miércoles, 29 de mayo de 2013

No tropezás con la misma piedra

   “Se tropezó con la misma piedra”. ¿Ha escuchado ser humano consciente alguna vez alguna frase más escasa de sentido? A ver, entiendo la metáfora y todos la aceptamos como verdad universal. Alguien comete algún error en su vida y, como si no hubiese aprendido nada de sus consecuencias, va por ahí y lo vuelve a cometer, es decir, se choca con la misma piedra, se tropieza, se golpea, lo que sea.
   Que alguna vez alguien se haya tropezado con una piedra es algo totalmente posible, pero valiente y con pruebas sea aquel que venga, se plante y diga: “yo me choqué dos veces la misma piedra”. Pues no le creo. ¿Alguien se ha puesto a pensar en la cantidad infinita de piedras que hay en el mundo? ¿En la cantidad de tropezones que se da alguien a lo largo de su vida? Bien, entonces díganme si realmente es posible tropezarse más de una vez con la misma piedra.
   Algunos querrán refutar el argumento y dirán “yo he visto a mengano tropezarse con la misma piedra dos veces en el mismo día” y otros “una vez, en mi época, había una piedra en la puerta de la escuela que siempre nos chocábamos por entrar apurados al aula”. Entonces, por pura confianza a estos desconocidos tendré que bajar la cabeza y decirles que tienen razón, que es verdad, que es posible, que todo lo que quería decir no es más que un arrebato de enojo hacia una frase hecha que para mí no significa nada pero lamento haber dudado de la cualidad de sus pensamientos.



   Bien, ahora que tengo la atención de ustedes, los que no creen en esa ridícula frase y estos tipos que la defienden se han ido, voy a continuar con la idea. Como les decía, entiendo el significado; siempre pasa que cometemos el mismo error prácticamente bajo las mismas circunstancias que hemos cometido el anterior y generalmente pasa que hay alguien ahí para recordartelo, para decirte “yo te avisé” y que después se lo cuente a tus demás amigos bajo los sinónimos de Cometió = Tropezó - el mismo = con la misma - error = piedra que la vez pasada bla bla bla. A esos les digo que no, que no y que no. ¿Que no qué? ¿Que no me tropecé con ninguna misma piedra? ¿que todas las piedras son distintas? ¿que no hay dos veces lo mismo? ¿que cada error es único e irrepetible (como el ser humano, qué casualidad)? No, nada de eso, sino que la frase no tiene sentido. Qué se yo si no puede estar la misma piedra en dos momentos iguales pero distintos. Lo que quiero decir es que no es para nada fácil y es casi improbable chocarse dos veces con la misma piedra, de hecho si hacemos un cálculo de la cantidad de pasos que da un hombre en su vida y la cantidad de piedras con las que se tropieza nos dará el resultado de que tropezarse con una sola piedra es una probabilidad mínima.
   Por lo tanto me autoproclamo Destituyente de esta frase mentirosa y absurda y Honorable Corrector de los dichos y refranes populares. He decidido, bajo mi nuevo mandato, reemplazar este miserable conformismo histórico por uno nuevo, por algo mucho más real, por algo cuyas probabilidades de pasar son mucho más altas que la idiotez anterior.
   Hoy nos sumimos en un nuevo proyecto, en la revolución de las conversaciones, hoy somos hijos de un habla atacado por los destructores de la lengua y seremos los responsables de levantar los nuevos muros de la identidad lingüística, de sentar las bases de un mundo y una humanidad cuyas frases hechas y refranes pasen a tener sentido. A partir de hoy propongo olvidar los oscuros tiempos del “tropezarse con la misma piedra”, propongo no volver a cometer errores de lógica y cálculo, señores, hay frases con mucho más sentido, cuya identidad proviene de un cálculo con el que todos estarán de acuerdo.


