bueno, bueno, tampoco todo es tan malo. Hoy cuando me levanté dos o tres imágenes desencadenaron en esto. Aparecí con cara de dormido en el living y mis hermanas hacían unos carteles y papel picado para una recibida. Estaban las tres, situación que me llevó a los tuti-frutis de la infancia, mate y pan casero; afuera llovía, las luces rebotaban en las gotas y brillaban, ese fenómeno siempre me llamó la atención.
   La lluvia ya mermó bastante, aprovecho y escribo.

lunes, 18 de marzo de 2013

Despertar, morir

                                                                              Es la muerte que está viniendo - dijo el niño.



   En un poema Borges comparte su idea del sueño como ese momento de encuentro con ese inconsciente enamorado, que no se sabe en qué forma puede venir. También se pregunta porqué si el sueño es solo un estado necesario para el desarrollo del individuo despierto, es tan horrible ser expulsado de aquel reino tan bruscamente por una sacudida violenta o un reloj despertador.

   Miles de veces he escuchado que dormir es perder el tiempo, que si te la pasás durmiendo no disfrutás la vida, y montones de clichés más sobre la alegría de andar despiertos por el mundo, pero nunca he sabido responder a esos ataques más que expresando mi gusto por el hipnótico estado del sueño.
   Es que el sueño no es solo restablecer las condiciones de un cuerpo desvencijado por el cansancio, no, es mucho más que eso. Es la posibilidad de encontrarse mano a mano con el inconsciente, con los mensajes subliminales de nuestras películas mentales. Es cierto que despierto se viven la mayoría de las cosas maravillosas y geniales de esta vida, pero ¿cuántas veces nos hemos despertado con la ilusión que eso que acaba de pasar por tu cabeza pueda llegar a ser real?
   Además el pre-sueño, que es el estado en el que uno se encuentra tan cansado y ya hace mucho tiempo sin dormir que comúnmente denominamos "pasado de rosca", es uno de los momentos más creativos del ser humano -y esto lo digo bajo una rigurosa comprobación empírica-, lástima que uno se encuentre tan inútil como para agarrar un papel y rayar algunas cosas, pero si se pudiera hacer, el mundo sufriría de cosas maravillosas todos los días.
   Los griegos, históricamente, recibieron todos los augurios de los dioses a través del sueño; Jesús hablaba con Dios en un estado más parecido al de la bella durmiente que a la meditación; años después de los Juegos Olímpicos de Atenas 2004 Manu Ginobilli confesó que se le había aparecido Michael Jordan en sueños diciendolé que le iba a ganar al último campeón del mundo con un doble histórico en el último segundo.
   Los sueños y el inconsciente han sido más que importantes desde el principio de los tiempos. Que digan lo que quieran, pero dormir, esa acción tan perfecta, tan sin interrupciones, tan cordial, tan envolvente, tan irónicamente activa, es inigualable. Más de una vez he tenido que interrumpir el sueño para levantarme a hacer cosas que en ningún punto eran más disfrutables, por lo que puedo decir que en proporción, muchas veces es mejor dormir que estar despierto.
   Estar despierto conlleva responsabilidades, obligaciones, hacer y afrontar cosas que uno no quiere. Pero sin embargo, es bastante contradictorio, porque a pesar de todo lo que puedo defender al sueño, no deja de ser cierto que uno duerme para estar despierto, es muy raro que alguien esté despierto para dormir.
   Aún podría seguir citando a Borges para defender este estado tan cercano a la muerte, tan parecido a la inexistencia física, tan lleno de descubrimientos asombrosos. Uno entra a ese mundo de ficción donde las reglas han dejado de existir tal cual las conocemos, don de la moral es un insulto, donde las relaciones se establecen desde puntos de contactos inalcanzables para la capacidad de comprensión humana.
   Uno puede soñar que sueña que está soñando, o que es otra persona, o que es muchas personas, que se atreve a todo, que es un cobarde, que puede volar, que tiene ganas de ir al baño, que cae en un precipicio infinito, que asalta un banco, que viaja a través de la ruta, que va al funeral de un pariente o de sí mismo, que las ciudades están conectadas por recuerdos, que el Papa es uruguayo, que uno salva a la tierra de una catástrofe intergaláctica, puede soñar lo que quiere, pero despertarse siempre es la muerte.
   No sé, el tema de los sueños siempre me llamó la atención, a mí me gusta tanto dormir que un día me voy a despertar y ya van a haber hecho la revolución.

