Basta, como si fuese posible decir basta.
Basta. Unos decían me cansa decir basta.
Y yo me digo basta.
La palabra basta, tan amplia, tan vasta. Va hasta aquí, va hasta allá, con eso alcanza, con eso basta.
A veces uno se lo pide por favor, que baste ¡bastá, por favor, bastá! pero no basta, no se puede parar. Porque va hasta lo más vasto, lo más profundo y no basta, no puedo decir basta, aunque me canse decir basta.
Como hacerlo, puedo, decirlo, pero es un engaño, una leve mentira, un aterciopelado disfraz con lentejuelas de caleidoscopio.
Basta es más complejo que un palíndromo; basta es un sinónimo-homónimo con variación de forma y significado; basta es una μεταφορα, una mudanza de sentido constante. En lo escrito se basta a sí misma; en lo oral es vasta, va hasta donde sea y no basta. En lo oral es eterna, feroz.
¡Basta! pff, como si fuera posible decir basta
y quedarse de brazos cruzados.
basta basta
con esto
Pero no basta, no basta y no basta. Lo hablado tiene eso, se pierde, se escabulle, se esfuma por todos los poros, no se puede entender.
Hasta si lo dicta
la conciencia,
Basta
No
Alcanza
para bastarse.
Gritarlo es acción, escribirlo es dormir. La fuerza de esas cinco letras está en su expresión eterna, variable, inaprehensible. Si lo grito lo entiendo, si lo escribo me basta.
La calle es vasta, así y todo escucha a los noctámbulos y le susurra basta al oído, suave, tierno, erótica. El caminante no se calla, no le basta el silencio y se grita ¡Basta! como si alguien lo pudiese escuchar, como si el mismo se pudiera escuchar.
-Basta -se decía- como si fuera posible decir basta-.
lunes, 29 de abril de 2013
lunes, 22 de abril de 2013
Calle tomada
"-Tuve que cerrar la puerta del pasillo. Han tomado la parte del fondo."
Casa tomada. Julio Cortázar.
Casa tomada. Julio Cortázar.
-¡Marta, Marta! -gritaba el viejo desde el sillón mientras subía el volumen del televisor -¡Cerrá la ventana que no escucho el noticiero!
-Pero que viejo rompe bolas -decía Marta en voz baja y caminando bien despacio iba a cerrar la ventana.
-Mirá, Marta, mirá, están haciendo una marcha, como con el viejo ese, un cacerolazo, mirá, mirá, y ¿qué es ese ruido de afuera?
-No sé viejo, unos piqueteros, qué se yo.
-No Marta -dijo el viejo comprendiendo la situación -No, Marta, lo que tus ojos ven y tus oídos oyen no son piqueteros; son revolucionarios, son la fuerza de la unión, Marta, son el frente que viene a salvarnos, son las nuevas ideas, son la nueva ola, son personas que han dejado de lado sus individualidades, Marta, han dejado de lado el egoísmo, se han organizado repudiando la violencia para defender sus derechos, los míos y los tuyos, Marta, ellos son toda la voz de un país que se alza para liberarnos de la opresión, para pelear por nuestra libertad de expresión, para que no nos censuren, Marta, para que no nos roben a plena luz del día y para que podamos comprar dólares, Marta, dólares; ellos son los héroes, los caceroleros -.
El viejo se había emocionado, le lagrimeaban un poco los ojos. Marta lo miraba admirada, realmente estaba escuchando algo inspirador, bello y nuevo que salía de la boca de su jefe. Ya no se sentía una más, ahora sabía que trabajaba para un hombre inteligente.
El viejo seguía -Su arma no es el fusil, Marta, su canto no es un himno, su bandera es la de una patria derroida; sus colores son los de todos, su capacidad es llenar las plazas; su bandera es la paz y su grito es el odio; piden libertad y son libres de hacerlo; piden los sueños que compraron confiados en un diario o una revista y les pertenecen; piden que no les roben en la cara, y está bien. Lo que los une es el odio, por eso son revolucionarios, porque odian, porque golpean la simbólica cacerola vacía con la cuchara de madera, Marta, porque están juntos- dijo el viejo -por lo menos es lo que están diciendo en la tele.
-¿Y en qué se diferencian de los piqueteros, viejo? -Preguntó Marta confundida.
-Ah, Marta -respondió el viejo un poco enojado -qué pregunta pelotuda, Marta. Los piqueteros son unos negros pagados por el gobierno para... para... bueno, ahí para joder. En cambio estos salen cuando ya todos están sin obligaciones, ¿entendés, Marta? estos te salen a las ocho de la noche, todos pueden ir, protestan por todos y no joden a nadie, nadie llega tarde al laburo, ¿entendés, Marta? así sí, así da gusto.