   Pido perdón, nuevamente, por este ataque de locuacidad política. De nuevo quería asegurarme que los que creen en esta frase se hayan ido o terminen de aceptar su equivocación. Espero haber logrado cualquiera de estas dos. Ahora sí quiero continuar con mi análisis. Tropezar con la misma piedra es algo que pasa solamente en el plano metafórico. Quizá en los tiempos de la creación de esta frase, cuando la gente caminaba más, chocarse una misma piedra dos veces era posible; pero seamos sinceros, hoy en día ya ha perdido todo su sentido. Por eso, sin quitarle mérito a la frase, cuyo contenido es ahistórico pero su forma es totalmente obsoleta, creo que deberíamos reemplazarla.
   Ahora, no soy ningún inocente y sé que asentar una idea en la gente (al menos que seas un periodista gordo y mal afeitado) es difícil y lleva tiempo; pero creo que es un desafío que debemos enfrentar entre todos. La frase tiene que ser alguna ya usada para otra cosa, que mute su significado, tiene que ser un hecho consumado, algo compartido por todos; tiene que tener chispa y gracia; tiene que ser entendida por los niños y aceptada por los ancianos; reproducida por los jóvenes y reivindicada por los adultos; le tiene que pasar a todo el mundo y todos tienen que estar de acuerdo; tiene que ser rápida, sencilla, cuasi comprobada científicamente o por lo menos tiene que dar gracia y a la vez impotencia. A partir de ahora, en vez del ridículo doble tropezón imposible, debería ser “La galletita/tostada volvió a caer del lado del dulce”. Ya se, ya se, no dije nada nuevo ¿vieron? A eso era lo quería llegar todo el tiempo. “Tropezarse con la misma piedra” tampoco es algo nuevo y sin embargo llegaste hasta acá. Creo que la nueva frase es ahistórica y a la vez nada obsoleta, es más, estoy seguro de ello. También me atrevo a afirmar que es capaz de durar por años y años hasta que inventen un robot untador de galletitas para todos y todas.


   Pero todo esto puede ser considerado inútil ya que no es más que en la práctica donde se cambian los paradigmas de la lengua. Así que dejemoslo así. Aquél refrán ha estado instalado quizás por siglos y nadie se ha puesto a pensar que en realidad no está basado en un argumento real. Abandonar el más arriba llamado plano metafórico y transportarse al plano de lo real puede llevar a la humanidad a una madurez nunca antes alcanzada. Cuando las frases hechas dejen de dominar el sentido común y el contenido de lo público, cuando el discurso repetido sea cambiado por las ideas e ideologías propias e independientes, quizás recién ahí, en ese momento, comencemos a ser un poco libres.

lunes, 27 de mayo de 2013

De la ilusión

“Ilusión, s. Madre de una respetabilísima familia, que incluye al Entusiasmo, el Afecto, la Abnegación, la Fe, la Esperanza, la Caridad y muchos otros vástagos igualmente virtuosos.”
     (Ambroise Bierce, Diccionario del diablo)

ilusión.
(Del lat. illusĭo, -ōnis).
1.f. Concepto, imagen o representación sin verdadera realidad, sugeridos por la imaginación o causados por engaño de los sentidos.
2. f. Esperanza cuyo cumplimiento parece especialmente atractivo.
3. f. Viva complacencia en una persona, una cosa, una tarea, etc.
4. f. Ret. Ironía viva y picante.”

     (Diccionario de la Real Academia Española, XXII Edición)