jueves, 14 de marzo de 2013

Memorias de la construcción

   Hay cosas que quedan impregnadas en la piel, en la nariz, en las marcas de las manos, y uno por más que lo intente no puede desprenderse de ellas: basta estar en contacto con algunas cosas para que los recuerdos entren por todos lados.
   Creo que lo lindo de la memoria está ahí, que puede venir por donde nunca te lo esperes. En forma de color, sonido, olor, todos recuerdos involuntarios.
   Ayer tuve uno de esos momentos, pero no en los que te acordás de algo y seguís como si nada, sino de esos que te quedás a vivirlos. Fue cuestión de levantarme temprano y salir en la bicicleta, ver el polvo esparcido en el piso, poner el agua a calentar para el mate, agarrar una lija y empezar a sacar las impurezas de las paredes con el fin de poder pintar después, para recordar que alguna vez fui albañil.
   El albañil es ese tipo que estuvo en tu casa antes que vos, que la conoce mejor que vos, el que dejó limpia tu pieza por primera vez, el que se animó a tirar la cadena del inodoro sabiendo que podía fallar, el que hizo que te luzcas frente a tus vecinos con la fachada de tu casa.
   El trabajo del albañil es duro, es jodido. Uno se levanta a las seis y cuarto de la mañana como para poder tomarse unos mates tranquilo y escuchar un poco la radio; cerca de las siete te pasan a buscar en una camioneta de esas Ford viejas todas manchadas y llenas de porquerías, buscás algún lugar entre todas las cosas y te sentás. Si no tenés ese transporte, a las siete menos cuarto agarrás la bicicleta y hacés el camino. Si es sábado y sos joven, y la obra queda cruzando toda la ciudad, vas a ir por las calles menos transitadas, las menos céntricas, porque no querés encontrarte con tus amigos que vienen borrachos de joda, no, no está bueno hacerlos sentir mal, no serías un buen tipo si ellos, que vienen de divertirse, te ven a vos que vas todo roñoso a trabajar, no, eso no se hace, porque se les va a instalar un sentimiento de culpa que nunca podrán perdonarte.
   Cuando al fin logra evadir todas las dificultades de ese viaje, llega a la obra. Tímidamente se acerca al lugar que le falta terminar, se prende un cigarrillo y arranca. El peón se pone a rápidamente a hacer mezcla mientras los otros se trepan como orangutanes a los andamios, miran desde arriba, comprueban que el revoque se haya secado y agarran el balde que ya les pasa el peón para seguir dándole a las paredes.
   Yo era peón y el trabajo me divertía bastante, lo peor era el horario. Pero le ponía onda, cuando no tenía que hacer mezcla, preparaba el mate y les cebaba a todos. Mientras tomaba mates conversaba, los albañiles son excelentes conversadores. A uno le decían el tortugo, porque tenía una espalda enorme, como con una joroba, pero siempre permanecía recto. Hablaba de bandas de rock, de recitales de Almafuerte, su gusto por el heavy metal y su costumbre de emborracharse hasta morir. Yo tenía dieciséis año, las historias que me contaban se fundían e mí, no me olvidaba nada. 
   Había otro que se llamaba Facundo, era el mejor trepador, se colgaba de todos lados, siempre me decía "no te casés, te cagás la vida". Yo reía y lo miraba sorprendido, no entendía cómo era tan joven y estaba casado. Era el que más jugaba, buscaba siempre la forma de divertirse en el trabajo. Con el descubrí la emoción de gritarle guarangadas a las mujeres.
   Al contrario de lo que muchos piensan, no es un acto machista, no es real todo lo que se dice. Siendo albañil no hay forma de mostrar ante otros las virtudes masculinas históricamente aceptadas: todos son extremadamente fuertes, todos son resistentes a tal punto que nunca los vas a ver cansados, todos, atrofiados o no, tienen grandes músculos. Por lo tanto, la única manera de demostrar la hombría es con el piropo y la ilusoria situación de conquista.
   Además aprendí que no solo se le grita a las que "están buenas", hay que gritarles a todas, hasta a las viejas que, burlonamente, se les grita un "Señora" con la voz impostada para que se den vueltas indignadas y ultrajadas. 
   El capataz era aburrido, con él no valía la pena tomar mates, aunque uno o dos había que cebarle como para que no diga nada, pero los otros, todos contaban historias increíbles; tenían una capacidad de invención que nunca dejaba de sorprender, porque lo peor de tener que hacer lo mismo todo los días es no tener nada nuevo para contar, por eso inventaban, por eso mentían descaradamente a la hora del descanso, todos lo sabíamos, pero daba lo mismo, había sonrisas.
   Ser albañil o empleado de la construcción, como se le dice ahora, es jodido, para un pibe de dieciséis más aún. Pero impregna recuerdos por todos lados; ayer, y no miento, fue cuestión de mancharme un poco las manos, sentir el polvo entrando en los ojos y los pulmones y hacer un poco de mezcla para recordar todo aquello. 
   Por más que haya que levantarse antes del alba y que sea altamente nocivo, yo, por todas esas historias, lo volvería a hacer.