Marta estaba un poco confundida, había vuelto a abrir la ventana que daba a la calle y escuchaba los cantitos y los gritos eufóricos. El ruido se hacía cada vez más fuerte y ella quería saber cómo se sentía ser parte de la clase revolucionaria, cacerolera, con voz verdadera, propia, aunque sea por un rato.
-Viejo- dijo Marta tímidamente y se quedó callada, a la espera.
-¿Qué pasa, Martita?
-¿Vamos? dale, aunque sea un rato -propuso Marta y los ojos le brillaban como nunca.
-No, Marta, no jodás que mirá la hora que es y el frío que hace.
-Ah viejo, dejáte de joder que la noche está hermosa para salir un rato a caminar, y de paso pasamos por la plaza, yo llevo la teterita en la cartera y una cuchara, como para no caer con las manos vacías, viste, estamos un rato y nos vamos, dale viejo, dale.
-Bueno, Marta. Traéme el suéter y cerrá con llave, no vaya a ser cosa que a un pobre diablo se le ocurra robar y se meta en la casa, a esta hora y con la calle tomada.
martes, 16 de abril de 2013
El castillo de cartas
Los castillos de cartas son perfectos. Compuestos por cada una de las partes de un mismo mazo y, a veces por cartas ajenas.
Son perfectos porque oscilan entre la debilidad del papel y la fuerza del castillo. Van creciendo, hacia arriba, hacia los costado, nada los puede detener, excepto una mínima ráfaga de viento.
Yo he visto el castillo de cartas.
Algo que caracteriza a estas estructuras es que, a pesar de su nombre que evoca la firmeza, lo fijo, la supervivencia a través del tiempo, todo en ellos depende de unas manos precisas, de un manipulador que no vacile, que no tiemble ante ningún arriesgado movimiento, que no dude en dejar caer algún seis de copa para elevar un ancho de basto.
Ahora, si estas manos hacen un movimiento fuera de lo esperado el castillo tambalea, caen algunas cartas, pero si la base está bien armada las cartas de abajo siempre van a quedar abajo; y las de arriba solo cambian de palo.
También es cierto que están bien diseñados. Las cartas de abajo presentan la resistencia, son las que no se pueden mover, las que nunca suben, porque si son las que se caen hay que empezar de nuevo. En cambio las de arriba van mutando, pero siempre entre las restantes que no forman los cimientos.
El problema del castillo de cartas reside en el mismo lugar que su belleza: en lo efímero, lo delicado, lo débil, lo pomposo, en la perfecta aleación entre fuerza bruta e inocencia.
No hay tantas cosas más fáciles que demoler un castillo de cartas, es cuestión de soplar un poco, de empujar una de las partes con un mínimo esfuerzo. Pero no es tan fácil si uno lo ha defendido, si se lo ha construido para sí, porque después del derrumbe queda la culpa, la incertidumbre.
Yo vi el castillo de cartas y me dieron ganas de soplar.
lunes, 15 de abril de 2013
Insomniar
A Gelman.
Tengo dos cerebros. El uno me dice lo que quiero hacer, el otro me dice lo que tengo que hacer. Pero ninguno me dice lo que siento hacer.
Gira y gira la rueda de mi bicicleta.
Tengo dos cerebros. El uno dudoso, el otro certero. Tengo dos cerebros, el uno indeciso, el otro, sereno.
Tengo dos cerebros.
Gira, gira la rueda de mi bicicleta.
La poesía existe cuando es. La palabra da vida. Lo dicho existe, lo que ya fue, es porque fue, y lo que es, es, también porque fue. Lo no dicho carcome, muerde bien adentro. Lo no dicho consume. Lo que no se dice está censurado, reprimido, en silencio, asustado. Lo no dicho no existe porque nadie lo dijo y nadie lo escuchó. Lo no dicho no puede ser, no es. Lo que no se dice da insomnio.
Nada es, todo fue o será.
Sus ruedas aún torcidas, su barro pegado, gira y gira la rueda de mi bicicleta.
Tengo una bicicleta que baila. Tiene una rueda que no deja de girar. Busca la curva constante. Es tan extensa que no se puede medir. Ella no quiere bailar, quiere estar fija. Quiere parar de sacudirse. Baila porque quiere parar.
Gira y gira la rueda de mi bicicleta.
La poesía es un pájaro, dijo, y no es. La poesía es juan, dijo, y no es. La poesía es todo esto y después escríbelo, dijo, y no es.
La poesía es lo que tiene que ser, sino no es poesía. La poesía está porque hay todo de ella en el aire. El poeta es una mentira, es un denunciante, es el represor, el selector.
Gira, gira y gira la rueda de mi bicicleta.
El tiempo es un sentimiento extraño. Pasa por todos lados, te marca la piel. Y se va.
El tiempo es ese amigo perdido, que desaparece. Y aparece años después para recordarte cuánto tiempo ha pasado.
Cuando me paro en la ventana veo perder el tiempo, cuando miro para atrás el tiempo gira y gira con la rueda de mi bicicleta.
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