   Las ilusiones son esas cosas que se albergan en el fondo más inentendible de nuestros cuerpos y que, de alguna forma u otra, mantienen al ser humano con vida. Son las encargadas de susurrar mentiras al oído para que, al otro día, uno pueda levantarse con la conciencia tranquila, con la calma que otorga el hecho de pensar que más allá realmente hay algo.
  Pero como bien dice nuestra venerable amiga, la Real Academia (de policías) Española, una ilusión no es más que un concepto o imagen sin verdadera realidad que causa engaño a los sentidos, que simplemente la mantenemos porque en el caso de llegar a convertirse en algo real (y esta frase me encanta) su cumplimiento parece especialmente atractivo. La RAE, señores, es una aniquila ilusiones, pero eso no nos importa hoy; tampoco nos importa mucho la definición de Bierce, cuyo Diccionario del Diablo vale la pena conocer pero no en este momento. Porque de lo que queremos hablar, sí, queremos, todos, es de las ilusiones.
    Las ilusiones, como decíamos, son esas pequeñas autoestafas del hombre, con las que es proclive a encontrarse innumerable cantidad de veces a través de su vida. Innumerable porque existen desde el momento en que la persona sale escupida sin argumento al mundo.
     El nacimiento es la primera ilusión rota.
    Después uno va creciendo y adquiriendo autoconciencia de sí mismo, un poco de sus capacidades y sus limitaciones y (prácticamente nula) del otro, en base a lo cual puede establecer cierto parámetros de ilusiones. Es decir, un tipo que nunca conoció más que el desierto no podrá concebir el océano, a lo sumo rogará a sus dioses un poco de agua; Colón tenía la ilusión de encontrar un camino a la India y lo encontró, nunca quiso asumir que era otra cosa; digamos entonces que uno vive, se mueve, proyecta y piensa respecto a sus ilusiones, no a los hechos empíricos que suceden.
    Por ejemplo hay individuos que pueden generar una ilusión de país en base a la nada misma o a mínimas evidencias truncadas y descontextualizadas generalmente motivados por intereses personales; hay ilusiones suicidas y asesinas; hay algunas que son ambiguas y otras que no llegan ni siquiera a una completa. Hay otras que son más cercanas, más obvias, que recaen en la exactitud del contexto. Pero en general, las ilusiones son todas iguales: son ideas que se implantan en la cabeza para llevar, generalmente, a una desilusión (palabra por la cuál fue iniciada esta búsqueda).
    Porque -parafraseando a Cortázar- cuando se habla de ilusiones, lo que generalmente hay es ilusionados, y lo que estos suelen encontrarse prácticamente siempre es con esa misma ilusión truncada o, directamente, con la desilusión, es decir la muerte misma de esa mentira que se ha creado esa persona para satisfacer una necesidad que nace de la esperanza de algo nuevo, de algo distinto que comúnmente no existe.
    Entonces, la pregunta que surge inmediatamente es para qué el hombre se autoengaña a sí mismo. No lo sé. Lo que sí sé, es que la creación de esas ilusiones vienen desde un lugar arraigado en la esperanza. Cuando uno se crea una ilusión es porque cree que aquello que anhela puede llegar a pasar, que eso que espera puede llegar en cualquier momento y que va a encontrarse con eso que está buscando. Por lo tanto, se podría decir que las ilusiones parten de una (valga la redundancia  o no) ilusión de realidad, de una idea imaginada del mundo, que no existe más que en la cabeza de aquel que la crea y no en el mundo real o tangible.
    Así es que uno se va encontrando casi todo el tiempo con cosas que no son lo que se esperaba, con situaciones que lo desacomodan porque no tienen nada que ver con lo que se creía que iba a pasar. Por eso las ilusiones son tan atractivas, porque tienen la capacidad de crear mundos posibles y destruirlos en instantes, porque se te meten en lo más hondo y le van dictando tentaciones a la conciencia hasta que llega el momento de la verdad y esa verdad nada tiene que ver con lo que uno se venía armando en su conciencia, en su idea de futuro cercano o lejano.