miércoles, 13 de marzo de 2013

Al lector

   Como "cronista" estoy altamente orgulloso. Entre ayer y hoy recibí mis dos primeras cartas: Una de un lector, la cual me pareció fantástica. La otra fue un escrito lleno de rencor que no tiene nada que ver con mis escritos pero igual lo remito porque no deja de ser una "carta".
   Al primero, antes que nada le digo gracias, tanto por los halagos como por la buena predisposición para el diálogo y la crítica constructiva. Le aclaro que tengo total conciencia de mi persona y hasta donde alcanza el conocimiento de mi historia personal, sé que no soy Roberto Arlt. En base a esto, también sé que no tengo razones para apurarme a publicar privándome casi de correcciones previas a la publicación de la crónica en este medio.
   Pero permítame decirle que lo hago solo para cumplir las reglas de un juego divertido, donde busco esa obligación de publicar día a día y a la vez la ya mencionada diversión que me provoca. Entiendo sus opiniones y las aplaudo, porque me parecen de una lucidez extraordinaria, una amplia visión global tanto de la literatura como de las relaciones humanas. Sé también que ya le respondí en forma privada y que leyó mi respuesta.
    Pese a eso, se lo digo a él y a todos, voy a seguir con la idea de una por día, de nuevo, por el juego.

   Ahora, a la segunda carta también voy a responderle con sumo respeto. Esta carta no la envió un lector del blog, hasta donde yo se, por lo cual es probable que no lea la respuesta. También le respondí en forma privada diciendolé lo que pensaba acerca de lo que había escrito y espero que lo entienda y le surja la necesidad de responderme, sabe que soy un poco fanático de las batallas.
   Lo único que voy a darle es una especie de consejo o algo así, qué se yo: no se puede vivir con tanto rencor, o si se quiere sí, pero habría que encontrar una forma de canalizarlo y aprovechar la energía.

   Bueno, habiendo contestado y escrito, ahora que lo releo, algo terriblemente aburrido, pido disculpas a los que pasen por aquí queriendo o sin querer por tener que leer esto, aunque en realidad es su decisión. Yo no los obligo a leerme diariamente ni mucho menos, solo lo comparto como alguien les puede cebar un mate o puede tener una conversación. Creo que a todas las personas que escriben les gusta ser leídas, los que dicen que no es como que les siento un olor a hipocresía.
   Mañana va a haber una nueva crónica y pasado también, así todos los días que pueda hacerlo porque quiero seguir jugando este juego que me provoca placer y diversión. Los invito a jugar también a ustedes, haganló, con lo que quieran hacer, lo que los conmueva, lo que los llene, busquenló y si tienen que mostrarlo, las puertas están abiertas por todas partes. Sé que tengo aún millones de cosas que aprender y mejorar, pero me gusta pensar que esas cosas van a suceder con la práctica, con la valentía y las ganas.
   A los que leen, les digo gracias; a los que no, nada porque no lo van a leer; y a los que siguen este blog de una forma u otra, los felicito, y no porque me lean a mí o vayan a aprender algo nuevo o se vayan a reír con furia o tengan la inminente posibilidad de descubrir una verdad absoluta, sino porque, como tantos, están dándole la posibilidad a alguien no solo de escribir (ya que para eso -un poco contradictorio a lo que dije arriba- no se necesita lectores) sino de jugar, de divertirse en momentos donde la alegría se encuentra constantemente amenazada.

martes, 12 de marzo de 2013

Argumento

                                                                                    A la memoria de Saer.


