Después de todo, siempre, uno se
termina preguntando lo mismo. Porque no son más que palabras y
signos que se mezclan, se cruzan y te preguntan cosas, te critican
cosas, te cuentan cosas y te dicen te dicen te dicen, constantemente,
lo que hay que hacer. Y qué se yo qué hay que hacer si hasta por
ahí no hay que hacer nada. De todas las preguntas y dudas
existenciales que me han perseguido hoy, elegí una. Elegí una para
ver qué me respondo, porque más allá de personas y fraternidades
uno siempre se tiene a sí mismo. ¿A qué estás jugando?
Porque ¿qué es sino un juego? Bien,
digamos la verdad. Juego macabro si los hay, pérfido y trastornado.
Uno va por ahí creyendo que lo que pasa tiene que ver con todo o con
nada, pero hace, hace y vive y elige y deja afuera y mete pa' dentro
y come y toma cerveza y un montón de actividades elegidas o medio
que se dan pero que están y así se complementa lo que se puede
decir sin ningún miedo ni temor de alteraciones literarias y o u
psicológicas, la vida.
Ahora, siempre después de estas
reflexiones, llega el empirismo, la epistemología, la exactitud, la
visibilidad, los sentidos engañados por la realidad y todas esas
cosas que uno aprende en la facultad y nunca sabe si realmente le
sirven para algo o son puro relleno occidental de ideas raras de
gente rara que se peleó con el mundo para publicar un libro que diga
cosas nuevas y reveladoras del universo en el que habitamos
consciente o inconscientemente.
Ahora sí, la respuesta no es que no
hay respuesta, porque esa es la fácil. Pero la difícil cuesta
llenarla y está bien que cueste y menos mal que cuesta, porque
imagináte que a uno le pregunten qué quiere comer y responda
enseguida unos canelones de acelga con salsa rossa y un vaso de vino
Finca los Gigantes desconocido y naranja para bajar la pasta que a
uno le agrada. No. No señor. No vaya a ser cosa que se responda
rápido y seguro. Porque aunque pueda uno hacerse el que está seguro
no lo está y, de nuevo, menos mal. Porque los que están seguros
terminan haciendo cosas horribles como comprar una máquina para
talar árboles y después una procesadora de celulosa que genere la
pasta celuloide que después se usa para hacer papel y se tiran un
montón de cosas tóxicas al mundo como óxidos de cosas peligrosas y
libros occidentales con gente que entendió o no el universo y se
peleó con el mundo para escribir. ¿Si las toxinas son tan malas
como los libros?
Bien. Llevo escrita nueve veces la
palabra “cosas” y no siento culpa. Porque las cosas no tienen
sinónimos ni juegos de palabras ni nada de eso. Son lo que son; son
esa masa uniforme de existencia eterna e infinita que habita todo el
espacio mejor malo conocido que bueno por conocer o al revés, eso
depende del espejo del baño de cada uno y de la cara que se tiene
cuando se levanta. Porque si uno empieza el día sin preguntarse
algo, aunque sea lo más mínimo, ese día no es día, o es domingo,
o es lunes, o qué se yo, a lo mejor ese día uno se levantó muerto
ya sin ánimos ni de ir a los chinos a comprar el desayuno flojo de
vitaminas y calorías compuesto de unas Don Satur veinte por ciento
grasa ochenta por ciento quién sabe qué con el mate o el té lleno
de azúcar que es alimento del alma. Pero en el mejor de los casos
aparece una pregunta, mínima aunque sea. Aunque tenga que ver con el
color de las medias o el olor a humo en la habitación o el porqué
al perro de abajo se le ocurre ladrar cuando me despierto o ya estaba
ladrando desde antes o porqué tienen un perro si es mejor una planta
o porqué es mejor la planta o qué estaba soñando que estaba re
bueno o me baño ahora o espero la inspiración divina o mejor sí
voy a los chinos así de paso miro el estante de los lácteos en
busca de productos vencidos o gasto un montón de plata en la
panadería o porqué tengo que levantarme todos los días con una
pregunta o porqué cada uno da lo que recibe y luego recibe lo que da
o porqué el mundo gira para un lado y no para el otro o porqué
tengo frío en las patas o porqué mi mamá me dijo que estaba
todavía en la edad de los porqué o a qué estás jugando, flaco.