    
   Eran las tres de la mañana cuando descubrió que se le habían acabado los cigarrillos. Cerca de su casa había un kiosco que estaba abierto casi siempre toda la noche. Se puso una campera un tanto abrigada y salió a la calle. Siendo lunes a la madrugada casi nadie andaba por ahí, algunas personas terminaban sus cervezas en la vereda de un bar. Cuando llegó a la esquina vio las luces del kiosco encendidas y la ilusión de conseguir cigarrillos a esa hora de la madrugada y ese día se convirtió en una certeza. Siguió caminando lentamente, las manos en los bolsillos, temblando un poco por el frío y, más que nada, el sueño. Llegó al kiosco, estuvo un rato parado en la ventanilla sin que pasara nada hasta que descubrió el cartel escrito con birome y pegado con cinta: “Vuelvo en 5 min”. Se quedó ahí unos segundos más, pensando si el cartel era simplemente un olvido del kiosquero del turno anterior o una insensatez del que estaba a esa hora. Al darse cuenta que esos cinco minutos pueden ser eternos, que uno no sabe a qué hora han puesto el cartel ni en qué momento, que uno no puede saber cuándo se va a producir esa supuesta vuelta, agachó la cabeza y volvió a su casa, desilusionado.

jueves, 16 de mayo de 2013

Nada es lo mismo sin "Fútbol"

   En las buenas y en las malas mucho más, siempre yo te sigo a todas partes, vos sos la alegría de mi corazón, daría la vida por verte campeón, llega el domingo, agarro la bandera y así podríamos seguir una eternidad enumerando cantitos de gloria y pasión, de amor incondicional y once tipos, de alegría y fútbol. Porque el fútbol es así, es algo inentendible, que está ahí, adelante nuestro, que pasa por el lente de una cámara que está en una cancha a kilómetros y kilómetros del sillón desde el que nos comemos las uñas, nos sacamos los dientes, gritamos, lloramos o simplemente miramos pasar la pelota de lado a lado, creyendo en lo maravilloso y genuino de ese acto.
   Así es señores, el fútbol es eso, fútbol, pero es mucho más que fútbol decía Sacheri alguna vez; porque une, porque arraiga, porque se mete en la sangre y hierve cada vez que el árbitro cobra mal, cada vez que el defensor se manda cualquiera y cada vez que el diez la toca, la mueve, cada vez que el tipo gambetea y se pasa a uno, a otro, y así, de la nada, te la clava allá, donde el tipo de los guantes no la ve, donde la cámara solo acompaña la ráfaga terrible, esa leve calma antes de la explosión; el fútbol es ese gol gritado que sale desde las entrañas, desde lo profundo, desde la oscuridad. Y por eso el fútbol es lo que es, porque no puede ser otra cosa, no es más que un deporte, y no, no lo es, pero andá a decírselo al barrabrava que en vez de mirar el partido amenaza con su porte a la hinchada para que cante, para que aliente, para que disfrute lo indisfrutable del fútbol.
   Pero a ver si hacemos la diferencia: cuando uno habla de fútbol habla de más de una cosa. Primero es un deporte donde, corta y a lo Borges, veintidos tipos corren atrás de una pelota; después es una contienda en una cancha de cinco contra cinco entre unos amigos o compañeros de la adolescencia que no han perdido la costumbre; después está el potrero, y el club del barrio; y por último está esa cosa que se ve por la tele, que es el negocio. Es decir, toda la mística que puede tener la pierna de un tipo, va a caer ahí, a las billeteras de unos cuantos que en vez de comprar acciones en Mc Donald's les tiran unas fichas a las gambas de messi, a la magia de Ronaldinho, a la suerte goleadora de Ibrahimovic o a los penales de Silva.