   Como ando algo corto de ideas, hoy la hoja en blanco se presenta como un enemigo formidable, invencible. El cuadernillo me mira ir y venir haciendomé el boludo, la lapicera escupe insultos de tinta, y la terraza me llama como escape de la tarea de escribir. El llamado del afuera se hace fuerte, tengo que hacerle caso, así que así como si nada me armo un cigarrillo con sumo cuidado y lentitud, bien prolijito. Me levanto de la silla, abro la puerta, estoy en la escalera, ahora estoy estando en el primer escalón, pero ¿estuve estando estando o estoy estando estuve estando en el primero y ahora en el segundo? Subo la escalera, segundo piso ascensor, en realidad no hay ascensor, pero me estoy dejando llevar por aquel tango un poco viejo. Llego a la puerta de la terraza que por suerte no está con llave porque me la olvidé colgada al lado de la puerta. Abro la puerta, la terraza se expande ante mí con su vasta inmensidad de dos metros por tres, me trepo al tapialcito, me siento con los pies sobre la chapa del techo. Prendo el cigarrillo que larga el humo que es seguido por el que se desprende de la primera pitada, por un instante estoy cubierto por humo. Estoy sentado y pienso qué puedo escribir, así sigo un rato sin que se me ocurra nada; miro a lo lejos y a lo cerca. Al frente las ventanas de un edificio me revelan a un hombre frente a un monitor, no sé si está haciendo su trabajo o boludeando en el facebook. Miro otra ventana y veo el consultorio odontológico que siempre observo, con la esperanza de recibir un saludo casual de la doctora algún día, pero ahora no hay nadie. Cruzando la calle los colores verde y amarillo me revelan el cartel de la Petrobras donde hay algunos autos y un playero parado como esperando que pase algo, totalmente descuidado de que alguien pueda estar pesando en él o siquiera mirandoló. Al otro lado de la terraza algunos árboles se mezclan entre los edificios y pienso: "qué ciudad más linda, porque si te parás a alguna altura ves cómo el verde vegetal se entrelaza con el gris opaco del cemento". Miro el cielo y descubro que hay pocas nubes. El humo del cigarrillo atraviesa los techos y va a parar a la base de un tanque de agua donde una paloma intenta proteger su frágil nido del viento. Hace algo de frío, pero es agradable. Escucho a la ciudad y descubro que a esta hora tiene como su propio ritmo, cierta melodía constante. Se escuchan golpes de varios martillos y raramente coordinados crean un sonido algo agradable, aunque más extraño que bello, digamos. Sigo pensando que no se me ocurre nada para escribir y que el cigarrillo en cualquier momento se va a acabar y voy a tener que enfrentarme al destino ineludible de volcar las palabras pensadas en un papel. Entonces estoy estando en la terraza mientras el tiempo y mi cigarrillo se consumen a la par. La puerta se cierra por el viento y la dejo así, no hay razones para bajarme aún del tapial. Desde la mínima panorámica que ofrece la terraza se logran ver algunas personas que cruzan la calle, hablan por teléfono. Para un carro tirado por un caballo al lado de unos autos. El viento no ofrece tregua, sigue soplando y arrastrando una masa de frío que va para el sur. El sol ilumina y aplaca la piel de gallina. Al cigarrillo ya casi no le queda nada. Yo sigo estando estando en la terraza. Miro cómo la brisa juega con el humo. La paloma ya se rindió y sin que me de cuenta en algún momento salió volando. Se fue como el cigarrillo que termina de consumirse. Lo tiro, bajo del tapial y abro la puerta de la terraza. Encaro la escalera. Bajo lentamente. Llego al segundo piso y prendo la luz como para ganar alguna milésima de segundo. Sigo bajando la escalera, ya estoy a mitad de camino. Llego ante la puerta de mi departamento, La abro, dejo el encendedor sobre la mesa, me siento frente al cuadernillo. Como ando algo corto de ideas, hoy la hoja en blanco se presenta como un enemigo formidable, invencible. En fin, hoy no se me ocurre qué escribir, voy a esperar hasta mañana.