Bueno no sé. Tampoco lo quiero hacer
tan fácil porque habría que hacer una lista interminable de
preguntas y ya ni se porqué pensé que podía ser fácil hacer tal
cosa que ni sentido tiene la cantidad de veces que dije cosas que por
ahí era mejor no decir que el hambre era una pregunta cuántas veces
sea que alguien la haga lo es porque nada puede ser lo que no es sino
que juega el juego que tiene que jugar, porque imagináte que uno se
ponga a jugar otra cosa o se ponga serio y agarre un hacha para
escribir un libro. Dentro de cada escritor hay un empresario
desinteresado por el medio ambiente. Dentro de cada empresario
desinteresado por el medio ambiente hay un sueño que se murió por
allá a los quince o dieciocho años o por ahí los veintidós,
cuando alguien le dijo que se decida y deje de dar vueltas que tanto
proyecto tanto proyecto y ni una moneda pal' bondi y ni un sope pal'
guiso que tus padres no van a estar toda tu vida esperando que qué,
¿que qué? ¿Qué hay que esperar? No sé, como mucho el turno para
tirar el dado, para levantar la carta del mazo, para cantar truco o
contra flor al resto, para esperar dos turnos en la comisaría hasta
que toquen dos iguales y subirse al auto del sueño americano del
juego de la vida no es para cualquiera.
Entonces elegí hacerme una única
pregunta que coma y coma las neuronas. ¿A qué estás jugando? A
todo o nada. A los dados, a la suerte, a las cartas, al mundo entero,
a un pedacito, a las apuestas más altas, a las más improbables, a
las menos obvias, a las que menos te gustan o por ahí más porque
vos no te animaste o porque te cayó la ficha que hay que tener
casita y auto y hijos y no me importa que no se pueda poner una i
después de una y porque yo estoy jugando y vos te quedaste esperando
la vida que te pasó por adelante y se te cayó de la repisa donde la
habías guardado para después y se perdió por ahí abajo del sillón
y si te he visto no me acuerdo y andá a saber si volvés a pasar la
escoba por esos lugares oscuros y llenos de pelusas y cuando la pases
quizá te vengas y juegues conmigo o con cualquiera o con tu infancia
y tus sueños, qué se yo si cada vez me pongo más cursi, pero es
que jugar es eso, a veces uno comete errores de estilo y forma con
tal de responderse algunas preguntas que nada que ver tienen con la
filosofía aristotélica o la percepción del mundo que pudo haber
tenido un tipo que hizo casi lo mismo que sentarse en algo más viejo
que una computadora y escribir casi lo mismo o nada que ver pero que
dijo que hablar es incurrir en tautologías y tenía razón porque lo
que dije ya está dicho y también no porque las posibilidades son
infinitas.
Pero si de laberintos se trata no hay
más que meterse en la cabeza de uno y hacerse alguna pregunta
distinta a de qué gusto me compro las facturas o porqué no dejo de
fumar si el humo se come mis pulmones o porqué escucho música que
antes no me gustaba o que si me gustaba y me daba vergüenza escuchar
al frente de todos o cómo hago para pagar la boleta del gas si cada
vez viene más cara y cada vez tengo menos plata. Hay que preguntarse
cosas como porqué dejé de filosofar en la bajada y la subida del
subibaja, porqué dejé de creer que treparme a unos fierros era
viajar al espacio, porqué empecé a poner comas y puntos y guiones y
signos y respeté las leyes de las formas y me vendí al reino de las
cosas bonitas y bien compuestas y así el mundo se fue metiendo solo
en un cajoncito de verduras de esas que salen más baratas porque se
están pudriendo y que uno compra porque no le alcanzan mucho los
papeles que salen de la billetera y después de todo no quedan tan
mal en un salteadito de arroz que es rico y se puede acompañar con
un buen vino Finca los Gigantes barato si total para qué quiero unos
canelones si ni siquiera me gustan.
Así que la respuesta es que no hay
respuesta o que todo en sí mismo es la respuesta que estaba buscando
cuando me pregunté ¿A qué estás jugando? porque después de todo
uno se pregunta cosas para ponerse en jaque, para no sentirse tan
confiado, para creerse y verse satisfactoriamente una vez más,
equivocado, y descubrir que todo lo que se hace aunque pudiera ser
una cosa totalmente distinta sería tan útil como inútil o tan
mentira como verdad en comparación a todo lo que no se hace y se
deja de hacer por elegir algo que uno cree que es lo que tenía que
elegir o al menos lo creyó cuando tomó la decisión o ni tomo la
decisión y se le apareció solo cual sueño revelador de las
verdades humanas que después de todo siempre responden a preguntas
impensables que alguien se preguntó para salirse un poco de lo
absurdo que es abrir todos los días la heladera en busca de algo o
cerrar los ojos para encontrar el sueño o abrir la puerta para salir
al mundo o abrir la puerta para esconderse del mundo o un montón de
cosas que hay que preguntarse para ver si se está bien o mal o si
todo es una cosa que no termina más y se apelmaza en palabras que no
dicen nada o dicen todo o son lágrimas y gritos y protestas y
sentires que vuelan, aletean y se golpean como esa paloma que una vez
entró en la cocina y se chocaba con el techo porque volaba más alto
de lo que necesitaba y la ventana le quedaba abajo, sin embargo ella
seguía chocando contra el techo sin descifrar porqué no podía
salir si volaba con todas las ganas, porqué seguía encerrada si
anhelaba la libertad, porqué no apuntaba un poco más abajo, porque
seguramente quería ser libre en serio y no conformarse con una
ventana.