   Pero frente a la pantalla uno se olvida de toda esa mugre, de toda esa infección compra venta que sufre el mundo. Frente a la pantalla uno quiere comerse el personaje, no quiere ver las obviedades, no quiere razonar, quiere saber y creer que lo que pasa ahí está pasando porque esos tipos hacen que pase y no porque hay intereses económicos que tiran mucho más que los centros de Barros Schelotto. Cuando uno decide ver un partido, decide entrar en esa lógica, en ese juego de tire y afloje, en esa repartija de vos me das el elixir del domingo y yo te pago la cuenta a fin de mes.
   Así que anoche, dispuesto a olvidarme de toda esa mentira que llaman realidad, me acomodé en el sillón a ver a Boca, con los antecedentes del año pasado contra el Corinthians, con la vuelta de Román, con todo el paquete del clásico internacional comprado y metido en el bolsillo. Se dudaba de la legitimidad del árbitro, decían que lo habían cambiado a última hora y que iba a favorecer a los brazucas y a los pocos minutos hay terrible penal para ellos y no lo cobra; al rato una muy buena jugada y el línea, que ante cualquier duda/jugada, levantaba la bandera y anula un gol válido. Empecé a dudar un poco pero no quise hacer mucho espamento de unas pocas “casualidades”, hasta que a los 24' la agarra él, el torero, el mago, el genio indiscutible, el maestro, el distinto, el último 10 del fútbol argentino, la eminencia, el viejo de treinta y cuatro años que no podía correr la pelota y la clava al segundo palo, en el último lugar que el “despistado” Cassio esperaba y gol, gol ¿gol? ¡GOL! ¡GOL, CARAJO, GOL! ¡Grande Román! ¡Gracias Dios, por el fútbol, por Román, por estas lágrimas! No, no sé si para tanto, pero gol y a cantarle a Gardel brasileros.
Y así se iba yendo el partido, se jugó; lo empataron pero tenían que hacer dos más y no los hicieron porque qué se yo, y eso que el árbitro en el segundo tiempo se calzó la azulamarela al ver seguro en el entretiempo que se había mandado semejantes burradas. Ganó Boca, pasaMOS a cuartos y olvidáte, ya me enganché, me subió el espíritu ganador y copero de la historia Xeneize justo cuando había empezado a entender todo.

    Algunos dicen que el fútbol es un negocio, que está todo arreglado, que la mentira ya no la sostienen ni las horas y horas de programas a la tarde; y bueno, qué se le va a hacer, si nos vamos a poner a pensar en todo lo que está hecho, acomodado o acabado en este mundo ya no viviríamos por nada. El fútbol es así señores, es pasión, es cancha, es creérsela, es mañana burlarse del fantasma de la B, es no importarme que no me importa.

lunes, 6 de mayo de 2013

Un problema

   Debería hacerlo con un psicólogo, pero como esa práctica me resulta bastante complicada, más que nada para mi billetera y un poco (apenas) para mi mente no manoseada aún (por un psicólogo, por lo demás, completamente moldeada), lo hago con este pedazo de Internet que me he agarrado para mí adueñándome de un pequeño terreno del ciber espacio compartido, comprado y vendido.
   Tengo problemas. Así es, tengo problemas y quien ose pasar su vista por estas líneas lo va a saber.
   Es probable que nadie se haya dado cuenta, o mejor, que a nadie le importe, pero repito, como no tengo plata para ir al psicólogo y aun una pequeña parte de mí se resiste a ello, convierto a unos supuestos lectores en mis depositarios de catarsis, en los oídos comprensibles, en la sepultura de mis ideas, en las caricias de mis frustraciones, los convierto en lo que quiera y ahora quiero alguien que escuche, que sepa, que como toda la gente común, tengo problemas.
   Dicen que tener problemas no es tan malo, que de hecho la "crisis" es la parte linda de todo porque es cuando uno se da cuenta que tiene que mandar todo a la bosta y empezar de nuevo, reconstruyendo. Es cierto que para esa reconstrucción no hay que olvidarse del pasado y bla, bla bla, Galeano o algún otro ya lo explicó mejor que yo.
   Hablar de uno mismo es fácil cuando tiene que ver con anécdotas o alguna sensación o algún "para mí que..." o un "yo me acuerdo..." o "una vuelta me pasó que..." o el peor de todos: "a mí también". Pero cuando se trata de algo realmente interno, que en serio pertenece a las raíces invisibles del yo y el recontra yo, la cosa se da vuelta un poco. Porque en primer lugar hay que tener, por lo menos, una mínima cuota de confianza con ese ser en el que vamos a depositar la esperanza de conseguir algún consejo; en segundo lugar hay que tener en cuenta que uno puede confiar en cualquier idiota y el consejo de cualquier idiota puede no ser el mejor. Así que olvidamos estos dos pasos y damos por sentado que voy a contarle mi problema a alguien sensato en quien confío. Bueno, a este tipo ¿qué le importa mi problema? nada, en absoluto, le chupa un huevo, lo escucha porque tuvo la desgracia de estar ahí y como mucho (y ojo, por ahí es con buena gana) me va a tirar un "y...fijáte" o "tendrías que pensarlo bien" o con suerte se acordará de alguna canción de Facundo Cabral y cantará un pedazo, desafinando.