lunes, 11 de marzo de 2013

Se busca toldo

   ¡Qué hermoso quilombo! La ciudad, mierda che, hace un ruido terrible. Si uno quiere levantarse temprano a sentir ese olorcito a mañana, con el sol brillando en lo alto y una brisa que recorre las habitaciones tiene que bancarse los estrepitosos sonidos de la calle. Vivir en un séptimo u octavo piso es una de las soluciones, pero cuando la ventana está a unos pocos metros de la calle, la mañana es ensordecedora. Y después uno se pregunta porqué la gente corre a recluirse entre sus cuatro paredes.
   Entre los camiones descargando materiales en la construcción, la gente y sus gritos por celular, las alarmas de todos los estacionamientos sonando, la impaciencia de las bocinas, todo hace de la mañana un momento de mierda. Esa es una de las causas por las que defiendo la vida nocturna. Porque de noche uno se reencuentra consigo mismo, puede dejar las ventanas abiertas con la única amenaza de una polilla perdida que entra a suicidarse en un foco; a la noche no hay casi colectivos, no hay constante circulación, no hay ni siquiera pájaros que cantan, y ojo, esa es una de las desventajas.
   Recuerdo momentos de la infancia cuando en la casa de mi abuela lo único que se escuchaba cuando te despertabas eran pájaros, pájaros de todas las formas y colores, con cantos que se sincronizaban; gorriones, horneros, benteveos, cardenales, y todos libres, volando o parados en alguna rama. Ahora de pedo se escuchan las palomas que te hacen nido en el hueco de la ventana y cuando te despertás la gente ya anda corriendo a los gritos, los motores son constantes bombas a los oídos, el mundo te grita en la cara todo el tiempo que está lleno de humanos, humanos que contribuyen cada uno un poquito al insoportable murmullo general.
   Lo peor del caso es que uno lo asimila, lo acepta, lo defiende consciente o inconscientemente. Para ver una película, por ejemplo, tenés que recluirte de todo contacto con el mundo exterior para escuchar alguna cosa, sino te conformás con los subtítulos, pero al menos que tengas un equipo de amplificadores no se escucha nada. De noche todo es diferente, uno está en su mundo, los únicos ruidos son de vez en cuando el chasquido del encendedor, el agua hirviendosé o el dar vuelta la página de un libro.
   Generalmente, a los que viven de noche, les pasa que quedan un poco marginados, por una cuestión de desencuentros, pero es natural que se los vea (las pocas veces que pasa) mucho más tranquilos que el resto durante el día. Porque no tienen asumido el ruido, no aceptan esas perturbaciones sonoras, sus cuerpos han fabricado anticuerpos; y después de haber pasado todo el día despiertos hacen el sacrificio de no acostarse en toda la noche para poder dormir todo el día siguiente y así evitar el sufrimiento de la luz solar y sus condiciones urbanas.
   Acepto que levantarse a la mañana, tomarse unos mates y salir a vagar por ahí representa una sensación grata; pero el ruido, la gente empujandosé, los autos tocando bocina, es toda una combinación de actos que le quitan todo encanto,
   La noche es de uno mismo, es un momento mágico, la hora de la inspiración, de los amantes, del vaso de vino, de la oscuridad y todo lo que ella esconde detrás de cada esquina. Pero no es solo poesía y magia, no, la noche es fiesta, es baile, es gente desatandosé; la noche es amigos filosofando con el mate lavado hasta que amanece; la noche es terminar trabajos atrasados que hay que entregar al otro día; la noche es el suplente del día, ese que entra a darte la última chance, el que va a meterte el centro para que pongas la cabeza y hagas el gol. Y ya que estamos con metáforas futboleras, como dijo el Bambino, "Me gusta tanto la noche que al día le pondría un toldo".

viernes, 8 de marzo de 2013

Secretos de un Lineman

   ¡Las cosas que uno puede llegar a hacer para vivir! por favor, yo soy juez de línea. Sí, juez de línea; el tipo ese que levanta la banderita al costado de la cancha para que vos lo putees después de haber gritado ese gol del empate en el último minuto que no valió porque el siete estaba en offside, el tipo que sacude la banderita para decirle al árbitro que el arquero la sacó con la mano afuera del área y lo tiene que echar, el tipo que se come los insultos más bajos del ser humano por señalar el lateral para un lado y no para el otro; el tipo sin nombre.
   Los lineman somos el último eslabón del fútbol, los que no tenemos ni la mitad del poder del árbitro como para sacarle una amarilla a alguien porque te cagan a trompadas. Llegamos al predio todos juntos después de caminar como quince cuadras en el medio del campo desde donde te deja el Oeste. Entramos por el costado, medio saltando un alambrado, nos metemos en el vestuario, saludamos a los que ya llegaron, nos calzamos la ropa negra, el reloj cronómetro, agarramos el banderín, nos subimos las medias hasta la rodilla y vamos a la cancha.
   A veces llegamos temprano y nos sacamos las ganas de ser nosotros los que jugamos al fulbo, tiramos un par de tiros al arco, echamos unos centros horribles, volamos de palo a palo para atrapar un disparo espantoso, nos bajamos la adrenalina futbolera al máximo como para poder hacer nuestro trabajo sin culpa, sabiendo que por lo menos nosotros no pagamos por jugar.
  He visto arquitectos orgullosos de sus mansiones terminadas diseñadas por ellos mismos, médicos abrazados y felicitados por colegas después de haber terminado con éxito una operación peligrosísima, futbolistas ovacionados por hacer un gol con la mano, pero nunca en mi vida he escuchado un "bien juez" por haber cobrado bien un offside. El trabajo del lineman es peligroso, humillante, pero alguien tiene que hacerlo, alguien tiene que agarrar ese maldito banderín y levantarlo con una rectitud que no muestre una gota de indecisión, pararse derecho y quedarse inmóvil esperando ser advertido por el árbitro para anular esa jugada increíble que seguro iba a terminar con un 4 a 4 histórico y agónico porque el nueve la fue a buscar en vez de dejarlo al cuatro que picaba con lo último que le quedaba, habilitadísimo.
   Pero he terminado por darme cuenta que ya no voy a trabajar por la plata, sino que ya le he agarrado el gustito. Me levanto los sábados a la mañana, me preparo el mate, escucho algo de música, me voy al quiosco a cargar la SUBE y a comprar cigarrillos y un poco antes de las doce ya estoy en la parada esperando el micro junto a mis colegas. Los cuarenta minutos de traqueteo constante en el colectivo se han convertido en un masajeo necesario; me bajo allá donde el aire se respira distinto, saco un cigarrillo y camino unos veinte minutos "hasta donde termina el asfalto" y llego al predio donde se erigen los cinco estadios donde los titanes de la borrachera del viernes se disputan el honor y la gloria del duelo sagrado que es el fútbol; duelo que luego deberán festejar hasta la nueva resaca del domingo o lamentar en las copas insulsas de una noche que intenta borrar la tristeza inconsolable del sábado a la tarde.
   Ellos son los héroes, nosotros los testigos y responsables de su fiesta o su miseria. El árbitro mira el reloj, se lleva el pito a la boca y marca el inicio de la guerra futbolera; los líneas nos paramos derecho al último hombre y desde allí miramos pasar la pelota delante de nuestros ojos, señalamos los laterales, marcamos el offside, nos aguantamos las puteadas de esas hinchadas conformadas por amigos aún un poco borrachos y jugadores lesionados; somos jueces de línea, defendemos el honor y la gloria de las leyes, repudiamos a quienes atentan contra ellas, nos calzamos la responsabilidad enorme de ponerle sentido al juego.
   Al final de la jornada, ya cambiados, preparados para volver a casa, echamos una última mirada atrás, miramos esas canchas mal pintadas, a veces hacemos un comentario sobre algún partido, somos indiferentes al presente, pero por dentro se sabe, todos sabemos, que no vamos a poder levantar esa bandera heroica hasta el próximo sábado.

jueves, 7 de marzo de 2013

El héroe cotidiano

   Ayer miraba la entrevista que el gallego ese que ha entrevistado a todos los genios le hizo a Cortázar (muy buena de hecho) y me quedé pensando en uno de los temas que trataban. Cortázar decía que nunca había podido trazar esa línea ilusoria que separa lo fantástico (término que a él nunca le cerró del todo) de la realidad. Entonces empezó a girarme por la cabeza esa idea de la necesidad de aferrarse a lo real, a lo tangible, a lo que nada nos cuesta creer que es posible.
   Hacer cosas posibles no es nada complicado, carece completamente de heroísmo, valentía o sagacidad. Es triste pensar en la falta de aventura que hay en las vidas de hoy. Hernán Casciari en un cuento publicado en Orsai que se llama El móvil de Hansel y Gretel hace referencia justamente a esto y también Dolina en "La venganza será terrible" y en algún texto suelto cuenta y da instrucciones acerca de vivir aventuras y ambos lo definen muy bien. Es que vivir aventuras es justamente eso que le pasaba a Cortázar, salir un poco de la realidad, alejarse de lo cotidiano, de la rutina de todos los días.
   Con esta breve introducción podemos llegar fácilmente a la conclusión que para vivir aventuras hay que ser valientes. Y ¿Qué es ser valientes? pues simplemente cometer estupideces, arriesgarse a fallar, a rozar las sinuosas cumbres de la vergüenza, a destruir los estereotipos facilistas que nos consumen.
   Si algo nos han enseñado las películas yanquis es que a pesar de los consejos que alguno de los personajes les da al protagonista sobre la valentía, "que ser valiente no es sacrificarse, inmolarse o cometer alguna atrocidad contra la propia vida o prácticamente suicidarse ante una horda de zombis o una lluvia de meteoritos", el tipo va y lo hace y se convierte en un héroe, ya sea por suerte o eficacia, triunfa.
   En la sociedad de hoy, donde con suerte nos atrevemos a hablar con el tipo que está adelante de nosotros en la cola del Pago Fácil, vivir aventuras es cada vez más complicado. Pero para hacerlo no es necesario enfrentar a un criminal, tirarse a rescatar a una vieja que está a punto de ser atropellada por un auto junto con todas sus bolsas de las compras o bajar un gatito de un árbol, no, para nada; para ser valientes no hace falta nada más que desafiarse a uno mismo, que encontrar ese punto endeble de nuestra persona y destruirlo.       Porque es increíble la cantidad de tiempo que se pierde pensando las cosas, visualizando el después o el mientras tanto de nuestros actos sin que en ningún momento se nos pase por la cabeza ir a hacerlo, atreverse a fracasar.
   Hace falta animarse a quedar mal parado, a recibir un cachetazo o el golpe doloroso de un no bien puesto como un gancho en la mandíbula. Ser valientes es justamente eso, enfrentarse a lo que no parece posible, a lo que nunca vamos a poder hacer. Para hacerle un chiste a la cajera del supermercado no se necesita valor; pero para decirle a una mina que te gusta hace falta verdadero coraje. Para hacer algo que nos descoloque, que no nos quede cómodo hay que tener ansias de aventura.
   Entonces, como dice Dolina, hay que proponerse cometer alguna estupidez de vez en cuando: tocar un timbre cualquiera y quedarse a esperar a ver qué pasa, pintar una pared con aerosol al frente del edificio donde están los tipos que controlan la ciudad con cámaras, decirle a esa mina que te voló la cabeza, putear a un policía y no sé, miles de cosas más.