   Instrucciones para dar consejos:
   Mentira, hoy no le quiero robar a Cortázar.

   Lo que quiero decir con esto es que los problemas de la gente no le importan a nadie. Para no sonar maquiavélico te doy un ejemplo: Te subís a un taxi porque te dormiste y llegás tarde al trabajo o le tenés miedo a la oscuridad, qué se yo. La cuestión que te subís, saludás al tachero, le decís a dónde vas y sin querer le preguntás algo sobre el clima, si va a llover o alguna pelotudes de esas y el tipo, con toda la tranquilidad del mundo te larga un discurso errático sobre el pronóstico extendido en toda la provincia, te cuenta que "la otra vuelta me quedó el auto abajo del agua, encima subió la nafta de nuevo y por esta zona, de noche, no podés andar porque te agarra un chorrito de esos y por veinte mangos te pega un tiro y a mi suegra el otro día, pobre mi suegra, yo mucho no la quiero viste, pero el otro día se cayó pobrecita, y ni hablar de mi hijo que es policía y hace poco lo metieron en un quilombo unos villeros que..." y así hasta que llegás a dónde ibas con la cabeza atiborrada de problemas ajenos que encima te importan un carajo.
   La gente tiende a creer que tiene cosas interesantes para contar y a veces llega a competir para ver quién es más miserable, o por quién tuvo más problemas, pero esto lo dejamos para otro capítulo. Como te decía che, de verdad piensan que tienen algo para decir, que su voz es importante, que te van a cambiar el día o la vida con un chiste que ya te hicieron mil veces, que nunca conociste a alguien que te pueda contar algo así, que realmente la vivieron todas. Otros se hacen blogs.
   
   Pero me fui del tema, te estaba contando que tengo problemas, sí, como que es algo muy de adentro, que me cuesta hacerlo salir. Todo el mundo tiene problemas, y pasan tantas cosas que lo que me pase a mí no es nada, ya se, pero viste a que a veces uno se siente impotente ante tanta cosa que ve, que escucha.
   ¿Sabés qué? no te hagás drama, ya se me va a pasar. Sí, si, todo bien, todos tenemos problemas, no te voy a castigar con los míos, seguro vos ya tenés bastantes... no, no, ni se te ocurra, si se se los querés contar a alguien andá a un psicólogo o no sé, hacéte un blog.