    Después de todo este tratado sobre el coraje, la valentía y las claras ventajas de cometer estupideces, me queda la aburrida tranquilidad de aceptar mi cobardía, más que nada la certeza de saber que en mi vida casi no hay actos de valor. Aunque quizás esta es mi cobarde manera de ser valiente... por lo menos hoy, no me voy a sacar la duda. O sí.

miércoles, 6 de marzo de 2013

Dedicatoria

   Tengo una hermana cuyas peculiares actitudes circulan desde las más extravagantes situaciones hasta los actos más vulgares de la naturaleza humana.
   Lo gracioso del caso fue que, hablando sobre mis escritos, me pidió medio en broma, medio en serio que le dedique algo a ella, que escriba sobre sus bellas cualidades, sobre sus destrezas y sus habilidades, que remarque sus principales características. Entonces le respondí que había dejado de escribir ficción, que si escribía sobre ella iba a decir la verdad.
   Básicamente me dijo que me deje de joder y yo empecé a mirarla, a analizarla, a hacerla sentir incómoda con cada uno de sus actos. Como recién habíamos terminado de comer y aún no habíamos juntado la mesa, ella tenía en la mano la fuente de la ensalada y, ayudándose con el tenedor, se comía las semillas de tomate que habían quedado. Casi proporcionalmente a la cantidad de veces que metía el tenedor en su boca se sacaba de entre los dientes, con los dedos, algunos pedazos de orégano que se depositaban allí cuando entraban junto a las semillas.
   Yo la observaba divertido y ella se daba cuenta, sabía que no había vuelta atrás y me decía "no escribas eso", así que empecé a escribirlo y ella me preguntaba qué escribía. Obviamente la velocidad de la redacción no es más rápida que los actos que ella cometía, así que tenía que agudizar mi memoria, pero cada vez que me disponía a bajar mi vista para concentrarla en el papel cometía otro de sus actos vulgares que nos hacían reír a ambos, a mí por el aumento de material y a ella porque sabía que a cada momento se condenaba.
   Mientras escribía alguna de las palabras de más arriba tuvo como un ataque de tos, se había ahogado con el agua y bajaba su cabeza a la altura del plato para escupir lo que había salido de las profundidades de su garganta; tuvo el cuidado de poner delante la mano, lo que solo me permitió ver la salida del lento salivazo y finalmente ese hilo de baba que queda prendido de los labios, como esa ilusión de la saliva escupida de volver a su cómodo recinto, a su lugar de residencia. Ella seguí agachada y yo la seguía mirando; sabía que la miraba, pero ya conocedora de su condena pareció querer ayudarme y desprendió el hilo de baba con la mano que antes tapaba la situación. Otra vez la risa, lo inevitable de escribir esto y su conciencia de ello. Se paró y se sentó en la computadora a ojear su facebook; yo escribía pero la seguía mirando y ella se sacaba un orégano de entre los dientes y lo dejaba delicadamente en la tela de su pollera.
   Obviamente, como decía antes, todo esto pasó mucho más rápido de lo que el lenguaje escrito y sus limitaciones permite narrarlo. Pero es quizás por esta peculiaridad que las cosas que hacemos diariamente sin ninguna intención de recordarlas pueden ser contadas, como por ejemplo la gran costumbre humana de contar anécdotas, hechos que ya ocurrieron pero que el narrador, si conoce algo de esta costumbre, puede modificar a su antojo para lograr diferentes objetivos.
   Soy consciente que el lenguaje no pude suplir los sentidos, es imposible describir con palabras un objeto mejor de lo que puede entenderlo el ojo, o intentar dar a conocer un sonido mejor de lo que el oído puede identificarlo, pero creo que en ello, justamente en su limitación, radica la grandeza del lenguaje, porque ¿cuántas veces hemos escuchado o leído sobre algo o alguien creándonos una imagen y cuando lo hemos conocido o visto nos hemos desencantado o au contraire nos hemos encantado de sus características?
   Así sería fácil en base a este texto crearse una imagen poco pulcra de mi hermana. Si la conocieran, perdería el encanto.

martes, 5 de marzo de 2013

La obligación de contestar o el mal hábito de preguntar

    Hace poco caí víctima de unas de esas preguntas que no pueden eludirse culpa del aprecio que uno siente hacia la otra persona. Preguntas que envuelven un marco ineludible de compromiso, que deben ser respondidas. La primera no fue tan dura porque éramos tres personas y pude escaparme a la respuesta hasta esperar la pregunta directa y así poder decir cualquier estupidez sin culpa alguna.
    Para darle a esto crédito de verosimilitud voy a nombrar a los personajes a modo aleatorio: digamos que éramos Paula, Rolando y yo.

Paula: ¿Cuándo se puede ser celoso? o no ¿Qué piensan de los celos?
   Caminábamos por Diagonal setenta y siete mientras conversaban, yo iba más adelante jugando mis propios juegos mientras fumaba un cigarrillo.
Rolando: Y los celos... los celos, en mí caso, me doy cuenta que vienen de un lugar irracional, o sea, te atraviesan por un lugar que no podés explicar porque te sirve como defensa inconsciente a esos ataques...
    Rolando se explayaba, se daba a entender a su manera, con todas esas idas y vueltas. Seguía: A mí, como te digo, me parecen irracionales, pero necesarios.
Paula: No sé, para mí que no es tan así; porque yo por ejemplo he tenido celos de mis amigos.
Rolando: Ahí está ¿ves? eso es una boludés, porque me acuerdo que había un tiempo que no querías mezclarnos a nosotros con tus amigos de la facultad o de América, porque...
Yo: Tenía y sigue teniendo sus motivos.
Rolando: No, porque como que se apropia...
Paula: Sí, qué se yo, lo veía mejor así, pero volvamos a lo otro antes de llegar a la casa que no vamos a poder hablar más.
     Qué lejos estaba la casa en ese momento, eran tres cuadras y sabía que no iba a haber forma de esquivar el bulto.
Paula: ¿Y vos no decís nada?
Yo: y mirá, los celos son irracionales, porque las relaciones sentimentales son irracionales.
Me crucé a comprar unas Don Satur al quiosco, cuando volví ya habían cambiado de tema.

   Un tiempo antes de ese día tuvo lugar la otra pregunta: Un sábado a la noche, mientras en mi casa se desarrollaba una estrepitosa fiesta de la que fui parte hasta que el alcohol me venció y me rendí por unas dos horas. Paula ya se había rendido y dormitaba en mi cama. Yo repasaba un guión y fumaba un cigarrillo apoyado en el marco de la ventana y Paula, en un ataque de lucidez -inaudita para el momento- me hizo una pregunta que me descontextualizó de una forma, cómo se dice: de pe a pa.
Paula: ¿Cuándo se da cuenta un hombre que está enamorado?
Yo: Mirá Paulita: si esta es una desesperada maniobra por conquistar a alguien con tu estado de ebriedad, no lo vas a lograr, estoy más borracho que vos.
Paula: No boludo, en serio te pregunto.
Yo: y mirá, no sé, no me pasó muchas veces, pero te puedo decir que te das cuenta que estás enamorado cuando ya no hay explicaciones, o mejor dicho, cuando la única explicación es que estás enamorado. Cuando pensás en la otra persona como algo que está ahí para que nadie más que vos la vea, cuando, qué se yo, es lo único que importa, cuando es lo único que pensás, cuando tu cerebro te lo repite mil veces por minuto y la única respuesta es esa, que estás enamorado. No sé si hay otra respuesta.
Paula: Mm...
Yo: Pero ya te digo, no tengo ni idea, porque es como hermosamente inexplicable, y te sentís un pelotudo, pero un pelotudo bien, orgulloso, contento.

    Así pasaron esos momentos. Las conversaciones a veces pueden ser inútiles y es, la mayoría de las veces, preferible abstenerse; pero como dice Sacheri: cuando la pregunta cruza el aire llevando exclusivamente mi nombre y no hay forma de evitarla prefiero responder con alguna estupidez parecida a las anteriores.