viernes, 3 de mayo de 2013

El nombre de los jueves o conversación nocturna sin mucho preámbulo


             Todos los jueves tienen un nombre, o al menos los que importan. Hay lunes insípidos, que no tienen gracia, que están ahí solamente para darle un inicio a la semana. Los martes son un fracaso, son el hijo bastardo del lunes, el no reconocido, el que está ahí para darte una mínima brecha entre la partida y la mitad del camino. Los miércoles son una mera transición, son como estar parado en la cornisa, son como esa clase media indecisa que no sabe si pedir sushi o hacerse un puchero, que no pueden ser ricos y no quieren ser pobres. Los viernes son la gloria, son optimismo, la esperanza, es el inicio de todo lo que puede llegar a pasar, es el testigo de Jehová de traje y con una valija negra, que te toca timbre a la mañana y te dice “acá tengo la felicidad ¿La querés o no?”: están los que le cierran la puerta en la cara; los que empiezan a concentrarse en la forma de la valija, en su color y en quien la trae; pero también están ellos, los grandes, los inmaculados, quienes con oficio de kamikaze se atreven a abrirla,  a ver qué hay adentro, a comprarse el paquete entero para no arrepentirse nunca.
                Y están los jueves.
            Otro jueves cobarde que no sabe bajarse ni los pantalones, decían los Caballeros de la Quema cantando melancólicamente con Joaquín Sabina. La careteada country club de la Viuda de los Jueves; el inmemorable hombre que fue jueves de Chesterton y así miles de jueves que han pasado a la historia sin ninguna dificultad.
            El jueves tiene eso. Todo sería más fácil de explicar si se supiera qué es eso. Los jueves son alternativa, son una duda constante, porque ¿qué se hace un jueves? Y… todo, o nada. Esa es la cuestión. Shakespeare algo debe haber pensado de los jueves, y ni hablar de Borges que veía todo desde una perspectiva bastante diferente.
            Pero hoy, sobre todas las cosas, quiero hablar de unos de los jueves en particular. Porque de los nombrados de más arriba, el único que todos alguna vez hemos usado, es el jueves cobarde, ese jueves que no tiene nada, que está ahí imitando al miércoles, siendo una transición triste, inútil. Quiero hablar, quiero dar a conocer a este jueves nuevo, que se presenta así, como si nada, fácil, ambiguo: El jueves putita.
            En primera instancia, pido perdón por la palabra “putita”, pero es que después de un brevísimo tiempo de reflexión  fue lo primero que se me vino a la cabeza y cambiarlo me pareció tan malo como una traición a la patafísica. No pretendo ofender a nadie, ni mucho menos, es simplemente un uso del lenguaje común para explica algo común que –intentando no salir tanto del tema- es los jueves.
            Los jueves putita son esos días que uno puede manejar, en los que se tiene opción, en los que se puede confiar. Si bien hay discusiones sobre este día* se puede decir, tranquilamente, que son de los más fructíferos. Son los días en que el resultado puede ser palpable, totalmente tangible. Los  jueves putita están ahí para quienes sufren la semana, para quienes los viernes están demasiado lejos. Los jueves putita son así porque aparecen desnudos, en cuatro, dispuestos a que hagas lo que quieras. De vuelta pido perdón por la analogía, pero debo usarla por necesaria, por compleja.
            Los jueves cobardes son generalmente los más comunes; pero los putita se notan, se sienten, se huelen desde lejos; ya a la tarde, desde temprano, uno puede decidir qué va a ser de ese día, que mágicos encantamientos deben caer sobre uno. “Los Jueves putita son como una canción de Arjona, decidida, astuta” (Magnotta D. Pág. 105-106).
            Los jueves putita son una creencia popular, están ahí donde nadie sabe, en ese lugar que ningún ser puede encontrar, encerrado en los parajes más oscuros de la tierra. Estos jueves están ahí, para todos, entregados, como para que uno decida por una vez en su vida, aunque sea por una vez, lo que quiera hacer, para ser libres, porque el jueves putita es la oportunidad de la libertad, la posibilidad de elegir lo que sea, pero sobre todo eso, la posibilidad, de nuevo, la oportunidad de ser yo, sí, yo, el que elija qué hacer; el que decida cómo empezar el viernes, el que decida cómo terminar la semana y empezar el fin de semana. El jueves putita.
            Eso, señores, el jueves putita es eso. Ser uno mismo, elegir el destino, cambiar la historia, el jueves putita es todo lo que uno quiere de él y todo lo que él quiera de uno.
* Dante Magnotta discute sobre esto en “Conversaciones de Viernes a la madrugada o resultado de los jueves” diciendo que  “(…) los jueves son  como esa mina que te promete, que se te insinúa, se te ofrece, te seduce; pero en realidad en el fondo sabés que no va a pasar nada extraordinario ese día, aunque es un vestigio tentador de los días venideros.”